lunes, 12 de septiembre de 2011

Las puestas de sol en Queens

Debido al gran tamaño de Nueva York y a las infinitas dimensiones que se superponen en ella, es que se obtienen disímiles experiencias para los que viven o visitan la ciudad.
Por ejemplo, las puestas de sol que se observan en varios puntos de Queens no tienen comparación con las demás puestas de sol que se hayan podido experimentar en el tiempo. No se parecen en nada. Son incluso muy distintas, a los crepúsculos y ocasos que se dan en otros barrios de la ciudad. Esto podría deberse a que sus ocasos de sol aparentan comenzar antes, gracias al horizonte empinado que ofrece un Manhattan de fondo.
Como una barrera y también como un punto que atrae la vista de la persona que observa, los edificios más altos de la ciudad logran que el efecto sea muy diferente e impresionante para todo aquel que por un instante, desenfoca la vista de lo mucho que ha hecho el hombre en la isla y presta atención al detalle del sol incendiando pastos que se muestran muy altos en estos prados.
Como si se tratara de un ladrón entrando por los techos y azoteas de los edificios, el sol que desciende, pareciera tocar y tantear lo más valioso de la urbe, para luego también en el punto seguido, desaparecer con su botín en medio de las gigantescas moles.

Desde el principio del partido que nos entregan Nadal y Murray, lo vemos al primero intentar robarle el servicio a su rival. Aquí no cuentan ceremonias, ni formalidades.
El escocés aguanta la arremetida del español, yendo hacia adelante, intentando subir con las ventajas que Nadal le entrega al contrario. Como aquella pelota a mitad de cancha que el Rafa dispara.
Cuando Andy logra llegar a la net, el español intenta superarlo casi siempre con un revés cruzado, porque es al revés de Nadal donde lo vemos atacar a Murray. La mayoría de subidas del escocés son de su provecho. Una lástima que no lo haya intentado más de lo que debiera.
El español va sorteando como puede y también como debe, los backs cruzados que Murray logra meter en campo rival. ¿Y cómo es aquello?
Aquello del poder y deber se basa siempre en dar un golpe más, en alargar al máximo el punto que se juega.
Es de esa forma que el manacorense se hace fuerte ante su contrario y lo obliga a ceder un juego de su servicio. Eso en un partido que se presume cerrado desde el comienzo, se torna imposible de retornar por parte del escocés. Nadal mantiene su saque y gana la primera manga.

La puesta de sol que se ve hoy sábado en el Arthur Ashe, no defrauda a quienes viven en la ciudad, ni deja de sorprender a aquellos que la ven por primera vez.
La gente antes de los intermedios y descansos del segundo set, se va parapetando en lo más alto, buscando conseguir la mejor foto de todas. A ninguno de ellos les importa perderse algo de la acción que se vive en la cancha misma del estadio.
Algunos incluso, tratan de trazar un paralelo entre lo vivido durante el primer partido de la jornada y aquel astro, que gracias a las nubes altas de hoy, nos entrega una vista maravillosa, llena de colores y tonalidades de vida. El atardecer de un tenista no debería ser distinto a lo que se ha visto hoy. Nunca.

Son muchas veces, demasiadas, las oportunidades que el británico desperdicia para quebrar el servicio de Nadal en el inicio del segundo set. ¿Menos concentración de Murray y mayor fortaleza mental de Nadal?
Sí, mucho de eso hay en las excusas que pone Andy sobre las muñequeras que utiliza y los bolsillos del short que calza. Es como si estuviera descontento con lo que viste y no con la piel frágil que luce y muestra a su rival. Se preocupa por el largo de la tela, en lugar de fijarse en la armadura que se le resquebraja por los lados.
Ha decidido irse por la tangente para justificar un mal juego que viene realizando, y simplemente, pequeños detalles como esos que se discute a sí mismo, se le presentan perfectos para no admitir responsabilidades. Una tabla de salvación al día de hoy, pero que con el tiempo podría también convertirse en una cruz pesada, porque distrae la atención sobre lo importante.

“Andy, intenta enfocarte en lo que practicaste”…es lo que le repiten a Murray desde su esquina. Se lo refrendan cuando voltea buscando consuelo luego de haber fallado un punto fácil. Y se lo vuelven a recalcar en el instante mismo donde el jugador está sumando esfuerzos para darse la espalda y echar a pique sus naves.
Pero el escocés sabe que esa indicación aunque buena, no será suficiente; Nadal no ha sido su sparring en los entrenamientos. Y su coach no le ha devuelto las pelotas casi imposibles que el español le lanza desde el fondo.
Andy no puede sostener por mucho más tiempo el avance del contrario y entrega el segundo set luego de casi cincuenta minutos.
En el camino han quedado demasiados errores no forzados de Murray, e incluso también, debido a la poca efectividad de él mismo, menos puntos ganadores que su rival.

En el tercer set, el escocés arriesga todo y lo entrega también todo. Se ven los puntos más espectaculares por parte de ambos jugadores. Uno y otro, ya sean ganadores o perdedores de la jugada, acaban en las esquinas, los costados y también cerca de la net con cada pelota contestada.
Murray pide inspiración a gritos cuando pierde su propio servicio luego de haberlo quebrado a Nadal. Todo es demasiado sincero, ninguna emoción se la buscan guardar siquiera.
El británico mantiene con dificultades sus otros juegos al saque, pero no vuelve a perder uno de ellos durante toda la manga; casi al final de la misma, lo quiebra al español una vez más.
Los puntos disputados pueden ser cada vez más largos, dejar las pelotas casi sin pelusa, y hacer asomar las lesiones en la espalda, pero la tendencia es la de un Murray al alza hasta el final del set.
Hay poco más de cinco mil quinientos kilómetros entre la residencia de Londres de Andy Murray y Nueva York, pero hoy el británico al empezar el cuarto set, se siente en casa.
En concordancia con el anterior parcial y con la propia historia de la ciudad, decide querer más y también quererlo todo, al momento de seguir al ataque sobre el español.
Pero Nadal simplemente no se lo permite. Lo mantiene a gran distancia de él, con la confianza puesta en su primer servicio, que lentamente socava las bases recién afirmadas del escocés.
El español aminora los puntos ganadores, pero a su vez, también reduce sus errores no forzados. Allí es donde descansa la diferencia con Murray, que en el cuarto set aumenta todo a niveles de inflación. Los errores de Andy le pasan factura a su juego. La espalda entonces reemplaza a las vestimentas, como punto central de sus quejas. Al menos sus lamentos se sienten más reales, menos actuados. Y es que el británico ya percibe el final de todo.
Murray ha hecho un enorme trayecto hasta aquí, pero es Nadal el que camina en solitario el último tramo. El que se queda para ver una nueva puesta de sol en Nueva York. Tal vez la puesta del lunes sea más bella que la de hoy. Seguro será diferente. Todos nos quedaremos entonces para verla.


