martes, 6 de septiembre de 2011

Ausentes y presentes en Nueva York

Mucha es la soledad de Nueva York en su primer domingo de septiembre; esto, no obstante, del retorno de las familias neoyorkinas de sus vacaciones de verano, y de que la ciudad se vaya colmando con caras amistosas y conocidas. A pesar de todo ello, el otoño siempre pareciera empezar hoy domingo y no veinte días después.
Los campamentos vacíos que dejan los tenistas que se fueron, muestran los visos de haberlos dejado a medio terminar, sin haber cumplido un ciclo vital y sin oportunidad para la despedida.
Ese es el tamaño de vacío que traen las derrotas. Aquellas son siempre tan repentinas que de verás no se esperan. Es así, que las ausencias en Nueva York terminan siendo más grandes que las medias vueltas o los regresos. Significan siempre algo más.

Nadal y Nalbandián saben de esas ausencias, ellos también han contribuido con algunas de las mismas. Pero esa nostalgia por los compañeros caídos debe esperar a la rivalidad presente entre ambos.
Hoy se enfrentan por quinta vez en su carrera, nadie podría negar entonces que se conocen más, o que intentan engañarse mejor. Antes de empezar el partido, los vemos escudriñarse con los ojos, acercándose lo posible para leer el papel contrario, para saber que guardan en el libreto, para robarse entre ellos algunos de sus papeles, tal vez con suerte el papel principal.
Rafael realiza el primer movimiento táctico del match y a pesar de no querer el riesgo, termina arriesgando con su decisión. Aquel le quita velocidad y fuerza a su primer servicio, con eso busca conseguir dos cosas: seguridad en el desarrollo de su juego e impedir la peligrosa primera respuesta por parte de Nalbandián.
El argentino es el tipo de jugador que mezcla el instinto con el conocimiento cuando debe devolver el saque del rival. Eso y su “fina muñeca” le permiten estar un paso adelante y quedar bien posicionado para el siguiente golpe.
Nadal sabe de esto, estudia a sus rivales y trata de trazar una línea seguida sobre la línea punteada que le han escrito en sus entrenamientos. Una y otra vez va sobre el plan, lo repasa, lo ensaya y lo sueña. Imposible entonces no seguir las líneas, imposible no bajar la velocidad de su servicio, solo un poco, para su propia conveniencia.
Aún con todas las previsiones que Nadal presta al partido, no puede evitar que lo rompan en el primer set. Nalbandián es consciente de los fallos en la maquinaria del español, esos pequeños botones que algunos olvidan de apretar y que paran o ahogan según la circunstancia, el juego del zurdo.
El argentino tiene una variedad inmensa de golpes que muestra o esconde según el transcurrir de cada punto.
No es nada fácil para el español leer el partido; pero dicen los mejores manuales, que cuando no se ubica el lugar de destino, lo primero que debe hacerse entonces, es determinar dónde se encuentra uno en aquel momento.
Así lo hace el manacorense y cuida con ello cada golpe que da, eso le acomoda lo suficiente para empatar el partido y luego ganarlo en el tie break.

Nueva York es una ciudad en continuo crecimiento, pero también es una población que se cansa de luchar, que pierde y que en el transcurso se pierde, y que a veces se rinde.
En algunos lugares de la ciudad sucede esto, es inevitable; aquellos sitios son suficientemente grandes e importantes para poderlos señalar, para llevarlos siquiera en la memoria, e incluso para alguna vez, haberlos visitado o frecuentado.
Hospitales, institutos, escuelas y teatros que se abandonan y dejan atrás. Mansiones y casas entre tantos etcéteras; todas ellas esperando en vano al heredero o salvador de su desgracia.
¿Qué drama habrán seguido luego de sus mejores días? ¿Sucedió el final de pronto o duró aquel hasta envejecer a sus protagonistas?
Nadie lo dice, algunos vecinos que recuerdan las historias las adornan con sus propias fantasías, mentiras bellas que atraen, pero que te alejan de la realidad.
El neoyorkino miente a veces con la venia de su ciudad. Al final, resultan siendo cómplices. Te embrujan, buscan que no solo extrañes está ciudad cuando te vas de ella, sino que añores también lo que no has conocido de la misma.

Nalbandián parece abandonarse en el segundo set. Parece vacar su edificio, hartarse de él. Irse.
Lleva sobre sus espaldas todo el peso del partido, golpea hasta que se hiere a sí mismo. Construye y destruye sus propias paredes. Y se cansa finalmente.
Lo vemos mudarse. Lo vemos llevarse sus aces, sus dobles faltas y sus golpes ganadores. Aquellos últimos, como mucho los guarda en un bolsillo; mientras sus errores no forzados no logran entrar en la maletera. Y luego le ocupan hasta el asiento del conductor.
Nadal ve el desastre de al frente y no busca opinar. Busca no hacerse notar. Hasta apura su saque un poquito; camina entre ese punto y punto, un poco más de prisa.
No ha habido nubes serias de tormenta desde el domingo anterior al torneo. No las ha habido hasta hoy. Nalbandián siente sus nervios, juega con ellos entre sus dedos, los puede apretar, pero ya no los ve. Solo ve las nubes, el nublado, lo negro del asunto. Desespera más entonces y termina por perder la manga. Dos sets a cero, a favor de Nadal.

La última novela de Paul Auster toca el tema de los okupas en Nueva York. De los “squatters” en Sunset Park, Brooklyn. Es fina ficción sobre la realidad de lo que va ocurriendo en la ciudad. Ficción con un ingrediente tan común, que cierto profesor de la Universidad Estatal de Nueva York recomienda no solo a Sunset Park como sitio ideal para “okupar”, sino al viejo barrio de Jamaica en Queens.
Siguiendo su propio camino, alguna vez un cineasta llamado Mark Singer documentó la vida de los “squatters” de la Penn Station en Manhattan; fue tal el éxito del trabajo, que el director se enfrascó en superarse y hasta el día de hoy poco se ha sabido de él.
Las fantasías de Nueva York lo ubicaban como otro de los desaparecidos en los túneles de la ciudad. La realidad más bien indica una que otra mala pasada en su vida.
¿Suerte okupa? No necesariamente. No debe olvidarse el triunfo resonante de aquella “suerte” en el Lower East Side de Manhattan hace unos años.
Tal vez un día, Mr. Singer vuelva a filmar la historia de los que regresan a sus propias casas. De aquellos que no pudieron pagar la hipoteca de sus hogares y que retornaron luego de ser desalojados.
Pueda ser también que nunca se hayan ido de la avenida Bedford en Brooklyn o de los edificios grandes del South Bronx. Tal vez simplemente y con razón, tampoco quisieron irse de Queens. O de Nueva York, al fin y al cabo.

Nalbandián retorna de su viaje en el tercero. Lo pone en peligro a Nadal tantas veces como el español lo pone a aquel. No importa si pierde un punto o yerra en el transcurso del set un drive; el argentino consigue la tranquilidad necesaria para explotar nuevamente los huecos que deja Rafa en la cancha. Tanto lo preocupa al manacorense, que lo obliga a cometer equivocaciones en toda la manga. Está a punto de forzar otra vez un tie break, pero son mayores las fuerzas de Nadal en este partido.
El español triunfa, no sin antes quedar patente las ganas del gaucho por no marcharse derrotado de la cancha, por no irse tan pronto de Queens y sobre todo por no abandonar esta ciudad. Sí, pase lo que pase, siempre el primer deseo es no dejar Nueva York. Siempre lo es.

Safe Creative #1109070012254

No hay comentarios:

Publicar un comentario