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lunes, 12 de septiembre de 2011

Las puestas de sol en Queens

Debido al gran tamaño de Nueva York y a las infinitas dimensiones que se superponen en ella, es que se obtienen disímiles experiencias para los que viven o visitan la ciudad.
Por ejemplo, las puestas de sol que se observan en varios puntos de Queens no tienen comparación con las demás puestas de sol que se hayan podido experimentar en el tiempo. No se parecen en nada. Son incluso muy distintas, a los crepúsculos y ocasos que se dan en otros barrios de la ciudad. Esto podría deberse a que sus ocasos de sol aparentan comenzar antes, gracias al horizonte empinado que ofrece un Manhattan de fondo.
Como una barrera y también como un punto que atrae la vista de la persona que observa, los edificios más altos de la ciudad logran que el efecto sea muy diferente e impresionante para todo aquel que por un instante, desenfoca la vista de lo mucho que ha hecho el hombre en la isla y presta atención al detalle del sol incendiando pastos que se muestran muy altos en estos prados.
Como si se tratara de un ladrón entrando por los techos y azoteas de los edificios, el sol que desciende, pareciera tocar y tantear lo más valioso de la urbe, para luego también en el punto seguido, desaparecer con su botín en medio de las gigantescas moles.

Desde el principio del partido que nos entregan Nadal y Murray, lo vemos al primero intentar robarle el servicio a su rival. Aquí no cuentan ceremonias, ni formalidades.
El escocés aguanta la arremetida del español, yendo hacia adelante, intentando subir con las ventajas que Nadal le entrega al contrario. Como aquella pelota a mitad de cancha que el Rafa dispara.
Cuando Andy logra llegar a la net, el español intenta superarlo casi siempre con un revés cruzado, porque es al revés de Nadal donde lo vemos atacar a Murray. La mayoría de subidas del escocés son de su provecho. Una lástima que no lo haya intentado más de lo que debiera.
El español va sorteando como puede y también como debe, los backs cruzados que Murray logra meter en campo rival. ¿Y cómo es aquello?
Aquello del poder y deber se basa siempre en dar un golpe más, en alargar al máximo el punto que se juega.
Es de esa forma que el manacorense se hace fuerte ante su contrario y lo obliga a ceder un juego de su servicio. Eso en un partido que se presume cerrado desde el comienzo, se torna imposible de retornar por parte del escocés. Nadal mantiene su saque y gana la primera manga.

La puesta de sol que se ve hoy sábado en el Arthur Ashe, no defrauda a quienes viven en la ciudad, ni deja de sorprender a aquellos que la ven por primera vez.
La gente antes de los intermedios y descansos del segundo set, se va parapetando en lo más alto, buscando conseguir la mejor foto de todas. A ninguno de ellos les importa perderse algo de la acción que se vive en la cancha misma del estadio.
Algunos incluso, tratan de trazar un paralelo entre lo vivido durante el primer partido de la jornada y aquel astro, que gracias a las nubes altas de hoy, nos entrega una vista maravillosa, llena de colores y tonalidades de vida. El atardecer de un tenista no debería ser distinto a lo que se ha visto hoy. Nunca.

Son muchas veces, demasiadas, las oportunidades que el británico desperdicia para quebrar el servicio de Nadal en el inicio del segundo set. ¿Menos concentración de Murray y mayor fortaleza mental de Nadal?
Sí, mucho de eso hay en las excusas que pone Andy sobre las muñequeras que utiliza y los bolsillos del short que calza. Es como si estuviera descontento con lo que viste y no con la piel frágil que luce y muestra a su rival. Se preocupa por el largo de la tela, en lugar de fijarse en la armadura que se le resquebraja por los lados.
Ha decidido irse por la tangente para justificar un mal juego que viene realizando, y simplemente, pequeños detalles como esos que se discute a sí mismo, se le presentan perfectos para no admitir responsabilidades. Una tabla de salvación al día de hoy, pero que con el tiempo podría también convertirse en una cruz pesada, porque distrae la atención sobre lo importante.

“Andy, intenta enfocarte en lo que practicaste”…es lo que le repiten a Murray desde su esquina. Se lo refrendan cuando voltea buscando consuelo luego de haber fallado un punto fácil. Y se lo vuelven a recalcar en el instante mismo donde el jugador está sumando esfuerzos para darse la espalda y echar a pique sus naves.
Pero el escocés sabe que esa indicación aunque buena, no será suficiente; Nadal no ha sido su sparring en los entrenamientos. Y su coach no le ha devuelto las pelotas casi imposibles que el español le lanza desde el fondo.
Andy no puede sostener por mucho más tiempo el avance del contrario y entrega el segundo set luego de casi cincuenta minutos.
En el camino han quedado demasiados errores no forzados de Murray, e incluso también, debido a la poca efectividad de él mismo, menos puntos ganadores que su rival.