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Proezas en Nueva York

Es un partido formal el que proponen en un inicio, Federer y Djokovic. No arriesgan en sus golpes, no recorren con fuerza el campo de juego y tampoco miran con fiereza desmesurada a su oponente.
Los golpes que devuelven, parecen seguir un plan pactado por ellos mismos. Como una ceremonia ideada entre ambos, ya sea para un concierto antiguo que no existe más, o una guerra fría cuyas luchas más importantes se dan en campos distintos al principal. Son cientos de espectadores los que se encargan de buscar en las afueras por lo que no se ve adentro.

- Están en el grandstand - dice uno de los asistentes, señalando la cancha equivocada.

Ambos tenistas disparan, pero no les es posible encordar ni un poco de la magia que se necesita en estos encuentros; ni siquiera, un truco simple, capaz de ser desentrañado por el espectador que sigue con atención el partido.
Pegan, pero para ellos mismos. Golpean la pelota, sí, pero son como cañonazos de salva saludando a la escuadra enemiga antes del combate.
¿Se estudian? Nunca tanto, se conocen demasiado. Podría ser más bien, un repaso final de la lección aprendida. Solo eso.

Recién en el quinto game se sueltan de sus amarras y empiezan a proponer a la vez, golpes de puño y formas bellas que evolucionan en el aire. Eso es el tenis. La geometría siendo ideada para ser llenada casi de inmediato con el músculo.
Ambos van sumando sobre su juego. Haciéndose fuertes con el servicio.
Roger Federer podría mover a sus rivales en un espectro de 180 grados, y de 360 grados también, si las reglas de tenis se lo permitieran. Porque su humanidad, eso ya lo sabemos, le permite esas proezas.
Dominador tanto de la geometría plana como de la espacial cuando lo quiere así, desarma su golpe a veces en varias partes, para confundir al rival que tiene al frente y que le da la espalda a su vez, sin saberlo.
El suizo pareciera haber estudiado la geometría desde su principio en el tiempo, con los egipcios, y luego también haberles terminado por enseñar a ellos, lo que el mismo con la práctica y ya no con la teoría pura, había descubierto.
El fuego, su propio fuego, sería descubierto también en el Wimbledon del 2003.

Djokovic por su parte, siempre siguiendo, persiguiendo y repitiendo a su rival. Siempre imitando y mejorando. Aprovechándose del otro, pero para bien, para crear finalmente algo mejor.
Nunca dejando de seguir a su presa hasta la prehistoria. Reuniéndose en torno a los lechos de los ríos ya extintos y de los cassettes de vhs con las mejores jugadas de Federer, cuando aquel aún no era el Federer que todos conocemos.
Nole sigue reconociendo en la margen izquierda del río suizo que cruza, una oportunidad. Viendo en el terreno tanto de arcilla, de grass o del mismo US Open, las huellas y marcas características que deja Roger.
Hasta allí lo sigue al suizo. Hasta allí llega y encuentra a un Federer de veinte años. Tan insistente es el serbio en encontrar a su rival, que a veces lo memoriza lo suficiente, para poderse permitir continuar en su búsqueda al momento de cerrar los ojos. Su tenis así, no deja nunca de seguir sumando horas.

Mientras el primer set continúa su curso, los rivales persisten yendo de proeza en proeza. Juntando momentos que simplemente quedan fundidos, más que grabados.
Así llegan hasta el tie break, con Federer manejando una leve iniciativa que le da el poder sacar primero. El suizo se agarra de esos filamentos que sobran de la prenda hecha y desde allí, en solo un instante, lo descose por completo a Djokovic. Le gana la primera manga.

En el segundo set, Federer rápidamente quiebra a Nole. Sus decisiones son mejores y afectan el juego ya armado del rival. Se adelanta por unos pequeños instantes a la pelota que le mandan. Hay intuición de parte de Roger en estos momentos. Aquel se ha dado maña para construir un camino distinto, en ese enorme juego cerebral que desarrolla. Un camino hecho de ladrillos amarillos desde el Peekskill de Baum hasta el Queens de Federer. Una senda que el suizo sabe caminar sin ningún problema, porque ya es suya y siempre fue suya.
La diferencia comienza en el primer servicio de Federer y en la efectividad del mismo. Aún cuando un incidente surgido en los altos del estadio lo desconcentra lo suficiente para perder su servicio, el suizo tiene suficiente bagaje para quebrarlo de nuevo al serbio como inmediata respuesta. El helvético gana la segunda manga y se pone cada vez más cerca de otra proeza.

El serbio pareciera haberse quedado demasiado tiempo viendo los viejos videos de Federer, sin haber prestado la suficiente atención a este nuevo sparring que se le planta en la cancha central. Luce cansado solo en lo visual, como si el fruto de su cansancio fuera el trasnochar estudiando al rival desde una televisión prendida en su cuarto de hotel. Estudiando obsesivamente, hasta que las barras de color (SMPTE) de las televisoras lo despidieran en la noche y le volvieran a dar la bienvenida en la mañana.
Sus ojos pegados a esa pantalla, totalmente hipnotizados por el recuerdo de un Federer distinto al de hoy. Como si Nole estuviera imaginando jugar con el Roger de ayer y no con el rival actual.
El suizo le gana los dos primeros sets al serbio. Y aquel pierde ante dos rivales que son el mismo, que terminan jugando distinto también.

Pero Djokovic aprende muy deprisa. Su talento le permite seguir construyendo, mientras el contrario recibe los aplausos de una anterior jugada. Es en ese momento de reflexión que Nole sigue aumentando y sumando. De repente en el tercer set, ya puede jugar no solo contra el Federer de hace años, sino también contra el actual.
En la casi mitad del parcial lo quiebra a Roger y con cada minuto que pasa lo va opacando más y más. Novak le devuelve todo tipo de formas con los disparos que le lanza al suizo. Desde tallas de madera hasta esculturas en piedra. Desde figuras de mármol hasta armas de metal en forma de lanza y apuntando hacia el centro de su rival.
Aquel ha notado que el juego de piernas del suizo no es el mismo de sus dos primeros sets, el esfuerzo le ha pasado factura y es allí al costado de las líneas donde descarga sus mejores pelotas. El serbio se lleva la tercera manga.

Djokovic continúa su resurgimiento a costa de un Federer que a ratos parece ido, y por momentos también, totalmente entregado a la forma efectiva del juego de Nole.
Es en el cuarto set, donde las diferencias se acrecientan tanto, que los que esperaban el triunfo de Roger, empiezan a temer que la lucha se haya descarrilado para el suizo.
Y es que el liderazgo de Federer era exacto. Lo llevaba solo un poco más adelante que el serbio. El dominio de Nole, en cambio, es excesivo. Apabullante. Tocando los límites de lo grosero. Ocasiona una crisis seria en las matemáticas, que ya no dan el mismo resultado, por más que sumes las mismas cantidades, una y otra vez, una y otra.
Los dos sets del serbio no son iguales al par que tiene Federer en su haber. No lo son.

