domingo, 3 de julio de 2011

Final en Wimbledon

Lo quisiéramos todo en un partido de tenis. Pero no lo quisiéramos todo desde un principio, sino que aquello se pudiera dar en partes. Como las competentes sagas que escriben algunos buenos autores.
Nadal, que también es uno de ellos, empieza sirviendo de maravillas. Aquella es la única manera que tiene de alejar a Nole de sus fronteras. El serbio gana los puntos largos y ve como a pesar de estar iguales, se va inclinando la balanza a su favor.
Djokovic le va quitando capas al juego de Nadal. Lo va descubriendo y descifrando como si tuviera un radar que pudiera identificar lo que necesita hacer antes que el español. Es como si viera los movimientos de Nadal antes de que sucedieran. Djokovic se adelanta al juego de Rafael durante todo el primer set y le gana los puntos necesarios para quebrarlo y llevarse la manga.
Algo imposible de creer hasta que lo ves. Porque Nadal parecía tener la confianza necesaria al inicio del partido. Y luego ya no. Es como ver al metal listo y pulido, para luego verlo chorreando humedad. Si no supiéramos nada, estaríamos dispuestos a creer y pensar que aquello es sudor de las mismísimas entrañas del metal y no algo hecho de lógica y más lógica. Si no supiéramos nada, creeríamos que Nadal es un robot imposibilitado de perder y no el más humano de todos los humanos.

Muy temprano lo rompen a Nadal en el segundo set. Es tanta la diferencia entre uno y otro en este momento, que lo tenístico ya pasa a segundo plano. Djokovic se viste de Nadal y de Djokovic cuando quiere. El serbio defiende como Nadal y ataca como Djokovic. Es una pared con el toque de un suave jergón cuando así lo necesita. Hace lo que quiere y lo que no quiere. Lo contrario también.
Rafael Nadal necesita salir de la trampa donde lo ha metido Nole. Pero, ¿cuál es la trampa y hacia adónde ir? Eso es lo que debe pensar Nadal cuando desde las tribunas le gritan el clásico ¡Vamos Rafa!...el español en sus adentros dirá, ¿hacia dónde vamos, hacia dónde voy?
Es una clase maestra la del serbio. Una clase que Nadal no debe desaprovechar porque aún es joven y si la llega a interiorizar, podrá mejorar.
Cada nuevo game de servicio para Rafael es un sufrimiento y una pérdida. Nole dicta en medio de la cancha central y el español lo único que atina es a atender el llamado y a contestar mal.
No se le puede echar la culpa de nada al hispano, no se le puede reclamar nada porque lo está dando todo. Está siendo responsable con su historia, pero a estas alturas y más que nunca, la historia es eso…historia. Nadal pierde seis a uno el segundo set.

Al inicio del tercer set, Nadal tiene ciertos problemas. Pero basta que Nole tenga una duda, para que el español pueda intentar una remontada y tal vez una resucitada si le da el tiempo.
Rafael no está jugando mejor que su primer set, es Djokovic el que falla puntos increíbles o que hasta hace unos días y hoy especialmente, nos parecían increíbles de ser fallados. Para su nivel de juego, eso es.
A mitad del tercer set, Nadal empieza a jugar un poco mejor y es el que intenta dictar en la medida de sus posibilidades, el ritmo del juego. Es más agresivo que su rival en estos momentos y quiebra por segunda vez en la manga para devolverle un espejo del anterior set.

La cuarta parte del partido es una interrogante para todos. Comienza con serios problemas para Djokovic y su saque, pero aún así lograr salvar varias chances donde pudieron haberle quebrado.
Nadal por su parte, empieza nervioso con su propio servicio y lo pierde.
El serbio no puede confirmar con su saque el quiebre anterior. Mezcla de grandeza y suerte de Nadal para poder llevarse el game. ¿Seremos testigos de un milagro o nos quedaremos con el santo en la mano y sin su favor concedido?
Nadal lo empata. Y Nole a su vez lo desempata. Parece que por momentos nos adentramos en una guerra psicológica donde el que pueda adentrarse ya no en el juego del otro sino en su mente lo va a ganar.
Nadal está a punto de reconvertir toda su economía, su forma de relacionarse con el mundo del tenis. Cambiar sus monedas de pesetas a euros en menos de una hora. Está a punto de lograr lo que ningún país ha podido hacer tan pronto. El español está jugando agresivamente porque esa es la única manera de ganarle al serbio, ha cambiado su plantilla sobre la marcha. Cambiado de montura sobre el río y no sólo de caballo. Ahora monta un león y lo más importante es que cree que eso es natural.
Nadal está a las puertas, pero se queda allí, porque el serbio reacciona justo a tiempo y con sólo lo justo (que es mucho), se lleva el triunfo.