En el tercer set, el escocés arriesga todo y lo entrega también todo. Se ven los puntos más espectaculares por parte de ambos jugadores. Uno y otro, ya sean ganadores o perdedores de la jugada, acaban en las esquinas, los costados y también cerca de la net con cada pelota contestada.
Murray pide inspiración a gritos cuando pierde su propio servicio luego de haberlo quebrado a Nadal. Todo es demasiado sincero, ninguna emoción se la buscan guardar siquiera.
El británico mantiene con dificultades sus otros juegos al saque, pero no vuelve a perder uno de ellos durante toda la manga; casi al final de la misma, lo quiebra al español una vez más.
Los puntos disputados pueden ser cada vez más largos, dejar las pelotas casi sin pelusa, y hacer asomar las lesiones en la espalda, pero la tendencia es la de un Murray al alza hasta el final del set.
Hay poco más de cinco mil quinientos kilómetros entre la residencia de Londres de Andy Murray y Nueva York, pero hoy el británico al empezar el cuarto set, se siente en casa.
En concordancia con el anterior parcial y con la propia historia de la ciudad, decide querer más y también quererlo todo, al momento de seguir al ataque sobre el español.
Pero Nadal simplemente no se lo permite. Lo mantiene a gran distancia de él, con la confianza puesta en su primer servicio, que lentamente socava las bases recién afirmadas del escocés.
El español aminora los puntos ganadores, pero a su vez, también reduce sus errores no forzados. Allí es donde descansa la diferencia con Murray, que en el cuarto set aumenta todo a niveles de inflación. Los errores de Andy le pasan factura a su juego. La espalda entonces reemplaza a las vestimentas, como punto central de sus quejas. Al menos sus lamentos se sienten más reales, menos actuados. Y es que el británico ya percibe el final de todo.
Murray ha hecho un enorme trayecto hasta aquí, pero es Nadal el que camina en solitario el último tramo. El que se queda para ver una nueva puesta de sol en Nueva York. Tal vez la puesta del lunes sea más bella que la de hoy. Seguro será diferente. Todos nos quedaremos entonces para verla.


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jueves, 8 de septiembre de 2011

Apuros en Nueva York

Hay situaciones que no son frecuentes en Nueva York. Como escuchar los sonidos de unas campanas de iglesia. Existen, sí, pero no son habituales en el bullicio de la ciudad.
Para conveniencia de los que aún duermen o de los no creyentes, no es usual oírlas retumbar, ni tampoco escuchar las grabaciones que se tienen de las mismas.
Es posible también, que habiendo tantas cosas por hacer en Nueva York, haya cundido el olvido conveniente de no impulsar el badajo contra el metal o de reproducir siquiera el cd con la grabación de los tañidos por parte de los encargados de brindar esos servicios.
No importa mucho ello; la ciudad despierta y se mueve igual, al sonido de otra cadencia menos bulliciosa, pero mucho más frenética que la acompaña.
El corazón del neoyorkino late a mil cuando sale de su casa para enrumbar al trabajo, yerran los que creen que vivir en la ciudad sea solo una carrera de cien metros.
En lo que aciertan, es en lo referente a la mínima velocidad necesitada para la vida, pero ya se van equivocando (y mucho) con respecto a la pequeña distancia asignada a la misma.
Aquí estás sentenciado a que te duela el bazo, estés en forma o no, de que te duela, así hayas ayunado unas cuantas horas antes de salir.

Hay una tensión distinta en el ambiente. La lluvia asoma presurosa desde lo más alto, pero son los rayos surgidos en tierra los que causan los mayores estragos entre los tenistas.
El ambiente se carga de una peligrosa electricidad, fruto de ese nerviosismo de esperar, reiniciar y finalmente detener los partidos del abierto.
Los jugadores son los que más resienten esto. No hay tiempo siquiera de anunciar con anticipación de que ya deben de salir. Es una orden inmediata. Es un ya, nada más.
Algunos se quejan de que todo pareciera tener el ritmo afiebrado de las galeras romanas. Algunos otros imbuidos del ambiente, son felices afilando sus armas, ya listas para el abordaje del contrario.
Señas de por medio, se da el anuncio de que se juega. La batalla ahora es a tres bandas.

Se han programado tres partidos excepcionales al mismo tiempo, si apuráramos el paso entre canchas, sería como asistir simultáneamente a la misma cantidad de batallas distintas, o como disfrutar de la misma batalla dividida en tres.
Un crítico de arte (de los que abundan por aquí), ágil mentalmente y no tan apurado en lo que es cool, diría que esto es el tríptico de La batalla de San Romano, de Paolo Uccello.
Es como estar en Londres, París y Florencia al mismo tiempo, acotaría sonriendo.
Ya…

Nadal aún no se acomoda al ritmo de Nueva York. Esto del llegar e irse, y luego regresar, no va con él. Lo desconcentra tanto, que sus servicios terminan atacando el propio desarrollo de su juego. Dos dobles faltas en su primer game de saque. Estén seguros que eso es algo que no lo han de ver muy seguido.
Es normal e incluso usual, que el español entre nervioso a los partidos. Ese es su carácter. Pero estos errores puntuales tienen como causa la mala comunicación entre la organización del torneo y él.
Nadal se deja ganar por los yerros de afuera y pierde el rumbo ante Muller en el primer set. Pero este parcial, por ahora, no pasa de ser una simple lluvia. Solo eso.