El quinto parcial se inicia con mejores augurios para Novak, pero ya al empezar el set se nota el cambio de actitud en el suizo. Ha decidido darlo todo finalmente, y todo, es lo que trae al Arthur Ashe.
El de Basel empieza sirviendo y descargando trallazos sobre el rival. El reinado de los ángulos imposibles ha vuelto a la pista y Djokovic se encarga de responder al desafío machacando también la bola con extrema fuerza y precisión sobre los puntos muertos.
Van juntos por las avenidas y se separan en las pequeñas calles y callejones al costado de las líneas, arman sus respectivas bandas y se encargan de licenciarlas para empezar a formar ejércitos. Imponen la leva en la ciudad y recorren muy temprano en la mañana los barrios más calientes para convencer a los mejores entre los buenos para que se unan a ellos.
Lo usan todo y lo gastan todo en su camino a la mitad de la quinta manga. Nueva York se ha cansado de brindar superhéroes y también de traer héroes reales a esta lucha de dos facciones que se presentan iguales en el quinto set.
Roger saca y pasa adelante para ponerse cuatro a tres en games. Nole sirve para volver a poner las cosas en su sitio, pero falla en su intento. Queda completamente solo cuando comete doble falta y también cuando termina por entregar el servicio.

Federer lo tiene todo servido y se acerca con tres saques seguidos a la victoria, para ponerse 40-15 en el game; doble match point para el suizo. Saca entonces, y lo que Nole devuelve a un costado, no se sabe aún cómo definirlo.
Sí, fue un punto, un gran punto. Pero, ¿no fue suerte? ¿No fue desesperación lanzando su último grito de la tarde? ¿No fue acaso también molestia por todas las oportunidades perdidas? Y todo esto desde el lado del serbio.
Desde la mitad de la cancha del suizo, fueron también muchas otras cosas luego de que se concluyó el punto. Cosas que se pueden decir y palabras que no se deberían nunca de juntar. No existen matemáticas para tantos insultos reunidos. Ni tampoco lenguas que los contengan.
El suizo no ganaría un game más en el partido y terminaría cediendo el triunfo.

Ese primer match point salvado, podría ser la bola que marque un antes y después en la carrera de Federer.
No lo queremos así, porque un nuevo capítulo a esta edad solo podría significar ir llegando al final del libro. Y aunque improvisada y magnífica como fue esa bola de Djokovic, no merece ni por asomo ser el punto final para los mejores triunfos del suizo.
No permitamos que la redondez de esa pelota de tenis nos confunda con ser un signo de puntuación. No permitamos esa mentira; y sobre todo, no dejemos que Federer caiga también en el engaño.


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jueves, 8 de septiembre de 2011

Apuros en Nueva York

Hay situaciones que no son frecuentes en Nueva York. Como escuchar los sonidos de unas campanas de iglesia. Existen, sí, pero no son habituales en el bullicio de la ciudad.
Para conveniencia de los que aún duermen o de los no creyentes, no es usual oírlas retumbar, ni tampoco escuchar las grabaciones que se tienen de las mismas.
Es posible también, que habiendo tantas cosas por hacer en Nueva York, haya cundido el olvido conveniente de no impulsar el badajo contra el metal o de reproducir siquiera el cd con la grabación de los tañidos por parte de los encargados de brindar esos servicios.
No importa mucho ello; la ciudad despierta y se mueve igual, al sonido de otra cadencia menos bulliciosa, pero mucho más frenética que la acompaña.
El corazón del neoyorkino late a mil cuando sale de su casa para enrumbar al trabajo, yerran los que creen que vivir en la ciudad sea solo una carrera de cien metros.
En lo que aciertan, es en lo referente a la mínima velocidad necesitada para la vida, pero ya se van equivocando (y mucho) con respecto a la pequeña distancia asignada a la misma.
Aquí estás sentenciado a que te duela el bazo, estés en forma o no, de que te duela, así hayas ayunado unas cuantas horas antes de salir.

Hay una tensión distinta en el ambiente. La lluvia asoma presurosa desde lo más alto, pero son los rayos surgidos en tierra los que causan los mayores estragos entre los tenistas.
El ambiente se carga de una peligrosa electricidad, fruto de ese nerviosismo de esperar, reiniciar y finalmente detener los partidos del abierto.
Los jugadores son los que más resienten esto. No hay tiempo siquiera de anunciar con anticipación de que ya deben de salir. Es una orden inmediata. Es un ya, nada más.
Algunos se quejan de que todo pareciera tener el ritmo afiebrado de las galeras romanas. Algunos otros imbuidos del ambiente, son felices afilando sus armas, ya listas para el abordaje del contrario.
Señas de por medio, se da el anuncio de que se juega. La batalla ahora es a tres bandas.

Se han programado tres partidos excepcionales al mismo tiempo, si apuráramos el paso entre canchas, sería como asistir simultáneamente a la misma cantidad de batallas distintas, o como disfrutar de la misma batalla dividida en tres.
Un crítico de arte (de los que abundan por aquí), ágil mentalmente y no tan apurado en lo que es cool, diría que esto es el tríptico de La batalla de San Romano, de Paolo Uccello.
Es como estar en Londres, París y Florencia al mismo tiempo, acotaría sonriendo.
Ya…

Nadal aún no se acomoda al ritmo de Nueva York. Esto del llegar e irse, y luego regresar, no va con él. Lo desconcentra tanto, que sus servicios terminan atacando el propio desarrollo de su juego. Dos dobles faltas en su primer game de saque. Estén seguros que eso es algo que no lo han de ver muy seguido.
Es normal e incluso usual, que el español entre nervioso a los partidos. Ese es su carácter. Pero estos errores puntuales tienen como causa la mala comunicación entre la organización del torneo y él.
Nadal se deja ganar por los yerros de afuera y pierde el rumbo ante Muller en el primer set. Pero este parcial, por ahora, no pasa de ser una simple lluvia. Solo eso.

Aquella lluvia no hace huir a todos los espectadores de la tribuna, enfundados en impermeables y protegidos por paraguas de múltiples colores, los más optimistas se quedan. Aún así, lucen tan empapados, que parecieran nutrias sacando medio cuerpo fuera del agua.
La caseta central del Arthur Ashe se apiada de ellos y les pone la música que tienen a la mano. Aburridos como están, la única diversión que tienen es aplaudir las continuas apariciones de los carritos que secan la cancha. Nada más.
Así esperan hasta la suspensión definitiva de la jornada. Un premio a la persistencia de todos ellos, que seguramente a partir de hoy, odiarán solo un poquito, un poquito nada más, el Singin’ In The Rain de Gene Kelly.

