domingo, 4 de septiembre de 2011

Los seres de Nueva York

Nueva York es hogar y parada final de muchos seres singulares. De personas que no se sienten cómodas dentro de ningún conjunto o sociedad conocida. Aquellas son un uno y nada más.
A la ciudad llegan y se ven atraídas decenas de entes que nunca se han de sumar a las personas comunes, o incluso, a entes como ellos mismos. Pero esta última condición, bajo ciertas circunstancias, es doblada hasta su rompimiento, y es allí que surgen múltiples posibilidades para contar una historia.
La urbe que acoge el US Open es una ciudad atrayente, por todas estas historias de seres singulares que se pueden narrar. Pasemos a listar entonces algo de lo que ocurre dentro de ella…

Nadie entiende a Radek Stepanek; incluso el apodo singular con que lo llaman, tiene más y mejor sentido del que se pueda encontrar en el rostro de aquel. Aún su nombre, cuenta en su haber con cierta rima, la cual no tiene respuesta en la cara de quien es el intérprete.
El tenista va cuesta arriba desde un principio, su cara en sí, es una endemoniada cuesta arriba.
Hay feos a los que se les mira y hay otros feos a los que se les voltea la mirada. Aquellos de los que no queremos saber nada. No los entendemos. Ni siquiera podemos entender como pueden inspirar el amor. Creemos erróneamente que nacieron huérfanos.
Radek Stepanek es amado por la Vaidisova, todo el tiempo. Y cuando juega bien al tenis, es posible que sea amado por nosotros también. Le perdonamos todo, su mal comportamiento y su difícil personalidad.
Hoy el checo abandona el torneo, se va por la puerta de atrás, lo vemos huyendo. En su declaración de rentas pone que vive en Montecarlo; pero hoy no puede aguantar, ni vivir en Mónaco, con lo que le devuelve Mónaco, Juan Mónaco. Una paliza en toda regla y el retiro del checo.
Las buenas lenguas dicen que la Vaidisova vino con él a Nueva York, las malas lenguas, que son las más, cuentan que luego de la derrota del tenista, ambos hicieron turismo en la ciudad y que se subieron juntos al Empire State. ¿An affair to remember con Cary Grant y Deborah Kerr? No.
Digamos solo que King Kong Stepanek cura sus heridas y se aparta del mundo nuevamente.

Coney Island ha cambiado, vaya si ha cambiado con los años. Primeramente, Coney Island ya no es una isla, es una península. Sus calles dejaron de ser dominadas por rufianes, prostitutas y ladrones de poca monta. Y sobre todo, su destino ya no lo rigen los hombres de Tammany Hall.
Alguna vez en el pasado, antes del avistamiento de la Estatua de la Libertad por parte de los inmigrantes y marinos, lo que los recibía desde tierra era el Elefante de Coney Island. Demás está decir que el Elefante de Coney Island era un burdel.
Luego sus calles fueron conocidas como centros de entretenimiento un poco más descafeinados y de corte familiar. Abrieron parques famosos como el Steeplechase Park, el Luna Park y el Dreamland. De todos ellos, el Dreamland era una categoría aparte en cuanto a los “espectáculos” que presentaba. Si los romanos tuvieron sus coliseos y gladiadores, los neoyorkinos de la primera mitad del siglo XX tuvieron al Dreamland y sus “freak shows”.
La mujer barbuda, los siameses y los enanos, algún que otro “pinhead” y el hombre de goma.