Aquella lluvia no hace huir a todos los espectadores de la tribuna, enfundados en impermeables y protegidos por paraguas de múltiples colores, los más optimistas se quedan. Aún así, lucen tan empapados, que parecieran nutrias sacando medio cuerpo fuera del agua.
La caseta central del Arthur Ashe se apiada de ellos y les pone la música que tienen a la mano. Aburridos como están, la única diversión que tienen es aplaudir las continuas apariciones de los carritos que secan la cancha. Nada más.
Así esperan hasta la suspensión definitiva de la jornada. Un premio a la persistencia de todos ellos, que seguramente a partir de hoy, odiarán solo un poquito, un poquito nada más, el Singin’ In The Rain de Gene Kelly.

Si hubiera un jugador capaz de llevar agua para su molino ante el desorden que se vive, ese sería Roddick. “Agua para su molino”…el bombardero de Nebraska no está muy seguro de lo que es esto, pero igual, él va con una cubeta muy dispuesto a lo que le digan.
Todo aquello que no tenga que ver con la normalidad, y que asimismo tenga que hacer con lo extraño, con lo inusual, es territorio de “A-Rod”.
Es el origen y fin por el que lucha. Su carta de independencia con la que hace barquitos de papel en el agua.
Ante Ferrer logra un porcentaje de primeros servicios realmente notable y para subrayarlo lo conjuga con cuatro aces en solo dos games al saque.
Es por esto de su decepción cuando le anunciaron la suspensión del partido por la lluvia, él no pensaba en los peligros de jugar en una cancha como aquella, solo divagaba en su mundo, solo buscaba en completar un set que se anunciaba perfecto, solo pensaba en llevar agua para su molino.

Hay una responsabilidad distinta y mayor en lo de Murray hoy. Una seriedad que no debe soslayarse por parte del británico. Juega contra la sorpresa del torneo, contra el nuevo “favorito” de los medios norteamericanos.
Esos mismos medios, que ayer le levantaban la ceja a Young y evitaban seguirle mucho el rastro por problemático, hoy tienen que hacerle la corte. Es que vivimos en Nueva York y hoy paga más del doble el prestarle atención.
Murray tiene que jugar totalmente concentrado y listo a ganar el primer set de arranque, porque sino se le va a poner muy difícil el partido debido al apoyo que va a ir concentrando el norteamericano.
Murray tiene que ganarlo rápido, como si fuera neoyorkino o como si viviera en Nueva York. O por último, como si estuviera pernoctando por una segunda semana consecutiva en la ciudad. A veces con eso basta. A veces.

El ritmo frenético que se vive en el US Open, es el mismo ritmo impuesto a los neoyorkinos desde su nacimiento. El abierto tiene el sello de Nueva York por todos sus costados.
Es miércoles y por fin los turistas pueden entender un poco más y mejor, la locura que significa todo esto, el ambiente enrarecido que alguna vez engendró al hip hop o sirvió de cuna a los Ramones.
El sonido de la guitarra de Johnny Ramone no podría haber salido de otro lugar más que de un barrio neoyorkino. Así de simple.
Mientras un viajero intenta describir todo el cúmulo de sensaciones que va sintiendo desde su llegada a la ciudad y al open, aquel va soltando su rollo a unas velocidades cercanas al hip hop más arcaico, fraseando a unas velocidades que hasta ayer no solían estar allí.
Tal vez el amigo que nos cuenta su estancia, nos esté contando sin querer y sin que se dé cuenta, la excusa perfecta para quedarse por aquí.
Sí, ser neoyorkino es un evento de sangre, pero también está hecho sobre el esfuerzo continuo del inmigrante que llega. Nunca olvidemos eso. Nunca.


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domingo, 4 de septiembre de 2011

Los colores de Nueva York

La bandera de la ciudad de Nueva York celebra el pasado holandés de la ciudad. Aunque no posea el diseño del estandarte de las Provincias Unidas de los Países Bajos, repite o intenta repetir sus colores.
Presente en los edificios de la ciudad y las casas particulares, también se le ha visto aparecer en distintas instancias del Open; no obstante, sin la insistencia de otros pendones que han empezado a poblar algunos campamentos de los participantes.