Si hubiera un jugador capaz de llevar agua para su molino ante el desorden que se vive, ese sería Roddick. “Agua para su molino”…el bombardero de Nebraska no está muy seguro de lo que es esto, pero igual, él va con una cubeta muy dispuesto a lo que le digan.
Todo aquello que no tenga que ver con la normalidad, y que asimismo tenga que hacer con lo extraño, con lo inusual, es territorio de “A-Rod”.
Es el origen y fin por el que lucha. Su carta de independencia con la que hace barquitos de papel en el agua.
Ante Ferrer logra un porcentaje de primeros servicios realmente notable y para subrayarlo lo conjuga con cuatro aces en solo dos games al saque.
Es por esto de su decepción cuando le anunciaron la suspensión del partido por la lluvia, él no pensaba en los peligros de jugar en una cancha como aquella, solo divagaba en su mundo, solo buscaba en completar un set que se anunciaba perfecto, solo pensaba en llevar agua para su molino.

Hay una responsabilidad distinta y mayor en lo de Murray hoy. Una seriedad que no debe soslayarse por parte del británico. Juega contra la sorpresa del torneo, contra el nuevo “favorito” de los medios norteamericanos.
Esos mismos medios, que ayer le levantaban la ceja a Young y evitaban seguirle mucho el rastro por problemático, hoy tienen que hacerle la corte. Es que vivimos en Nueva York y hoy paga más del doble el prestarle atención.
Murray tiene que jugar totalmente concentrado y listo a ganar el primer set de arranque, porque sino se le va a poner muy difícil el partido debido al apoyo que va a ir concentrando el norteamericano.
Murray tiene que ganarlo rápido, como si fuera neoyorkino o como si viviera en Nueva York. O por último, como si estuviera pernoctando por una segunda semana consecutiva en la ciudad. A veces con eso basta. A veces.

El ritmo frenético que se vive en el US Open, es el mismo ritmo impuesto a los neoyorkinos desde su nacimiento. El abierto tiene el sello de Nueva York por todos sus costados.
Es miércoles y por fin los turistas pueden entender un poco más y mejor, la locura que significa todo esto, el ambiente enrarecido que alguna vez engendró al hip hop o sirvió de cuna a los Ramones.
El sonido de la guitarra de Johnny Ramone no podría haber salido de otro lugar más que de un barrio neoyorkino. Así de simple.
Mientras un viajero intenta describir todo el cúmulo de sensaciones que va sintiendo desde su llegada a la ciudad y al open, aquel va soltando su rollo a unas velocidades cercanas al hip hop más arcaico, fraseando a unas velocidades que hasta ayer no solían estar allí.
Tal vez el amigo que nos cuenta su estancia, nos esté contando sin querer y sin que se dé cuenta, la excusa perfecta para quedarse por aquí.
Sí, ser neoyorkino es un evento de sangre, pero también está hecho sobre el esfuerzo continuo del inmigrante que llega. Nunca olvidemos eso. Nunca.


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martes, 6 de septiembre de 2011

Ausentes y presentes en Nueva York

Mucha es la soledad de Nueva York en su primer domingo de septiembre; esto, no obstante, del retorno de las familias neoyorkinas de sus vacaciones de verano, y de que la ciudad se vaya colmando con caras amistosas y conocidas. A pesar de todo ello, el otoño siempre pareciera empezar hoy domingo y no veinte días después.
Los campamentos vacíos que dejan los tenistas que se fueron, muestran los visos de haberlos dejado a medio terminar, sin haber cumplido un ciclo vital y sin oportunidad para la despedida.
Ese es el tamaño de vacío que traen las derrotas. Aquellas son siempre tan repentinas que de verás no se esperan. Es así, que las ausencias en Nueva York terminan siendo más grandes que las medias vueltas o los regresos. Significan siempre algo más.

Nadal y Nalbandián saben de esas ausencias, ellos también han contribuido con algunas de las mismas. Pero esa nostalgia por los compañeros caídos debe esperar a la rivalidad presente entre ambos.
Hoy se enfrentan por quinta vez en su carrera, nadie podría negar entonces que se conocen más, o que intentan engañarse mejor. Antes de empezar el partido, los vemos escudriñarse con los ojos, acercándose lo posible para leer el papel contrario, para saber que guardan en el libreto, para robarse entre ellos algunos de sus papeles, tal vez con suerte el papel principal.
Rafael realiza el primer movimiento táctico del match y a pesar de no querer el riesgo, termina arriesgando con su decisión. Aquel le quita velocidad y fuerza a su primer servicio, con eso busca conseguir dos cosas: seguridad en el desarrollo de su juego e impedir la peligrosa primera respuesta por parte de Nalbandián.
El argentino es el tipo de jugador que mezcla el instinto con el conocimiento cuando debe devolver el saque del rival. Eso y su “fina muñeca” le permiten estar un paso adelante y quedar bien posicionado para el siguiente golpe.
Nadal sabe de esto, estudia a sus rivales y trata de trazar una línea seguida sobre la línea punteada que le han escrito en sus entrenamientos. Una y otra vez va sobre el plan, lo repasa, lo ensaya y lo sueña. Imposible entonces no seguir las líneas, imposible no bajar la velocidad de su servicio, solo un poco, para su propia conveniencia.
Aún con todas las previsiones que Nadal presta al partido, no puede evitar que lo rompan en el primer set. Nalbandián es consciente de los fallos en la maquinaria del español, esos pequeños botones que algunos olvidan de apretar y que paran o ahogan según la circunstancia, el juego del zurdo.
El argentino tiene una variedad inmensa de golpes que muestra o esconde según el transcurrir de cada punto.
No es nada fácil para el español leer el partido; pero dicen los mejores manuales, que cuando no se ubica el lugar de destino, lo primero que debe hacerse entonces, es determinar dónde se encuentra uno en aquel momento.
Así lo hace el manacorense y cuida con ello cada golpe que da, eso le acomoda lo suficiente para empatar el partido y luego ganarlo en el tie break.

