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lunes, 12 de septiembre de 2011

Las puestas de sol en Queens

Debido al gran tamaño de Nueva York y a las infinitas dimensiones que se superponen en ella, es que se obtienen disímiles experiencias para los que viven o visitan la ciudad.
Por ejemplo, las puestas de sol que se observan en varios puntos de Queens no tienen comparación con las demás puestas de sol que se hayan podido experimentar en el tiempo. No se parecen en nada. Son incluso muy distintas, a los crepúsculos y ocasos que se dan en otros barrios de la ciudad. Esto podría deberse a que sus ocasos de sol aparentan comenzar antes, gracias al horizonte empinado que ofrece un Manhattan de fondo.
Como una barrera y también como un punto que atrae la vista de la persona que observa, los edificios más altos de la ciudad logran que el efecto sea muy diferente e impresionante para todo aquel que por un instante, desenfoca la vista de lo mucho que ha hecho el hombre en la isla y presta atención al detalle del sol incendiando pastos que se muestran muy altos en estos prados.
Como si se tratara de un ladrón entrando por los techos y azoteas de los edificios, el sol que desciende, pareciera tocar y tantear lo más valioso de la urbe, para luego también en el punto seguido, desaparecer con su botín en medio de las gigantescas moles.

Desde el principio del partido que nos entregan Nadal y Murray, lo vemos al primero intentar robarle el servicio a su rival. Aquí no cuentan ceremonias, ni formalidades.
El escocés aguanta la arremetida del español, yendo hacia adelante, intentando subir con las ventajas que Nadal le entrega al contrario. Como aquella pelota a mitad de cancha que el Rafa dispara.
Cuando Andy logra llegar a la net, el español intenta superarlo casi siempre con un revés cruzado, porque es al revés de Nadal donde lo vemos atacar a Murray. La mayoría de subidas del escocés son de su provecho. Una lástima que no lo haya intentado más de lo que debiera.
El español va sorteando como puede y también como debe, los backs cruzados que Murray logra meter en campo rival. ¿Y cómo es aquello?
Aquello del poder y deber se basa siempre en dar un golpe más, en alargar al máximo el punto que se juega.
Es de esa forma que el manacorense se hace fuerte ante su contrario y lo obliga a ceder un juego de su servicio. Eso en un partido que se presume cerrado desde el comienzo, se torna imposible de retornar por parte del escocés. Nadal mantiene su saque y gana la primera manga.

La puesta de sol que se ve hoy sábado en el Arthur Ashe, no defrauda a quienes viven en la ciudad, ni deja de sorprender a aquellos que la ven por primera vez.
La gente antes de los intermedios y descansos del segundo set, se va parapetando en lo más alto, buscando conseguir la mejor foto de todas. A ninguno de ellos les importa perderse algo de la acción que se vive en la cancha misma del estadio.
Algunos incluso, tratan de trazar un paralelo entre lo vivido durante el primer partido de la jornada y aquel astro, que gracias a las nubes altas de hoy, nos entrega una vista maravillosa, llena de colores y tonalidades de vida. El atardecer de un tenista no debería ser distinto a lo que se ha visto hoy. Nunca.

Son muchas veces, demasiadas, las oportunidades que el británico desperdicia para quebrar el servicio de Nadal en el inicio del segundo set. ¿Menos concentración de Murray y mayor fortaleza mental de Nadal?
Sí, mucho de eso hay en las excusas que pone Andy sobre las muñequeras que utiliza y los bolsillos del short que calza. Es como si estuviera descontento con lo que viste y no con la piel frágil que luce y muestra a su rival. Se preocupa por el largo de la tela, en lugar de fijarse en la armadura que se le resquebraja por los lados.
Ha decidido irse por la tangente para justificar un mal juego que viene realizando, y simplemente, pequeños detalles como esos que se discute a sí mismo, se le presentan perfectos para no admitir responsabilidades. Una tabla de salvación al día de hoy, pero que con el tiempo podría también convertirse en una cruz pesada, porque distrae la atención sobre lo importante.

“Andy, intenta enfocarte en lo que practicaste”…es lo que le repiten a Murray desde su esquina. Se lo refrendan cuando voltea buscando consuelo luego de haber fallado un punto fácil. Y se lo vuelven a recalcar en el instante mismo donde el jugador está sumando esfuerzos para darse la espalda y echar a pique sus naves.
Pero el escocés sabe que esa indicación aunque buena, no será suficiente; Nadal no ha sido su sparring en los entrenamientos. Y su coach no le ha devuelto las pelotas casi imposibles que el español le lanza desde el fondo.
Andy no puede sostener por mucho más tiempo el avance del contrario y entrega el segundo set luego de casi cincuenta minutos.
En el camino han quedado demasiados errores no forzados de Murray, e incluso también, debido a la poca efectividad de él mismo, menos puntos ganadores que su rival.