Una tela que no ha dudado en levantarse en el verano neoyorkino ha sido el de la bandera blanca. Pero no la bandera blanca de la tregua, sino de la rendición, del abandono, del ya no vamos más.
Ocho encuentros han visto el retiro de una de las partes. Por motivos serios o dudosos, los tenistas que han abandonado, levantan desde ya muchas más interrogantes que respuestas sobre sus cabezas.
¿Calendario asesino? ¿Poco profesionalismo? Cualquier pregunta se puede realizar sin hallar un verdadero sentido a las respuestas que obtenemos.
Desde ya, ansiamos el debate que debe abrirse en torno a la cuestión del almanaque tenístico que no deja mayor descanso a los participantes del circuito. Una moledora de carne o una especie de calendario republicano francés, que finalmente quita más de lo que da a favor del trabajador.

Los arces blancos, rojos y de la montaña, los robles españoles, los nogales negros, incluso los abetos entre otros tantos árboles, conforman durante el verano y los primeros días del otoño de Nueva York, un espectáculo difícil de igualar por lo vistoso.
Mahut y Nadal prometían en estos días de septiembre una jornada igual, sino parecida, por los colores y diferencias entre ellos.

“Árboles tan distintos entre sí, producen mejores luces y sombras.”

La fórmula no funcionó en la pista del Arthur Ashe. Un partido común y mediocre por parte de ambos tenistas; siendo el francés, el peor de ambos con diferencia.
Muchos errores no forzados por parte de aquel; un pésimo servicio, que a estas alturas de su carrera no se entiende.
Sin posibilidades de quiebre en todo el partido. Recapitulemos, sin posibilidades el galo de romper el servicio de Nadal en dos sets, porque solo se juegan un par de ellos, solo dos, no más. ¿Árboles en Nueva York? Mahut es un árbol caído en medio de la pista del Arthur Ashe.

John Isner es por su cuenta y riesgo, un árbol gigantesco en medio del verano neoyorkino. ¿Secoya o eucalipto? Eucalipto por supuesto, el norteamericano no podría ser otro. Con un comienzo algo tardío en el tenis profesional debido a su paso por la universidad, el nativo de Carolina del Norte nunca ha podido destacar en uno de los cuatro torneos grandes, más que por su épico partido con Mahut en Wimbledon.
Mientras Mahut está listo a ser convertido en leña, Isner podría por fin echar mejores raíces en el suelo sintético de Flushing Meadows. Como un eucalipto rebelde, que por mucho tiempo se creyó imposible que creciera fuera del Trópico de Capricornio y que hoy en día, sigue su incontenible paso hacia el norte.
El gigante descarga toda la artillería sobre su compatriota Ginepri. Lo acomete desde atrás y no duda de subir también a la red. Mete una veintena de aces y no concede ni una doble falta. Finalmente lo quiebra una vez en cada uno de los tres sets que juegan. Hace exactamente lo que se le pide o lo que él ordena para otros en el campo de juego. Todo es voluntad.
Tal vez algún día nos encontremos a un eucalipto creciendo con esfuerzo entre el asfalto o en medio de una cancha de tenis. De seguro, John Isner sería el primer ejemplar de esa especie en probar aquellos terrenos.

Hay un muchacho que ve la bandera de la ciudad de Nueva York y se siente en casa. Tiene 24 años y una apariencia descuidada. Al frente tiene al conocido Andy Murray, tan descuidado como él y que cuenta también con la misma edad.
Recuerdo al año 87 como un buen año. Para los vinos en cambio, fue un año mediocre. No tan malo como el 84, pero nunca tan bueno como lo dos años que lo precedieron o los otros tres que lo sucedieron.
¿Y para el whisky? Excelente cosecha, nacía Andy Murray. El escocés a diferencia de su rival, despuntaba muy temprano en el circuito tenístico. Se hacía estrella muy pronto. ¿Su problema? La consistencia de su juego, porque naturalidad es la que le sobra.
¿Qué se bebe en Holanda? Cerveza y ginebra por supuesto. Los tercios en Flandes sufren ante el “coraje holandés” y aquel proviene de la bebida flamenca.
Haase, que es el apellido del muchacho desgarbado, lo tiene a mal traer en los primeros dos sets a Murray. En la primera manga lo iguala en lo suficiente y se diferencia de aquel en lo escaso…la tranquilidad. Así lo supera en el tie break.
No necesita ninguna ayuda de afuera, su coraje viene de adentro. Lo atraviesa al británico con una lanza que alguien le presta de afuera. El imperio se tambalea y pierde el segundo set.
Murray entonces vuelve desde más allá del posible desastre. Rearma la armada y conquista las siguientes dos mangas para sus colores. En el último set la lucha es más pareja, pero igual gana el británico. La bandera de Nueva York se queda tal como es, casi holandesa, pero el idioma que se habla aquí y que incluso también Haase domina un poco más después de hoy, es el de Andy Murray. ¿Inglés? ¿Gaélico? ¿Escocés? No, el propio y único dialecto de Andy Murray es el que predomina.