Nueva York es una ciudad en continuo crecimiento, pero también es una población que se cansa de luchar, que pierde y que en el transcurso se pierde, y que a veces se rinde.
En algunos lugares de la ciudad sucede esto, es inevitable; aquellos sitios son suficientemente grandes e importantes para poderlos señalar, para llevarlos siquiera en la memoria, e incluso para alguna vez, haberlos visitado o frecuentado.
Hospitales, institutos, escuelas y teatros que se abandonan y dejan atrás. Mansiones y casas entre tantos etcéteras; todas ellas esperando en vano al heredero o salvador de su desgracia.
¿Qué drama habrán seguido luego de sus mejores días? ¿Sucedió el final de pronto o duró aquel hasta envejecer a sus protagonistas?
Nadie lo dice, algunos vecinos que recuerdan las historias las adornan con sus propias fantasías, mentiras bellas que atraen, pero que te alejan de la realidad.
El neoyorkino miente a veces con la venia de su ciudad. Al final, resultan siendo cómplices. Te embrujan, buscan que no solo extrañes está ciudad cuando te vas de ella, sino que añores también lo que no has conocido de la misma.

Nalbandián parece abandonarse en el segundo set. Parece vacar su edificio, hartarse de él. Irse.
Lleva sobre sus espaldas todo el peso del partido, golpea hasta que se hiere a sí mismo. Construye y destruye sus propias paredes. Y se cansa finalmente.
Lo vemos mudarse. Lo vemos llevarse sus aces, sus dobles faltas y sus golpes ganadores. Aquellos últimos, como mucho los guarda en un bolsillo; mientras sus errores no forzados no logran entrar en la maletera. Y luego le ocupan hasta el asiento del conductor.
Nadal ve el desastre de al frente y no busca opinar. Busca no hacerse notar. Hasta apura su saque un poquito; camina entre ese punto y punto, un poco más de prisa.
No ha habido nubes serias de tormenta desde el domingo anterior al torneo. No las ha habido hasta hoy. Nalbandián siente sus nervios, juega con ellos entre sus dedos, los puede apretar, pero ya no los ve. Solo ve las nubes, el nublado, lo negro del asunto. Desespera más entonces y termina por perder la manga. Dos sets a cero, a favor de Nadal.

La última novela de Paul Auster toca el tema de los okupas en Nueva York. De los “squatters” en Sunset Park, Brooklyn. Es fina ficción sobre la realidad de lo que va ocurriendo en la ciudad. Ficción con un ingrediente tan común, que cierto profesor de la Universidad Estatal de Nueva York recomienda no solo a Sunset Park como sitio ideal para “okupar”, sino al viejo barrio de Jamaica en Queens.
Siguiendo su propio camino, alguna vez un cineasta llamado Mark Singer documentó la vida de los “squatters” de la Penn Station en Manhattan; fue tal el éxito del trabajo, que el director se enfrascó en superarse y hasta el día de hoy poco se ha sabido de él.
Las fantasías de Nueva York lo ubicaban como otro de los desaparecidos en los túneles de la ciudad. La realidad más bien indica una que otra mala pasada en su vida.
¿Suerte okupa? No necesariamente. No debe olvidarse el triunfo resonante de aquella “suerte” en el Lower East Side de Manhattan hace unos años.
Tal vez un día, Mr. Singer vuelva a filmar la historia de los que regresan a sus propias casas. De aquellos que no pudieron pagar la hipoteca de sus hogares y que retornaron luego de ser desalojados.
Pueda ser también que nunca se hayan ido de la avenida Bedford en Brooklyn o de los edificios grandes del South Bronx. Tal vez simplemente y con razón, tampoco quisieron irse de Queens. O de Nueva York, al fin y al cabo.

Nalbandián retorna de su viaje en el tercero. Lo pone en peligro a Nadal tantas veces como el español lo pone a aquel. No importa si pierde un punto o yerra en el transcurso del set un drive; el argentino consigue la tranquilidad necesaria para explotar nuevamente los huecos que deja Rafa en la cancha. Tanto lo preocupa al manacorense, que lo obliga a cometer equivocaciones en toda la manga. Está a punto de forzar otra vez un tie break, pero son mayores las fuerzas de Nadal en este partido.
El español triunfa, no sin antes quedar patente las ganas del gaucho por no marcharse derrotado de la cancha, por no irse tan pronto de Queens y sobre todo por no abandonar esta ciudad. Sí, pase lo que pase, siempre el primer deseo es no dejar Nueva York. Siempre lo es.

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domingo, 4 de septiembre de 2011

Los gigantes sueñan en Nueva York

Si convenimos en la definición: “que un rascacielos es un edificio que se destaca por su altura sobre los de su alrededor”, entonces la altura a alcanzar de un edificio en Nueva York para ser denominado rascacielos, debe ser significativamente mayor que el promedio de altura necesitado por otros rascacielos en el mundo.
Es simple, el promedio de altura de los edificios de la Gran Manzana es mayor que la altura promedio de las estructuras construidas en cualquier ciudad de la tierra.
Si aplicáramos el mismo razonamiento para definir qué es y qué no es en la ciudad de Nueva York, tendríamos entonces que aceptar por ejemplo: que un sueño para ser verdaderamente un sueño aquí, debería necesariamente ser más completo y más grande que la ilusión común de cualquier otro lugar donde se sueñe. Es que aquí no es suficiente dormir y creer que se ha soñado. Aquí hay que soñar, y construir sobre ese sueño desde siempre. Arriesgarlo todo como si no hubiera mañana.
Dream big! Podría ser una frase acuñada por un Humphrey Bogart de la historia. Pero viene a ser una frase demasiado común en Queens y en Brooklyn para desconocerla. Es el grito de guerra que cualquier padre proletario le enseña a su hijo en esta ciudad.
¡Sueña en grande!, nada más vale.

Al inicio del sexto día de competencia, son seis los gigantes que corren con vida. Al final del sangriento sábado, cuatro de ellos han fracasado en sus intentos de alcanzar los octavos de final. Mañana, los dos gigantes que quedan, buscarán su pase a la siguiente ronda, para tentar un lugar entre los dieciséis mejores de la competencia.
Berdych, es el primero que cae. Lo hace muy temprano. No le alcanza el cuerpo ni siquiera para completar la segunda manga. Una lesión en el hombro derecho lo lleva a solicitar atención al final del primer set y luego de ir perdiendo holgadamente la siguiente manga, lo hace optar por el retiro.
Tipsarevic con tranquilidad acepta el resultado que le da la primera victoria contra el checo. Sabe que hay cosas más importantes en su futuro inmediato. En octavos tendrá que enfrentarse al español Ferrero, que si tuviera que contar la historia del serbio, la contaría como la suya propia. El español también gana su partido contra su compatriota Granollers en similares circunstancias.
El catalán se retira en el segundo set, luego de acusar una lesión en la espalda.
Es el décimo retiro de jugadores masculinos desde el inicio de la competencia, una cifra preocupante de que algo no viene bien en el calendario exigido a los tenistas profesionales.

Federer es el encargado de traerse abajo al croata Cilic. Pero no le resulta nada fácil al experto suizo. En el primer set, corren pegados a la hora de convertir sus puntos y casi empatan en tiros ganadores. La diferencia se da en la mano de Roger, que es única para no errar cuando el combate se trata de no morir tontamente. Federer arriesga, pero solo hasta cierto punto, allí donde no le conviene estar, lo deja solo al croata para que siga perdiendo puntos. El helvético gana el primer set.