En el tercer set, el escocés arriesga todo y lo entrega también todo. Se ven los puntos más espectaculares por parte de ambos jugadores. Uno y otro, ya sean ganadores o perdedores de la jugada, acaban en las esquinas, los costados y también cerca de la net con cada pelota contestada.
Murray pide inspiración a gritos cuando pierde su propio servicio luego de haberlo quebrado a Nadal. Todo es demasiado sincero, ninguna emoción se la buscan guardar siquiera.
El británico mantiene con dificultades sus otros juegos al saque, pero no vuelve a perder uno de ellos durante toda la manga; casi al final de la misma, lo quiebra al español una vez más.
Los puntos disputados pueden ser cada vez más largos, dejar las pelotas casi sin pelusa, y hacer asomar las lesiones en la espalda, pero la tendencia es la de un Murray al alza hasta el final del set.
Hay poco más de cinco mil quinientos kilómetros entre la residencia de Londres de Andy Murray y Nueva York, pero hoy el británico al empezar el cuarto set, se siente en casa.
En concordancia con el anterior parcial y con la propia historia de la ciudad, decide querer más y también quererlo todo, al momento de seguir al ataque sobre el español.
Pero Nadal simplemente no se lo permite. Lo mantiene a gran distancia de él, con la confianza puesta en su primer servicio, que lentamente socava las bases recién afirmadas del escocés.
El español aminora los puntos ganadores, pero a su vez, también reduce sus errores no forzados. Allí es donde descansa la diferencia con Murray, que en el cuarto set aumenta todo a niveles de inflación. Los errores de Andy le pasan factura a su juego. La espalda entonces reemplaza a las vestimentas, como punto central de sus quejas. Al menos sus lamentos se sienten más reales, menos actuados. Y es que el británico ya percibe el final de todo.
Murray ha hecho un enorme trayecto hasta aquí, pero es Nadal el que camina en solitario el último tramo. El que se queda para ver una nueva puesta de sol en Nueva York. Tal vez la puesta del lunes sea más bella que la de hoy. Seguro será diferente. Todos nos quedaremos entonces para verla.


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martes, 6 de septiembre de 2011

Ausentes y presentes en Nueva York

Mucha es la soledad de Nueva York en su primer domingo de septiembre; esto, no obstante, del retorno de las familias neoyorkinas de sus vacaciones de verano, y de que la ciudad se vaya colmando con caras amistosas y conocidas. A pesar de todo ello, el otoño siempre pareciera empezar hoy domingo y no veinte días después.
Los campamentos vacíos que dejan los tenistas que se fueron, muestran los visos de haberlos dejado a medio terminar, sin haber cumplido un ciclo vital y sin oportunidad para la despedida.
Ese es el tamaño de vacío que traen las derrotas. Aquellas son siempre tan repentinas que de verás no se esperan. Es así, que las ausencias en Nueva York terminan siendo más grandes que las medias vueltas o los regresos. Significan siempre algo más.

Nadal y Nalbandián saben de esas ausencias, ellos también han contribuido con algunas de las mismas. Pero esa nostalgia por los compañeros caídos debe esperar a la rivalidad presente entre ambos.
Hoy se enfrentan por quinta vez en su carrera, nadie podría negar entonces que se conocen más, o que intentan engañarse mejor. Antes de empezar el partido, los vemos escudriñarse con los ojos, acercándose lo posible para leer el papel contrario, para saber que guardan en el libreto, para robarse entre ellos algunos de sus papeles, tal vez con suerte el papel principal.
Rafael realiza el primer movimiento táctico del match y a pesar de no querer el riesgo, termina arriesgando con su decisión. Aquel le quita velocidad y fuerza a su primer servicio, con eso busca conseguir dos cosas: seguridad en el desarrollo de su juego e impedir la peligrosa primera respuesta por parte de Nalbandián.
El argentino es el tipo de jugador que mezcla el instinto con el conocimiento cuando debe devolver el saque del rival. Eso y su “fina muñeca” le permiten estar un paso adelante y quedar bien posicionado para el siguiente golpe.
Nadal sabe de esto, estudia a sus rivales y trata de trazar una línea seguida sobre la línea punteada que le han escrito en sus entrenamientos. Una y otra vez va sobre el plan, lo repasa, lo ensaya y lo sueña. Imposible entonces no seguir las líneas, imposible no bajar la velocidad de su servicio, solo un poco, para su propia conveniencia.
Aún con todas las previsiones que Nadal presta al partido, no puede evitar que lo rompan en el primer set. Nalbandián es consciente de los fallos en la maquinaria del español, esos pequeños botones que algunos olvidan de apretar y que paran o ahogan según la circunstancia, el juego del zurdo.
El argentino tiene una variedad inmensa de golpes que muestra o esconde según el transcurrir de cada punto.
No es nada fácil para el español leer el partido; pero dicen los mejores manuales, que cuando no se ubica el lugar de destino, lo primero que debe hacerse entonces, es determinar dónde se encuentra uno en aquel momento.
Así lo hace el manacorense y cuida con ello cada golpe que da, eso le acomoda lo suficiente para empatar el partido y luego ganarlo en el tie break.