Alex Bogomolov Jr. tiene el mejor año de su carrera a los 28 años. En una galopada fulgurante ha remontado más de 120 posiciones en lo que va del 2011. Sin lesiones a la vista, el estadounidense tiene un segundo aire que parece haber buscado durante toda la segunda parte de su carrera.
Nadie lo detiene aún lo suficiente. Ha ganado y perdido durante todo el año, lo que le ha impedido de triunfar en un torneo hasta el día de hoy. Pero cada vez que ha caído, lo ha hecho con la suficiente entereza de mantener su confianza al tope, es por eso que su impulso hacia adelante lo continúa llevando a mejores posiciones.
Hoy se encarga de vencer al brasileño Rogerio Dutra. Lo hace en sets corridos. Nada más allá del esfuerzo que se espera de un tenista, solo un poco mejor que su contrincante. Esa sería la definición perfecta de su juego, solo un poco mejor que sus contrincantes.
Más vivo y con más color. Ese pequeño esfuerzo ha probado ser lo mejor para su desempeño en el cuadro donde le ha tocado jugar. Ese poco, a veces es suficiente y casi siempre necesario. El pelirrojo ya lo sabe.

Andy Roddick depende como pocos jugadores de lo bien que sirva durante el partido. Si la mayoría de jugadores ven al servicio como la base de su juego. Para Roddick el saque no es solo la base, sino casi todo el edificio de su tenis.
Contra Sock no hace demasiado alarde de su servicio. Aquel es importante, más no decisivo. Lo ayuda a ponerse a punto del tiro ganador y de forzar el error del contrario. Es allí donde el nuevo “bombardero” está teniendo sus mayores éxitos.
¿Veremos un Roddick híbrido y con traje de otro color en lo que resta del torneo? Tal vez, una sorpresa positiva como aquella no le haría nada mal al torneo que está sufriendo de la carencia de partidos excepcionales. Hay más retiros que regresos en esto del tenis. Esperamos el retorno del viejo Andy o del nuevo Roddick, cualquiera de los dos será suficiente. ¡Dale bombardero!


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jueves, 1 de septiembre de 2011

Enfermos y recuperados en Nueva York

El día comenzó con una recurrente burla. Aquella vieja broma de que Soderling se retiraba del US Open. Sonrisas de por medio, el encargado de brindar la noticia la volvía a repetir…Soderling está fuera del torneo y su lugar lo ocupará Rogerio Dutra.
Un mazazo tremendo para todos al principio, luego las clásicas chanzas sobre el gigante sueco, las cuales lo comenzarían a comparar maliciosamente con el Vasa. Típico y cruel humor neoyorkino, aquel de bailar sobre la cubierta mojada del galeón a punto de hundirse.
Su retiro de Montreal, su no aparición en Cincinnati y su deterioro final en Nueva York lo convertían en un blanco muy fácil de pegar. Al comenzar el tercer día, Soderling pasaba a ser el Vasa y a cambiar Estocolmo por el Upper Bay como lugar de naufragio.

Rogerio Dutra, el reemplazo, tenía solo unas horas para ensayar sus líneas y repetir sus parlamentos. Solo unas horas para intentar sorprender al irlandés, que fungía hasta antes de la primera ronda, de ser rival de varios y sin rival aún.
Y lo sorprende en el primer set, lo atrapa como nos atrapa Nueva York. Dejándonos en blanco, en cero, debiendo. Un winner en toda la primera manga para Sorensen. Uno solo.
Las fuerzas se igualan en el segundo set y vuelven a inclinarse hacia el brasilero en el tercero; era suficiente para el irlandés. Él también, como una sombra posterior de Soderling, podía retirarse. El enigma Dutra lo había vencido, nunca lo pudo descifrar.