El croata aprende la lección con un poco de ayuda de parte del suizo en la segunda manga. A pesar de ese tipo de memoria que solo le es posible tener a los grandes jugadores, por momentos pareciera que el tenista de Basel no supiera en donde es que debe de pisar. Cilic es superior al momento de atacar. Escala con más resolución los puntos que debe de ganar y lo arrincona a su rival.
Es un Yeti en toda regla. El suizo no ha conocido nada parecido en los Alpes y es por eso que de la confusión, pasa a una segura derrota en el set.
En la siguiente manga tenemos las cosas un poco más claras, Cilic es bueno. Es bueno, pero tiene un saque lamentable. Tiene casi dos metros de altura y lo necesario para ser un Yeti, pero también posee un saque que es una vergüenza, y que inspira una risa o una sonrisa burlona, si es que no queremos enterrarlo con nuestras críticas.
Lo mismo sucede en la cuarta y última manga, el saque de Cilic sepulta antes de tiempo lo que pudieron ser sus mejores jugadas. El abominable hombre de las nieves se ha derretido y ha sido enterrado en sus propios errores, en su propia avalancha.

Ivo Karlovic es un edificio. Una construcción con una gran cantidad de fierros salidos en el último piso, necesarios para aumentar siempre un nivel más.
El ucraniano Dolgopolov podría ser la próxima estrella del circuito, tiene consigo el talento necesario para seguir avanzando a costa de gigantes buenos como Karlovic y gigantes malos como su propio orgullo.
Ambos tienen sueños, pero los sueños de Dolgopolov se basan en el futuro y no en lo ya ocurrido. El ucraniano pierde ajustadamente el primer set por un tie break, pero íntimamente ya sabe lo que debe de hacer en los siguientes sets.
Lo primero es hacerlo correr al croata hasta verlo derrumbado sobre la cancha sintética, lo segundo es mejorar el saque contradictorio que tiene. Muchos aces en su haber, pero pocos primeros servicios. Dolgopolov cumple a medias lo que planea, incluso manteniendo los errores en su servicio, no le es difícil la victoria final sobre el gigante de Zagreb.

El sudafricano Anderson se muestra frágil a primera vista. Tiene una altura imponente, pero en apariencia, su peso no es el mejor. Aún así, ha destruido a sus dos anteriores rivales. Como en la vida, el deporte es un juego de espejos.
El mayor problema que tiene Anderson, es que nunca en todo su tiempo jugando en el circuito ha podido enfrentarse a Mardy Fish. Ambos tienen su mejor año y van para adelante.
El norteamericano juega en casa y es un jugador más potente y con más experiencia que su contrincante. Las cartas que le convienen a su juego van con él.
Todas las estadísticas del partido o casi todas, se las anota Fish en su haber. El sudafricano al final del juego luce más cerca que nunca de su rival. Un esfuerzo más y lo habría alcanzado. Ya tendrá otras oportunidades en su futuro para vengar la derrota que un feliz resucitado le propina.

Davydenko está dispuesto a realizar con Djokovic lo que nadie de verás se ha atrevido a hacer con él. Esto es, no solo ganarle, sino ganarle en su propio juego. A punto jugado, punto contestado con mayor velocidad. El ruso es una pared en los primeros momentos del partido.
Nole reacciona con grandeza y gana los puntos importantes. Es un juego de ángulos increíbles y también de mucha calma en el centro del campo. Ambos rivales se conocen demasiado para saber que lo que se viene no va a ser fácil. Novak gana el primer set.
La segunda manga empieza con mejores visos para el ruso. El juego es de fondo y es el que le conviene a aquel. Djokovic entra en el juego de Davydenko, el ruso es el lobo.
Nole está a punto de ser quebrado al comienzo del set, pero así como es insistente el ruso en su juego, también es dado a perder pelotas simples. Luego, a mitad de la manga se encuentran empatados en tres games por bando, Djokovic aprovecha una leve distracción en su rival o tal vez un momento de locura y lo quiebra con su servicio.
En el siguiente juego, el serbio confirma con su saque la ventaja ganada. El de Belgrado se hace del segundo set.
Hemos sido engañados todos por el serbio. Aquel juega con las esperanzas del ruso y de aquellos que queremos ver algo más de lucha en el último partido de la jornada. Davydenko era el lobo, pero ha perdido todas sus armas ante el balcánico.
El tercer set es una sinfonía ejecutada desde un solo lado, Djokovic rápidamente rompe el servicio del rival y condiciona a su contendor a escucharlo hasta la última nota que interpreta. El ruso no tiene de que quejarse, ha presenciado un concierto excepcional de parte del más grande tenista que existe hoy en día. El público y el escritor dejan atrás a su preferido, mientras el público celebra el triunfo del serbio, el escritor deja la pluma y aplaude.


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Los colores de Nueva York

La bandera de la ciudad de Nueva York celebra el pasado holandés de la ciudad. Aunque no posea el diseño del estandarte de las Provincias Unidas de los Países Bajos, repite o intenta repetir sus colores.
Presente en los edificios de la ciudad y las casas particulares, también se le ha visto aparecer en distintas instancias del Open; no obstante, sin la insistencia de otros pendones que han empezado a poblar algunos campamentos de los participantes.

Una tela que no ha dudado en levantarse en el verano neoyorkino ha sido el de la bandera blanca. Pero no la bandera blanca de la tregua, sino de la rendición, del abandono, del ya no vamos más.
Ocho encuentros han visto el retiro de una de las partes. Por motivos serios o dudosos, los tenistas que han abandonado, levantan desde ya muchas más interrogantes que respuestas sobre sus cabezas.
¿Calendario asesino? ¿Poco profesionalismo? Cualquier pregunta se puede realizar sin hallar un verdadero sentido a las respuestas que obtenemos.
Desde ya, ansiamos el debate que debe abrirse en torno a la cuestión del almanaque tenístico que no deja mayor descanso a los participantes del circuito. Una moledora de carne o una especie de calendario republicano francés, que finalmente quita más de lo que da a favor del trabajador.

Los arces blancos, rojos y de la montaña, los robles españoles, los nogales negros, incluso los abetos entre otros tantos árboles, conforman durante el verano y los primeros días del otoño de Nueva York, un espectáculo difícil de igualar por lo vistoso.
Mahut y Nadal prometían en estos días de septiembre una jornada igual, sino parecida, por los colores y diferencias entre ellos.

“Árboles tan distintos entre sí, producen mejores luces y sombras.”

