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domingo, 4 de septiembre de 2011

Los colores de Nueva York

La bandera de la ciudad de Nueva York celebra el pasado holandés de la ciudad. Aunque no posea el diseño del estandarte de las Provincias Unidas de los Países Bajos, repite o intenta repetir sus colores.
Presente en los edificios de la ciudad y las casas particulares, también se le ha visto aparecer en distintas instancias del Open; no obstante, sin la insistencia de otros pendones que han empezado a poblar algunos campamentos de los participantes.

Una tela que no ha dudado en levantarse en el verano neoyorkino ha sido el de la bandera blanca. Pero no la bandera blanca de la tregua, sino de la rendición, del abandono, del ya no vamos más.
Ocho encuentros han visto el retiro de una de las partes. Por motivos serios o dudosos, los tenistas que han abandonado, levantan desde ya muchas más interrogantes que respuestas sobre sus cabezas.
¿Calendario asesino? ¿Poco profesionalismo? Cualquier pregunta se puede realizar sin hallar un verdadero sentido a las respuestas que obtenemos.
Desde ya, ansiamos el debate que debe abrirse en torno a la cuestión del almanaque tenístico que no deja mayor descanso a los participantes del circuito. Una moledora de carne o una especie de calendario republicano francés, que finalmente quita más de lo que da a favor del trabajador.

Los arces blancos, rojos y de la montaña, los robles españoles, los nogales negros, incluso los abetos entre otros tantos árboles, conforman durante el verano y los primeros días del otoño de Nueva York, un espectáculo difícil de igualar por lo vistoso.
Mahut y Nadal prometían en estos días de septiembre una jornada igual, sino parecida, por los colores y diferencias entre ellos.

“Árboles tan distintos entre sí, producen mejores luces y sombras.”

La fórmula no funcionó en la pista del Arthur Ashe. Un partido común y mediocre por parte de ambos tenistas; siendo el francés, el peor de ambos con diferencia.
Muchos errores no forzados por parte de aquel; un pésimo servicio, que a estas alturas de su carrera no se entiende.
Sin posibilidades de quiebre en todo el partido. Recapitulemos, sin posibilidades el galo de romper el servicio de Nadal en dos sets, porque solo se juegan un par de ellos, solo dos, no más. ¿Árboles en Nueva York? Mahut es un árbol caído en medio de la pista del Arthur Ashe.

John Isner es por su cuenta y riesgo, un árbol gigantesco en medio del verano neoyorkino. ¿Secoya o eucalipto? Eucalipto por supuesto, el norteamericano no podría ser otro. Con un comienzo algo tardío en el tenis profesional debido a su paso por la universidad, el nativo de Carolina del Norte nunca ha podido destacar en uno de los cuatro torneos grandes, más que por su épico partido con Mahut en Wimbledon.
Mientras Mahut está listo a ser convertido en leña, Isner podría por fin echar mejores raíces en el suelo sintético de Flushing Meadows. Como un eucalipto rebelde, que por mucho tiempo se creyó imposible que creciera fuera del Trópico de Capricornio y que hoy en día, sigue su incontenible paso hacia el norte.
El gigante descarga toda la artillería sobre su compatriota Ginepri. Lo acomete desde atrás y no duda de subir también a la red. Mete una veintena de aces y no concede ni una doble falta. Finalmente lo quiebra una vez en cada uno de los tres sets que juegan. Hace exactamente lo que se le pide o lo que él ordena para otros en el campo de juego. Todo es voluntad.
Tal vez algún día nos encontremos a un eucalipto creciendo con esfuerzo entre el asfalto o en medio de una cancha de tenis. De seguro, John Isner sería el primer ejemplar de esa especie en probar aquellos terrenos.

Hay un muchacho que ve la bandera de la ciudad de Nueva York y se siente en casa. Tiene 24 años y una apariencia descuidada. Al frente tiene al conocido Andy Murray, tan descuidado como él y que cuenta también con la misma edad.
Recuerdo al año 87 como un buen año. Para los vinos en cambio, fue un año mediocre. No tan malo como el 84, pero nunca tan bueno como lo dos años que lo precedieron o los otros tres que lo sucedieron.
¿Y para el whisky? Excelente cosecha, nacía Andy Murray. El escocés a diferencia de su rival, despuntaba muy temprano en el circuito tenístico. Se hacía estrella muy pronto. ¿Su problema? La consistencia de su juego, porque naturalidad es la que le sobra.
¿Qué se bebe en Holanda? Cerveza y ginebra por supuesto. Los tercios en Flandes sufren ante el “coraje holandés” y aquel proviene de la bebida flamenca.
Haase, que es el apellido del muchacho desgarbado, lo tiene a mal traer en los primeros dos sets a Murray. En la primera manga lo iguala en lo suficiente y se diferencia de aquel en lo escaso…la tranquilidad. Así lo supera en el tie break.
No necesita ninguna ayuda de afuera, su coraje viene de adentro. Lo atraviesa al británico con una lanza que alguien le presta de afuera. El imperio se tambalea y pierde el segundo set.
Murray entonces vuelve desde más allá del posible desastre. Rearma la armada y conquista las siguientes dos mangas para sus colores. En el último set la lucha es más pareja, pero igual gana el británico. La bandera de Nueva York se queda tal como es, casi holandesa, pero el idioma que se habla aquí y que incluso también Haase domina un poco más después de hoy, es el de Andy Murray. ¿Inglés? ¿Gaélico? ¿Escocés? No, el propio y único dialecto de Andy Murray es el que predomina.