Las mejores vistas de los rascacielos de Nueva York las tienes alejándote de ellos. En el camino a Liberty Island por ejemplo, cuando tomas el Ferry y simplemente volteas hacia atrás. O cuando te escapas de improviso a Central Park de noche y los ves brillar como si la perfección por fin le pudiera pertenecer al hombre. El acero y el vidrio, dos extremos imperfectos, se unen para crear la perfección.
El Empire State fue erigido en un año. A Juan Martín del Potro le tomó dos semanas erigirse, apuntalarse en la historia de Nueva York. El tenista argentino alguna vez prometió regresar, le significó harto esfuerzo el poder volver. Este miércoles cumplió su promesa, con idas y venidas, pero la cumplió.
Claro que existen otros jugadores que actúan en el torneo y que asimismo lo han ganado; también están los otros, que se levantan a mayores alturas que su gigante persona, sean jugadores o no, solo hay que darse una vuelta por cualquier calle de la ciudad o entrar a ver un partido en el torneo. Claro que existen, pero las consideraciones con del Potro son otras.
En la cancha del Armstrong le da una terrible lección a Volandri. De esas clases magistrales que acogotan el espíritu del alumno por su complejidad y no lo dejan volar, ni menos contestar. Que aburren al alumno y aburren a los espectadores. Del Potro hoy no está para exquisiteces, ni mayores brillos. Solo está y se encuentra aquí, para cumplir una promesa, para apuntalarse en medio de la cancha, para nuevamente formar parte de la vista de la ciudad.
Desde Central Park o camino a la Liberty Island. Desde la olvidada Roosevelt Island, antigua casa de locos y criminales, lo han de ver a Del Potro, porque el tandilense está intentando enhebrar una locura, cometer un gran crimen; aquel que le indica el regreso a la vida, a su vida, a ser grande aquí en Nueva York. Justamente aquí, en la ciudad donde se reúnen los ogros y gigantes. Justamente aquí, donde el ya fue grande.
Juan Martín le da una terrible lección a Volandri, le gana en sets corridos. Pero sin brillos. Le basta con ser eficiente, tal vez mecánico. El acero y el vidrio, imperfectos como son, lo vuelven perfecto.
Se dice que logras la mejor vista de los rascacielos alejándote de ellos. Tal vez deberíamos, por esta vez, hacer justamente lo contrario. Dar entonces la vuelta y aproximarnos a las canchas del Flushing Meadows. Acercarnos para ver a Del Potro, que no ha de rascar el cielo, sino que lo va a intentar tocarlo por segunda vez. Un gigante de verdad.

Andy Murray le gana con algún tipo de complicación a Devarmann. A veces dentro del partido y otras veces fuera, el escocés debería cambiar al terapista que lo ve hasta hoy. Debería en su lugar, meterse por los recovecos de esta ciudad y hacerse leer las cartas. Si necesita refuerzo a su carácter, cualquier gitana se lo va a dar.
Un billete grande, y la mujer luego de leerle también las manos, lo ha de convencer que es el mejor. Lo ha de convencer que tiene el mejor back del circuito. Luego de leerle la palma de la mano y para confirmar también, el revés de aquella.
Murray necesita esos refuerzos que lo mantengan en el camino, pues muy fácilmente pareciera irse de los partidos.
Ya no solo basta con jugar bien. El juego se ha convertido en algo tan competitivo, que para ganar a otro, se debe traer a la mezcla cualquier cosa que pueda servir.
Murray, siendo un poco gitano (de carácter), como es, debería saber de estas cosas de antemano. Para ganar en Nueva York, se necesita de toda la artillería con que pueda contarse y de cualquier fórmula que sume más de lo ya sumado. Solo así va a poder vencer en la Gran Manzana.

John Isner pareciera haberse fugado de una exhibición entre la Central Park West y la 79. Pareciera tener una armazón entre natural y diseñada por el hombre. 85% huesos, y el restante material, creación genuina del hombre.
Un Parasaurolophus. Un herbívoro. Un gigante buenote, que pareciera no estar completamente cómodo siendo bípedo. O que finalmente podría estar igual de cómodo siendo tal como es.
El estadounidense le gana a Baghdatis. El chipriota, un ser más bueno incluso que nuestro gigante preferido. Un tenista querido por el público y los jugadores, le da dura pelea a Isner. Lo lleva a cuatro sets, incluyendo dos tie breaks. Nada de eso parece importarle al mediterráneo en el momento de darle la mano a su rival. Una amplia sonrisa refresca la tensión entre ambos. Hay dos acepciones y dos sinónimos para la palabra carismático. Estos son, Baghdatis y Marcos Baghdatis.


Hay que procurar la estadía de Roddick en la ciudad. Hacer que haga lo que quiera, que se sienta contento y que vibre más los partidos, porque parece que se está yendo. No hay que dejar que lo haga entonces. Hay que bajarlo de la cuerda.
Año 1984. Henry Garfield, más conocido como Henry Rollins canta en Black Flag. Canta The Swinging Man. Nuestro Swinging Man es Andy Roddick, y si lo queremos como dice la canción, lo vamos a bajar de la cuerda, o del trompo o barrena donde haya entrado.
En el Arthur Ashe, Russell lo hace sufrir más de la cuenta. Lo lleva a cuatro sets. Un tenista mucho mayor que Roddick lo hace sentir viejo a aquel.
Algo sucede entonces, cuando el leve parecido entre Rollins y Roddick los hacen verse aún más alejados entre ellos. No queda mucho del espíritu combativo en el tenista, no queda nada de la torpeza explosiva que podía enredar al tenista más inteligente en la final de Wimbledon.
Roddick gana, pero pareciera estar al otro lado de la pista. Incluso en otra cancha. No hay que dejar que se vaya, no hay que dejar que piense entonces, porque queremos a nuestro viejo Roddick. Al torpe que ganaba los partidos, pero que también los vibraba.


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martes, 23 de agosto de 2011

Cincinnati. La semana romana de Andy.