La fórmula no funcionó en la pista del Arthur Ashe. Un partido común y mediocre por parte de ambos tenistas; siendo el francés, el peor de ambos con diferencia.
Muchos errores no forzados por parte de aquel; un pésimo servicio, que a estas alturas de su carrera no se entiende.
Sin posibilidades de quiebre en todo el partido. Recapitulemos, sin posibilidades el galo de romper el servicio de Nadal en dos sets, porque solo se juegan un par de ellos, solo dos, no más. ¿Árboles en Nueva York? Mahut es un árbol caído en medio de la pista del Arthur Ashe.

John Isner es por su cuenta y riesgo, un árbol gigantesco en medio del verano neoyorkino. ¿Secoya o eucalipto? Eucalipto por supuesto, el norteamericano no podría ser otro. Con un comienzo algo tardío en el tenis profesional debido a su paso por la universidad, el nativo de Carolina del Norte nunca ha podido destacar en uno de los cuatro torneos grandes, más que por su épico partido con Mahut en Wimbledon.
Mientras Mahut está listo a ser convertido en leña, Isner podría por fin echar mejores raíces en el suelo sintético de Flushing Meadows. Como un eucalipto rebelde, que por mucho tiempo se creyó imposible que creciera fuera del Trópico de Capricornio y que hoy en día, sigue su incontenible paso hacia el norte.
El gigante descarga toda la artillería sobre su compatriota Ginepri. Lo acomete desde atrás y no duda de subir también a la red. Mete una veintena de aces y no concede ni una doble falta. Finalmente lo quiebra una vez en cada uno de los tres sets que juegan. Hace exactamente lo que se le pide o lo que él ordena para otros en el campo de juego. Todo es voluntad.
Tal vez algún día nos encontremos a un eucalipto creciendo con esfuerzo entre el asfalto o en medio de una cancha de tenis. De seguro, John Isner sería el primer ejemplar de esa especie en probar aquellos terrenos.

Hay un muchacho que ve la bandera de la ciudad de Nueva York y se siente en casa. Tiene 24 años y una apariencia descuidada. Al frente tiene al conocido Andy Murray, tan descuidado como él y que cuenta también con la misma edad.
Recuerdo al año 87 como un buen año. Para los vinos en cambio, fue un año mediocre. No tan malo como el 84, pero nunca tan bueno como lo dos años que lo precedieron o los otros tres que lo sucedieron.
¿Y para el whisky? Excelente cosecha, nacía Andy Murray. El escocés a diferencia de su rival, despuntaba muy temprano en el circuito tenístico. Se hacía estrella muy pronto. ¿Su problema? La consistencia de su juego, porque naturalidad es la que le sobra.
¿Qué se bebe en Holanda? Cerveza y ginebra por supuesto. Los tercios en Flandes sufren ante el “coraje holandés” y aquel proviene de la bebida flamenca.
Haase, que es el apellido del muchacho desgarbado, lo tiene a mal traer en los primeros dos sets a Murray. En la primera manga lo iguala en lo suficiente y se diferencia de aquel en lo escaso…la tranquilidad. Así lo supera en el tie break.
No necesita ninguna ayuda de afuera, su coraje viene de adentro. Lo atraviesa al británico con una lanza que alguien le presta de afuera. El imperio se tambalea y pierde el segundo set.
Murray entonces vuelve desde más allá del posible desastre. Rearma la armada y conquista las siguientes dos mangas para sus colores. En el último set la lucha es más pareja, pero igual gana el británico. La bandera de Nueva York se queda tal como es, casi holandesa, pero el idioma que se habla aquí y que incluso también Haase domina un poco más después de hoy, es el de Andy Murray. ¿Inglés? ¿Gaélico? ¿Escocés? No, el propio y único dialecto de Andy Murray es el que predomina.

Alex Bogomolov Jr. tiene el mejor año de su carrera a los 28 años. En una galopada fulgurante ha remontado más de 120 posiciones en lo que va del 2011. Sin lesiones a la vista, el estadounidense tiene un segundo aire que parece haber buscado durante toda la segunda parte de su carrera.
Nadie lo detiene aún lo suficiente. Ha ganado y perdido durante todo el año, lo que le ha impedido de triunfar en un torneo hasta el día de hoy. Pero cada vez que ha caído, lo ha hecho con la suficiente entereza de mantener su confianza al tope, es por eso que su impulso hacia adelante lo continúa llevando a mejores posiciones.
Hoy se encarga de vencer al brasileño Rogerio Dutra. Lo hace en sets corridos. Nada más allá del esfuerzo que se espera de un tenista, solo un poco mejor que su contrincante. Esa sería la definición perfecta de su juego, solo un poco mejor que sus contrincantes.
Más vivo y con más color. Ese pequeño esfuerzo ha probado ser lo mejor para su desempeño en el cuadro donde le ha tocado jugar. Ese poco, a veces es suficiente y casi siempre necesario. El pelirrojo ya lo sabe.

Andy Roddick depende como pocos jugadores de lo bien que sirva durante el partido. Si la mayoría de jugadores ven al servicio como la base de su juego. Para Roddick el saque no es solo la base, sino casi todo el edificio de su tenis.
Contra Sock no hace demasiado alarde de su servicio. Aquel es importante, más no decisivo. Lo ayuda a ponerse a punto del tiro ganador y de forzar el error del contrario. Es allí donde el nuevo “bombardero” está teniendo sus mayores éxitos.
¿Veremos un Roddick híbrido y con traje de otro color en lo que resta del torneo? Tal vez, una sorpresa positiva como aquella no le haría nada mal al torneo que está sufriendo de la carencia de partidos excepcionales. Hay más retiros que regresos en esto del tenis. Esperamos el retorno del viejo Andy o del nuevo Roddick, cualquiera de los dos será suficiente. ¡Dale bombardero!


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Los seres de Nueva York

Nueva York es hogar y parada final de muchos seres singulares. De personas que no se sienten cómodas dentro de ningún conjunto o sociedad conocida. Aquellas son un uno y nada más.
A la ciudad llegan y se ven atraídas decenas de entes que nunca se han de sumar a las personas comunes, o incluso, a entes como ellos mismos. Pero esta última condición, bajo ciertas circunstancias, es doblada hasta su rompimiento, y es allí que surgen múltiples posibilidades para contar una historia.
La urbe que acoge el US Open es una ciudad atrayente, por todas estas historias de seres singulares que se pueden narrar. Pasemos a listar entonces algo de lo que ocurre dentro de ella…