Alex Bogomolov Jr. tiene el mejor año de su carrera a los 28 años. En una galopada fulgurante ha remontado más de 120 posiciones en lo que va del 2011. Sin lesiones a la vista, el estadounidense tiene un segundo aire que parece haber buscado durante toda la segunda parte de su carrera.
Nadie lo detiene aún lo suficiente. Ha ganado y perdido durante todo el año, lo que le ha impedido de triunfar en un torneo hasta el día de hoy. Pero cada vez que ha caído, lo ha hecho con la suficiente entereza de mantener su confianza al tope, es por eso que su impulso hacia adelante lo continúa llevando a mejores posiciones.
Hoy se encarga de vencer al brasileño Rogerio Dutra. Lo hace en sets corridos. Nada más allá del esfuerzo que se espera de un tenista, solo un poco mejor que su contrincante. Esa sería la definición perfecta de su juego, solo un poco mejor que sus contrincantes.
Más vivo y con más color. Ese pequeño esfuerzo ha probado ser lo mejor para su desempeño en el cuadro donde le ha tocado jugar. Ese poco, a veces es suficiente y casi siempre necesario. El pelirrojo ya lo sabe.

Andy Roddick depende como pocos jugadores de lo bien que sirva durante el partido. Si la mayoría de jugadores ven al servicio como la base de su juego. Para Roddick el saque no es solo la base, sino casi todo el edificio de su tenis.
Contra Sock no hace demasiado alarde de su servicio. Aquel es importante, más no decisivo. Lo ayuda a ponerse a punto del tiro ganador y de forzar el error del contrario. Es allí donde el nuevo “bombardero” está teniendo sus mayores éxitos.
¿Veremos un Roddick híbrido y con traje de otro color en lo que resta del torneo? Tal vez, una sorpresa positiva como aquella no le haría nada mal al torneo que está sufriendo de la carencia de partidos excepcionales. Hay más retiros que regresos en esto del tenis. Esperamos el retorno del viejo Andy o del nuevo Roddick, cualquiera de los dos será suficiente. ¡Dale bombardero!


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jueves, 1 de septiembre de 2011

Enfermos y recuperados en Nueva York

El día comenzó con una recurrente burla. Aquella vieja broma de que Soderling se retiraba del US Open. Sonrisas de por medio, el encargado de brindar la noticia la volvía a repetir…Soderling está fuera del torneo y su lugar lo ocupará Rogerio Dutra.
Un mazazo tremendo para todos al principio, luego las clásicas chanzas sobre el gigante sueco, las cuales lo comenzarían a comparar maliciosamente con el Vasa. Típico y cruel humor neoyorkino, aquel de bailar sobre la cubierta mojada del galeón a punto de hundirse.
Su retiro de Montreal, su no aparición en Cincinnati y su deterioro final en Nueva York lo convertían en un blanco muy fácil de pegar. Al comenzar el tercer día, Soderling pasaba a ser el Vasa y a cambiar Estocolmo por el Upper Bay como lugar de naufragio.

Rogerio Dutra, el reemplazo, tenía solo unas horas para ensayar sus líneas y repetir sus parlamentos. Solo unas horas para intentar sorprender al irlandés, que fungía hasta antes de la primera ronda, de ser rival de varios y sin rival aún.
Y lo sorprende en el primer set, lo atrapa como nos atrapa Nueva York. Dejándonos en blanco, en cero, debiendo. Un winner en toda la primera manga para Sorensen. Uno solo.
Las fuerzas se igualan en el segundo set y vuelven a inclinarse hacia el brasilero en el tercero; era suficiente para el irlandés. Él también, como una sombra posterior de Soderling, podía retirarse. El enigma Dutra lo había vencido, nunca lo pudo descifrar.