Aunque aquel mismo no lo sepa, los siete últimos días del escocés han completado una semana romana en medio de los Estados Unidos…

Andy Murray acaba de ganar el Masters de Cincinnati y en medio de la celebración por su victoria, es posible que no recuerde si le debe algo a la fortuna por el título recién conseguido. Es posible también que no recuerde como aquella trabaja y los plazos que debe de cumplir. Sigue siendo más seguro aún (hagamos la apuesta en una rueda) que no sepa quién es Boecio o siquiera lo haya oído nombrar.
No sería del todo descabellado entonces, que la primera vez que vino por aquí, el bueno de Andy haya confundido el origen del nombre de la ciudad con el de una tribu india. Sigue siendo más seguro aún, que no le interese siquiera la historia de Cincinato, aquel arquetipo de virtudes romanas.

Después del desastre de Montreal la semana pasada, a Andy le quedaba meditar la estrategia mientras reculaba en su habitación del Hotel. El primer partido de Murray lo llevaría a enfrentar a Nalbandián. El argentino que siempre ha sido una incógnita, solo le opuso resistencia en la primera manga. La rueda giraba de nuevo para Andy, llevándolo esta vez hacia arriba.
Luego vendría Bogomolov, que a sus 28 años, pasa por el mejor momento de su carrera. Aquel le opondría dura resistencia, especialmente en el final, pero aún así caería ante el juego del británico. Al buen desarrollo de Murray en el partido, se le sumaba a su favor otra variable, el cansancio que tenía el rival llegado desde la ronda de clasificación. La fortuna le sonreía al joven británico una vez más.

Gilles Simon lo esperaría en cuartos con un gran equipaje de sets a cuestas. El francés venía de batallar encarnizadamente sus partidos y de triunfar en todos ellos. El escocés mientras tanto, se organizaba en torno a su saque para evitar mayores sorpresas.
El resultado demostró la estrategia superior del británico y el guiño de la fortuna al colocarle una piedra más a la cansada espalda del galo.
Mardy Fish resultaría siendo el más peligroso de todos sus contrincantes. Antes y después. El estadounidense tendría varias oportunidades para sacar el partido adelante, pero sus errores le detendrían igual cantidad de veces. En el set definitivo ambos jugadores se turnarían en los quiebres hasta llegar al tie break. Fish terminaría por doblar la rodilla en otra pelota tonta que no supo defender.
Andy había ganado sin hacer mayor cosa, pero también sin haberse ido del partido en los momentos más desesperados. Sin duda, el partido más difícil de todos, por lo vivido y porque la fortuna nunca pareció sonreírle en demasía al británico, ni siquiera en la ventaja que significó un Fish desconocido y extremadamente torpe.

La final lo llevaría a enfrentar al casi invencible serbio. 57 victorias y solo una derrota en toda la temporada parecerían asustar a cualquiera. Pero Murray no estaba asustado, a lo mucho nervioso. Al menos cuando no pudo mantener la ventaja bien entrado el primer set. Pero algo ocurría en Djokovic para ceder la igualdad nuevamente y para no encontrarla nunca más. El serbio no se recuperaría finalmente y terminaría por perder el partido al retirarse antes de tiempo.

¿Qué tan roto puede estar un jugador que en la parte física se mostraba entero hasta el día anterior? ¿Cedió aquel el Masters para tener chances en el US OPEN?
Como estás dos preguntas se pueden hacer muchas otras, que al fin y al cabo serán solo especulaciones hasta que llegue el día de la contienda en Nueva York.
Lo seguro es que si el serbio se hubiera entercado, decidiendo resistir un poco más, la lluvia pronosticada lo habría salvado. Al menos por un momento. Aquel no lo quiso así.

Murray mientras tanto festejaba a la fortuna sin saberlo. Atraía en una danza silente a la lluvia que terminaba abruptamente la ceremonia de premiación. ¿Habrá cambiado con ello la suerte de Murray para el abierto de los Estados Unidos?
Nadie lo sabe aún. Andy ya piensa en Nueva York y en repetir lo conseguido aquí. Piensa en prolongar por dos semanas más, su semana feliz en Cincinnati. Tiempo suficiente para mejorar su tenis y también para saber de Boecio y Cincinato. Pero sobre todo, tiempo suficiente para lograr que las nubes negras no vuelvan a opacar su carrera. Con baile o sin él.


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domingo, 3 de julio de 2011

Él, nosotros y Tim Henman

Nadal sabe desde un principio que a partir del lunes no será ya el número uno. Pero en su rostro y sus maneras no se le ve ningún fastidio. Hasta allí podríamos escudriñar con algún éxito si es que de verás le importa aquello, porque en su juego y en su forma de actuar, eso de seguro no podrá ser notado.
El español ya esperaba el resultado de Djokovic, ya lo tenía asumido, como también ya tenía asumido el recibimiento y la empatía de Murray con el público.
El británico no se sorprende del todo con el ambiente, está al tanto de lo que significa una semifinal y espera también saber como el resto de británicos, lo que es una final con un compatriota en ella. Porque ya son más de setenta años sin ver una. Porque ya son algo más de setenta años de ver el emblema, la bandera de otro país flamear en Wimbledon. Y no se me ocurre un lugar más británico en un domingo de Julio que Wimbledon. Al menos que sea como ha venido sucediendo hasta hoy, con la bandera de otro país ondeando en la cancha central.