Nueva Orleans es el puerto de entrada del caucho natural dentro de los Estados Unidos, pero es Nueva York donde Reed Richards y la futura “Mole” traban amistad.
Monfils no tiene a ninguna mole que le cuide las espaldas de los matones, ni siquiera de un Ferrero que pareciera haber vuelto.
Los rivales se van a cinco sets. Pero es Monfils el que iguala sus errores y aciertos en ochenta y uno. Nadie puede ganar y perder tanto sin volverse loco o perderlo todo. Monfils se va a los extremos con su forma de jugar el tenis, yendo de aquí para allá sin ninguna previsión necesaria. Ferrero tarda su tiempo en medir el tamaño de la goma que tiene adelante.
No, Monfils no se ha de romper; lo que Ferrero concibe, es contraerlo hasta hacerlo minúsculo. Reducirlo a la mínima expresión para que ya no pueda hacer la diferencia.
Todo es exagerado en la vida de Monfils. Aún su forma de jugar al tenis. Su mayor cantidad de errores y aciertos, de aces y dobles faltas, de victorias, y como hoy, de derrotas, de derrotas en cinco sets.

Ivo Karlovic parece un náufrago. La barba descuidada, los ojos perdidos y esos pasos que quisieran tropezar más que avanzar, hacen pensar, de que está siempre más cerca de la derrota que de la victoria.
Al frente, el francés Gasquet más que su exacto opuesto, pareciera pertenecer a otra categoría. Sus movimientos casi perfectos en el campo de juego, lo deberían poner en un futuro, como ejemplo de cómo se debe de golpear una pelota de tenis. Pero hasta la perfección conlleva sus problemas, si no cuenta con un alma que la vaya conduciendo desde atrás.
El croata se aferra a ese tamaño de árbol que tiene durante todo el partido. Desde allí descarga una batería de aces y primeros servicios que demuelen la línea defensiva ideada por el galo. Gasquet carece de explosión y del alma de un mártir. Nunca se le ha de ver levantando la mano para ofrecerse de voluntario para nada. El es parte del grupo, del montón y de ese lugar cómodo nadie lo ha podido sacar. Ha encontrado la comodidad de los pastos y solo come de allí, le han crecido cuatro estómagos y se siente bien siendo una vaca. Pónganle la campana y llévenle de vuelta al establo, que aquí se encarga de confundir.
Karlovic gana el partido en cuatro sets y pasa a tercera ronda. Sigue con vida en el US Open. ¿El francés? Solo conoce da la buena vida y sus derrotas.

No podemos descartar a Berdych en el torneo. Nunca ha de ser la carta más alta de todas, pero con su número aún se puede vencer cualquier información negativa que se tenga de él. Todavía tiene crédito suficiente para aceptarle la apuesta por un par de años más.
Hoy le gana con autoridad a Fognini. Está a la altura de la pelea que le pone el italiano en el primero y le responde a aquel con todo el arsenal que guarda en algún lugar recóndito. Ese lugar que ni él mismo sabe dónde queda con exactitud.
Luego lo arrasa al mediterráneo en el segundo y tercero. Lo vuelve inhabitable. Nada de provecho crece a su alrededor. Ni una planta. Ni siquiera el ligur puede convertirse en un solitario hongo. Nada.
Berdych se prepara para el siguiente partido, sueña seguramente con junglas, selvas y bosques. Sueña con Nueva York entonces.

Berlocq destruye a Riba en la primera ronda. Djokovic hace lo mismo con el triunfador de aquella ronda. El pez grande se come al pequeño. Y al pez grande se lo filetea un extraterrestre. Algo anda mal en la secuencia. Repitamos.
Mejor no sigamos, pues ya queda meridianamente claro que cualquier secuencia va a salirse de tono al poner a Djokovic en ella. Así de diferente se presenta el serbio.
Berlocq entiende su humilde papel en el partido y aunque no disfruta de su comienzo, luego se une a la fiesta. No es falta de seriedad lo que hace el argentino, es simplemente intentar perder con la dignidad intacta. Sin traumarse porque le están dando una paliza.
Consigue dos games en todo el match. Pero esos dos games no se los regala Djokovic, él los gana. Lo importante es que el gaucho pierde el partido, pero nunca lo entrega. Retirarse es entregar el partido. No es ser pez pequeño o grande. Simplemente, es ser el gusano ensartado en el anzuelo que nadie muerde. Simplemente eso. Bien por Djokovic y Berlocq que salvan el día y una buena pesca para los espectadores.


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