Las mejores vistas de los rascacielos de Nueva York las tienes alejándote de ellos. En el camino a Liberty Island por ejemplo, cuando tomas el Ferry y simplemente volteas hacia atrás. O cuando te escapas de improviso a Central Park de noche y los ves brillar como si la perfección por fin le pudiera pertenecer al hombre. El acero y el vidrio, dos extremos imperfectos, se unen para crear la perfección.
El Empire State fue erigido en un año. A Juan Martín del Potro le tomó dos semanas erigirse, apuntalarse en la historia de Nueva York. El tenista argentino alguna vez prometió regresar, le significó harto esfuerzo el poder volver. Este miércoles cumplió su promesa, con idas y venidas, pero la cumplió.
Claro que existen otros jugadores que actúan en el torneo y que asimismo lo han ganado; también están los otros, que se levantan a mayores alturas que su gigante persona, sean jugadores o no, solo hay que darse una vuelta por cualquier calle de la ciudad o entrar a ver un partido en el torneo. Claro que existen, pero las consideraciones con del Potro son otras.
En la cancha del Armstrong le da una terrible lección a Volandri. De esas clases magistrales que acogotan el espíritu del alumno por su complejidad y no lo dejan volar, ni menos contestar. Que aburren al alumno y aburren a los espectadores. Del Potro hoy no está para exquisiteces, ni mayores brillos. Solo está y se encuentra aquí, para cumplir una promesa, para apuntalarse en medio de la cancha, para nuevamente formar parte de la vista de la ciudad.
Desde Central Park o camino a la Liberty Island. Desde la olvidada Roosevelt Island, antigua casa de locos y criminales, lo han de ver a Del Potro, porque el tandilense está intentando enhebrar una locura, cometer un gran crimen; aquel que le indica el regreso a la vida, a su vida, a ser grande aquí en Nueva York. Justamente aquí, en la ciudad donde se reúnen los ogros y gigantes. Justamente aquí, donde el ya fue grande.
Juan Martín le da una terrible lección a Volandri, le gana en sets corridos. Pero sin brillos. Le basta con ser eficiente, tal vez mecánico. El acero y el vidrio, imperfectos como son, lo vuelven perfecto.
Se dice que logras la mejor vista de los rascacielos alejándote de ellos. Tal vez deberíamos, por esta vez, hacer justamente lo contrario. Dar entonces la vuelta y aproximarnos a las canchas del Flushing Meadows. Acercarnos para ver a Del Potro, que no ha de rascar el cielo, sino que lo va a intentar tocarlo por segunda vez. Un gigante de verdad.

Andy Murray le gana con algún tipo de complicación a Devarmann. A veces dentro del partido y otras veces fuera, el escocés debería cambiar al terapista que lo ve hasta hoy. Debería en su lugar, meterse por los recovecos de esta ciudad y hacerse leer las cartas. Si necesita refuerzo a su carácter, cualquier gitana se lo va a dar.
Un billete grande, y la mujer luego de leerle también las manos, lo ha de convencer que es el mejor. Lo ha de convencer que tiene el mejor back del circuito. Luego de leerle la palma de la mano y para confirmar también, el revés de aquella.
Murray necesita esos refuerzos que lo mantengan en el camino, pues muy fácilmente pareciera irse de los partidos.
Ya no solo basta con jugar bien. El juego se ha convertido en algo tan competitivo, que para ganar a otro, se debe traer a la mezcla cualquier cosa que pueda servir.
Murray, siendo un poco gitano (de carácter), como es, debería saber de estas cosas de antemano. Para ganar en Nueva York, se necesita de toda la artillería con que pueda contarse y de cualquier fórmula que sume más de lo ya sumado. Solo así va a poder vencer en la Gran Manzana.

John Isner pareciera haberse fugado de una exhibición entre la Central Park West y la 79. Pareciera tener una armazón entre natural y diseñada por el hombre. 85% huesos, y el restante material, creación genuina del hombre.
Un Parasaurolophus. Un herbívoro. Un gigante buenote, que pareciera no estar completamente cómodo siendo bípedo. O que finalmente podría estar igual de cómodo siendo tal como es.
El estadounidense le gana a Baghdatis. El chipriota, un ser más bueno incluso que nuestro gigante preferido. Un tenista querido por el público y los jugadores, le da dura pelea a Isner. Lo lleva a cuatro sets, incluyendo dos tie breaks. Nada de eso parece importarle al mediterráneo en el momento de darle la mano a su rival. Una amplia sonrisa refresca la tensión entre ambos. Hay dos acepciones y dos sinónimos para la palabra carismático. Estos son, Baghdatis y Marcos Baghdatis.


Hay que procurar la estadía de Roddick en la ciudad. Hacer que haga lo que quiera, que se sienta contento y que vibre más los partidos, porque parece que se está yendo. No hay que dejar que lo haga entonces. Hay que bajarlo de la cuerda.
Año 1984. Henry Garfield, más conocido como Henry Rollins canta en Black Flag. Canta The Swinging Man. Nuestro Swinging Man es Andy Roddick, y si lo queremos como dice la canción, lo vamos a bajar de la cuerda, o del trompo o barrena donde haya entrado.
En el Arthur Ashe, Russell lo hace sufrir más de la cuenta. Lo lleva a cuatro sets. Un tenista mucho mayor que Roddick lo hace sentir viejo a aquel.
Algo sucede entonces, cuando el leve parecido entre Rollins y Roddick los hacen verse aún más alejados entre ellos. No queda mucho del espíritu combativo en el tenista, no queda nada de la torpeza explosiva que podía enredar al tenista más inteligente en la final de Wimbledon.
Roddick gana, pero pareciera estar al otro lado de la pista. Incluso en otra cancha. No hay que dejar que se vaya, no hay que dejar que piense entonces, porque queremos a nuestro viejo Roddick. Al torpe que ganaba los partidos, pero que también los vibraba.


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