El primer set transcurre con gran fiereza por parte de ambos jugadores. Desde un inicio no se dan tregua. Ninguno cede su servicio y Nadal parece muy cómodo con su revés. Eso es peligroso para cualquiera y fatal para quien esté al frente.
Murray parece pedir un trainer muy deprisa, tanto, que en el siguiente descanso lo descarta más rápido que enseguida. El público en las tribunas respira aliviado, porque lo que se deduce es que hay una molestia, no una lesión grave.
La diferencia entre ambos se da al final del set, cuando Andy aprovecha un par de errores de Nadal para ganarlo. Ahora todo es cuesta arriba, aunque aquella cuesta no sea ni pronunciada, ni empinada.

El segundo set es tan parecido al primero en un inicio, que pareciera todo encaminado a una victoria ajustada de Murray. Victoria ajustada, pero victoria.
El punto de inflexión es la pelota fallada por el británico en el cuarto game del segundo set, una pelota fácil que lo habría puesto a puertas de una nueva rotura y de un posible tres a uno a su favor. Es tan claro aquel punto de inflexión que pareciera ser una rodilla doblada tocando el césped de Wimbledon. Tan claro, que todos comentan aquella jugada. Murray, Nadal, el público, los periodistas. Tan claro todo, que la realeza se tapa la cara y nosotros escribimos la mayor cantidad de líneas sobre aquello.
Los games se igualan a dos y Murray algo nervioso por lo anterior, empieza a fallar más seguido. Una doble falta y luego un smash fácil que se va.

- ¡Hey Andy!, que esto ha sido como disparar al cielo teniendo a la fiera delante de ti. Nadal no te lo va a perdonar. –

La primera rotura a favor del español. El drive de Murray empieza a jugar en contra de él mismo. ¿Se habrá dado cuenta Nadal?, ¿habrá olido la sangre? Sí, segundo break para Rafael. Nadal iguala el partido en sets.

Andy Murray inicia de muy mala manera la tercera parte. Cede su servicio, luego de otra doble falta, parece que la cosa viene grave.
Fascinante espíritu, ser, el de Nadal, que no se sacia con poco, sino que va como un animal hambriento sobre la carne primero y luego ya inmerso en el trajín, no se detiene ante el hueso o el concreto armado que conforma el esqueleto del deportista rival y de tanto mascarlo, termina por abrirle grietas y costuras para salirse finalmente con la suya.
Murray intenta oponerse, pero su defensa es atravesada en todo sitio y lugar. Rafael Nadal manda en la cancha y lo lleva al británico a luchar desesperadamente para salvar su servicio, pero tras un largo peloteo, aquel no lo llega a mantener.
El español conserva la diferencia y la amplía con un gran passing shot sobre su rival. 5-2 y aunque tiene dificultades para ganar con su servicio, se apunta el game y el tercer set.

Mientras Nadal se interna en la geografía, explorando nuevos sitios y puntos dentro de la cancha, Murray discute consigo mismo sobre el origen de su mal momento.
Una discusión médica en toda regla, Andy apunta locamente a su cadera, mientras que el resto de personas hacen la salvedad con respecto al tenista, de apuntar, sí, a su cadera, pero también a la cabeza del mismo. Opiniones divergentes entre los médicos y el paciente. Andy es ambos, ese es el problema.

En la cuarta manga, Rafa rompe muy rápidamente el servicio de Murray. Parece que al británico lo lleva un desgano general que no le permite concentrarse en su juego. Intermitente, se detiene y continúa. Se ahoga de a pocos. Le entran sorbos de agua en medio de la respiración. Su barco está a punto de recostarse.
El público empuja a Murray, pero aún así no puede quebrar a Nadal. Un galeón hace retroceder a todo el imperio británico.
Andy se queja de su pierna. Herido en lo físico y abatido en lo mental, cede ante el español.
Murray mejora año a año, pero pareciera que en Wimbledon ha estancado su progreso. Y esa imagen final que deja, lo hace parecerse cada vez más a Henman. Esto no le debe gustar. Esto no le gusta a nadie. Ni a él, ni a nosotros, ni al mismo Tim Henman
Rafael Nadal no se aleja, ni deja acercarse a su rival. Así lo planea y lo actúa hasta el final del partido. El hispano llega a otra final de Wimbledon. Tal vez su mejor partido durante el torneo. De seguro menos bueno que el del domingo. Eso esperamos todos. Él, nosotros y…Tim Henman.


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