Nueva York es una ciudad en continuo crecimiento, pero también es una población que se cansa de luchar, que pierde y que en el transcurso se pierde, y que a veces se rinde.
En algunos lugares de la ciudad sucede esto, es inevitable; aquellos sitios son suficientemente grandes e importantes para poderlos señalar, para llevarlos siquiera en la memoria, e incluso para alguna vez, haberlos visitado o frecuentado.
Hospitales, institutos, escuelas y teatros que se abandonan y dejan atrás. Mansiones y casas entre tantos etcéteras; todas ellas esperando en vano al heredero o salvador de su desgracia.
¿Qué drama habrán seguido luego de sus mejores días? ¿Sucedió el final de pronto o duró aquel hasta envejecer a sus protagonistas?
Nadie lo dice, algunos vecinos que recuerdan las historias las adornan con sus propias fantasías, mentiras bellas que atraen, pero que te alejan de la realidad.
El neoyorkino miente a veces con la venia de su ciudad. Al final, resultan siendo cómplices. Te embrujan, buscan que no solo extrañes está ciudad cuando te vas de ella, sino que añores también lo que no has conocido de la misma.

Nalbandián parece abandonarse en el segundo set. Parece vacar su edificio, hartarse de él. Irse.
Lleva sobre sus espaldas todo el peso del partido, golpea hasta que se hiere a sí mismo. Construye y destruye sus propias paredes. Y se cansa finalmente.
Lo vemos mudarse. Lo vemos llevarse sus aces, sus dobles faltas y sus golpes ganadores. Aquellos últimos, como mucho los guarda en un bolsillo; mientras sus errores no forzados no logran entrar en la maletera. Y luego le ocupan hasta el asiento del conductor.
Nadal ve el desastre de al frente y no busca opinar. Busca no hacerse notar. Hasta apura su saque un poquito; camina entre ese punto y punto, un poco más de prisa.
No ha habido nubes serias de tormenta desde el domingo anterior al torneo. No las ha habido hasta hoy. Nalbandián siente sus nervios, juega con ellos entre sus dedos, los puede apretar, pero ya no los ve. Solo ve las nubes, el nublado, lo negro del asunto. Desespera más entonces y termina por perder la manga. Dos sets a cero, a favor de Nadal.

La última novela de Paul Auster toca el tema de los okupas en Nueva York. De los “squatters” en Sunset Park, Brooklyn. Es fina ficción sobre la realidad de lo que va ocurriendo en la ciudad. Ficción con un ingrediente tan común, que cierto profesor de la Universidad Estatal de Nueva York recomienda no solo a Sunset Park como sitio ideal para “okupar”, sino al viejo barrio de Jamaica en Queens.
Siguiendo su propio camino, alguna vez un cineasta llamado Mark Singer documentó la vida de los “squatters” de la Penn Station en Manhattan; fue tal el éxito del trabajo, que el director se enfrascó en superarse y hasta el día de hoy poco se ha sabido de él.
Las fantasías de Nueva York lo ubicaban como otro de los desaparecidos en los túneles de la ciudad. La realidad más bien indica una que otra mala pasada en su vida.
¿Suerte okupa? No necesariamente. No debe olvidarse el triunfo resonante de aquella “suerte” en el Lower East Side de Manhattan hace unos años.
Tal vez un día, Mr. Singer vuelva a filmar la historia de los que regresan a sus propias casas. De aquellos que no pudieron pagar la hipoteca de sus hogares y que retornaron luego de ser desalojados.
Pueda ser también que nunca se hayan ido de la avenida Bedford en Brooklyn o de los edificios grandes del South Bronx. Tal vez simplemente y con razón, tampoco quisieron irse de Queens. O de Nueva York, al fin y al cabo.

Nalbandián retorna de su viaje en el tercero. Lo pone en peligro a Nadal tantas veces como el español lo pone a aquel. No importa si pierde un punto o yerra en el transcurso del set un drive; el argentino consigue la tranquilidad necesaria para explotar nuevamente los huecos que deja Rafa en la cancha. Tanto lo preocupa al manacorense, que lo obliga a cometer equivocaciones en toda la manga. Está a punto de forzar otra vez un tie break, pero son mayores las fuerzas de Nadal en este partido.
El español triunfa, no sin antes quedar patente las ganas del gaucho por no marcharse derrotado de la cancha, por no irse tan pronto de Queens y sobre todo por no abandonar esta ciudad. Sí, pase lo que pase, siempre el primer deseo es no dejar Nueva York. Siempre lo es.

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