Nadie entiende a Radek Stepanek; incluso el apodo singular con que lo llaman, tiene más y mejor sentido del que se pueda encontrar en el rostro de aquel. Aún su nombre, cuenta en su haber con cierta rima, la cual no tiene respuesta en la cara de quien es el intérprete.
El tenista va cuesta arriba desde un principio, su cara en sí, es una endemoniada cuesta arriba.
Hay feos a los que se les mira y hay otros feos a los que se les voltea la mirada. Aquellos de los que no queremos saber nada. No los entendemos. Ni siquiera podemos entender como pueden inspirar el amor. Creemos erróneamente que nacieron huérfanos.
Radek Stepanek es amado por la Vaidisova, todo el tiempo. Y cuando juega bien al tenis, es posible que sea amado por nosotros también. Le perdonamos todo, su mal comportamiento y su difícil personalidad.
Hoy el checo abandona el torneo, se va por la puerta de atrás, lo vemos huyendo. En su declaración de rentas pone que vive en Montecarlo; pero hoy no puede aguantar, ni vivir en Mónaco, con lo que le devuelve Mónaco, Juan Mónaco. Una paliza en toda regla y el retiro del checo.
Las buenas lenguas dicen que la Vaidisova vino con él a Nueva York, las malas lenguas, que son las más, cuentan que luego de la derrota del tenista, ambos hicieron turismo en la ciudad y que se subieron juntos al Empire State. ¿An affair to remember con Cary Grant y Deborah Kerr? No.
Digamos solo que King Kong Stepanek cura sus heridas y se aparta del mundo nuevamente.

Coney Island ha cambiado, vaya si ha cambiado con los años. Primeramente, Coney Island ya no es una isla, es una península. Sus calles dejaron de ser dominadas por rufianes, prostitutas y ladrones de poca monta. Y sobre todo, su destino ya no lo rigen los hombres de Tammany Hall.
Alguna vez en el pasado, antes del avistamiento de la Estatua de la Libertad por parte de los inmigrantes y marinos, lo que los recibía desde tierra era el Elefante de Coney Island. Demás está decir que el Elefante de Coney Island era un burdel.
Luego sus calles fueron conocidas como centros de entretenimiento un poco más descafeinados y de corte familiar. Abrieron parques famosos como el Steeplechase Park, el Luna Park y el Dreamland. De todos ellos, el Dreamland era una categoría aparte en cuanto a los “espectáculos” que presentaba. Si los romanos tuvieron sus coliseos y gladiadores, los neoyorkinos de la primera mitad del siglo XX tuvieron al Dreamland y sus “freak shows”.
La mujer barbuda, los siameses y los enanos, algún que otro “pinhead” y el hombre de goma.

Nueva Orleans es el puerto de entrada del caucho natural dentro de los Estados Unidos, pero es Nueva York donde Reed Richards y la futura “Mole” traban amistad.
Monfils no tiene a ninguna mole que le cuide las espaldas de los matones, ni siquiera de un Ferrero que pareciera haber vuelto.
Los rivales se van a cinco sets. Pero es Monfils el que iguala sus errores y aciertos en ochenta y uno. Nadie puede ganar y perder tanto sin volverse loco o perderlo todo. Monfils se va a los extremos con su forma de jugar el tenis, yendo de aquí para allá sin ninguna previsión necesaria. Ferrero tarda su tiempo en medir el tamaño de la goma que tiene adelante.
No, Monfils no se ha de romper; lo que Ferrero concibe, es contraerlo hasta hacerlo minúsculo. Reducirlo a la mínima expresión para que ya no pueda hacer la diferencia.
Todo es exagerado en la vida de Monfils. Aún su forma de jugar al tenis. Su mayor cantidad de errores y aciertos, de aces y dobles faltas, de victorias, y como hoy, de derrotas, de derrotas en cinco sets.

Ivo Karlovic parece un náufrago. La barba descuidada, los ojos perdidos y esos pasos que quisieran tropezar más que avanzar, hacen pensar, de que está siempre más cerca de la derrota que de la victoria.
Al frente, el francés Gasquet más que su exacto opuesto, pareciera pertenecer a otra categoría. Sus movimientos casi perfectos en el campo de juego, lo deberían poner en un futuro, como ejemplo de cómo se debe de golpear una pelota de tenis. Pero hasta la perfección conlleva sus problemas, si no cuenta con un alma que la vaya conduciendo desde atrás.
El croata se aferra a ese tamaño de árbol que tiene durante todo el partido. Desde allí descarga una batería de aces y primeros servicios que demuelen la línea defensiva ideada por el galo. Gasquet carece de explosión y del alma de un mártir. Nunca se le ha de ver levantando la mano para ofrecerse de voluntario para nada. El es parte del grupo, del montón y de ese lugar cómodo nadie lo ha podido sacar. Ha encontrado la comodidad de los pastos y solo come de allí, le han crecido cuatro estómagos y se siente bien siendo una vaca. Pónganle la campana y llévenle de vuelta al establo, que aquí se encarga de confundir.
Karlovic gana el partido en cuatro sets y pasa a tercera ronda. Sigue con vida en el US Open. ¿El francés? Solo conoce da la buena vida y sus derrotas.

No podemos descartar a Berdych en el torneo. Nunca ha de ser la carta más alta de todas, pero con su número aún se puede vencer cualquier información negativa que se tenga de él. Todavía tiene crédito suficiente para aceptarle la apuesta por un par de años más.
Hoy le gana con autoridad a Fognini. Está a la altura de la pelea que le pone el italiano en el primero y le responde a aquel con todo el arsenal que guarda en algún lugar recóndito. Ese lugar que ni él mismo sabe dónde queda con exactitud.
Luego lo arrasa al mediterráneo en el segundo y tercero. Lo vuelve inhabitable. Nada de provecho crece a su alrededor. Ni una planta. Ni siquiera el ligur puede convertirse en un solitario hongo. Nada.
Berdych se prepara para el siguiente partido, sueña seguramente con junglas, selvas y bosques. Sueña con Nueva York entonces.

Berlocq destruye a Riba en la primera ronda. Djokovic hace lo mismo con el triunfador de aquella ronda. El pez grande se come al pequeño. Y al pez grande se lo filetea un extraterrestre. Algo anda mal en la secuencia. Repitamos.
Mejor no sigamos, pues ya queda meridianamente claro que cualquier secuencia va a salirse de tono al poner a Djokovic en ella. Así de diferente se presenta el serbio.
Berlocq entiende su humilde papel en el partido y aunque no disfruta de su comienzo, luego se une a la fiesta. No es falta de seriedad lo que hace el argentino, es simplemente intentar perder con la dignidad intacta. Sin traumarse porque le están dando una paliza.
Consigue dos games en todo el match. Pero esos dos games no se los regala Djokovic, él los gana. Lo importante es que el gaucho pierde el partido, pero nunca lo entrega. Retirarse es entregar el partido. No es ser pez pequeño o grande. Simplemente, es ser el gusano ensartado en el anzuelo que nadie muerde. Simplemente eso. Bien por Djokovic y Berlocq que salvan el día y una buena pesca para los espectadores.


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