Es una final donde lo quisimos todo y lo conseguimos todo de la manera en que deseábamos que fuera. De a pocos. Con cambios de mando por parte de los rivales. Con tragedias que pudieron ser salvadas y triunfos que llegaron cuando debían de llegar. No era justo para ambos jugadores que se secaran antes de tiempo.
Nadal luchó hasta donde sus fuerzas le sirvieron, más allá le era imposible. Y sin embargo por un momento, aquello casi le fue posible.
Nole fue el superlativo en la cancha central, el que se llenó de responsabilidades desde un comienzo. Aquel que tenía que demostrarlo todo ante uno de los jugadores más increíbles que haya dado el tenis. Hoy Novak fue más increíble que Nadal. En especial, en esos dos primeros sets donde castigó sin misericordia un tipo de juego que al español le ha dado resultados con todo el mundo. Pero que al mismo serbio no le resulta de ningún peligro.
Nadal si quiere competir de nuevo por el número uno va a tener que reconvertirse de a pocos o de golpe. Va a tener que cambiar de matriz y despreocuparse del resto para poderle ganar a Djokovic. Va a tener que cambiar de orilla de nuevo; el Nole ya lo espera en ella, desde el saque, desde el ya, desde el ¡Vamos Rafa!


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Él, nosotros y Tim Henman

Nadal sabe desde un principio que a partir del lunes no será ya el número uno. Pero en su rostro y sus maneras no se le ve ningún fastidio. Hasta allí podríamos escudriñar con algún éxito si es que de verás le importa aquello, porque en su juego y en su forma de actuar, eso de seguro no podrá ser notado.
El español ya esperaba el resultado de Djokovic, ya lo tenía asumido, como también ya tenía asumido el recibimiento y la empatía de Murray con el público.
El británico no se sorprende del todo con el ambiente, está al tanto de lo que significa una semifinal y espera también saber como el resto de británicos, lo que es una final con un compatriota en ella. Porque ya son más de setenta años sin ver una. Porque ya son algo más de setenta años de ver el emblema, la bandera de otro país flamear en Wimbledon. Y no se me ocurre un lugar más británico en un domingo de Julio que Wimbledon. Al menos que sea como ha venido sucediendo hasta hoy, con la bandera de otro país ondeando en la cancha central.

El primer set transcurre con gran fiereza por parte de ambos jugadores. Desde un inicio no se dan tregua. Ninguno cede su servicio y Nadal parece muy cómodo con su revés. Eso es peligroso para cualquiera y fatal para quien esté al frente.
Murray parece pedir un trainer muy deprisa, tanto, que en el siguiente descanso lo descarta más rápido que enseguida. El público en las tribunas respira aliviado, porque lo que se deduce es que hay una molestia, no una lesión grave.
La diferencia entre ambos se da al final del set, cuando Andy aprovecha un par de errores de Nadal para ganarlo. Ahora todo es cuesta arriba, aunque aquella cuesta no sea ni pronunciada, ni empinada.

El segundo set es tan parecido al primero en un inicio, que pareciera todo encaminado a una victoria ajustada de Murray. Victoria ajustada, pero victoria.
El punto de inflexión es la pelota fallada por el británico en el cuarto game del segundo set, una pelota fácil que lo habría puesto a puertas de una nueva rotura y de un posible tres a uno a su favor. Es tan claro aquel punto de inflexión que pareciera ser una rodilla doblada tocando el césped de Wimbledon. Tan claro, que todos comentan aquella jugada. Murray, Nadal, el público, los periodistas. Tan claro todo, que la realeza se tapa la cara y nosotros escribimos la mayor cantidad de líneas sobre aquello.
Los games se igualan a dos y Murray algo nervioso por lo anterior, empieza a fallar más seguido. Una doble falta y luego un smash fácil que se va.

- ¡Hey Andy!, que esto ha sido como disparar al cielo teniendo a la fiera delante de ti. Nadal no te lo va a perdonar. –

La primera rotura a favor del español. El drive de Murray empieza a jugar en contra de él mismo. ¿Se habrá dado cuenta Nadal?, ¿habrá olido la sangre? Sí, segundo break para Rafael. Nadal iguala el partido en sets.

Andy Murray inicia de muy mala manera la tercera parte. Cede su servicio, luego de otra doble falta, parece que la cosa viene grave.
Fascinante espíritu, ser, el de Nadal, que no se sacia con poco, sino que va como un animal hambriento sobre la carne primero y luego ya inmerso en el trajín, no se detiene ante el hueso o el concreto armado que conforma el esqueleto del deportista rival y de tanto mascarlo, termina por abrirle grietas y costuras para salirse finalmente con la suya.
Murray intenta oponerse, pero su defensa es atravesada en todo sitio y lugar. Rafael Nadal manda en la cancha y lo lleva al británico a luchar desesperadamente para salvar su servicio, pero tras un largo peloteo, aquel no lo llega a mantener.
El español conserva la diferencia y la amplía con un gran passing shot sobre su rival. 5-2 y aunque tiene dificultades para ganar con su servicio, se apunta el game y el tercer set.

Mientras Nadal se interna en la geografía, explorando nuevos sitios y puntos dentro de la cancha, Murray discute consigo mismo sobre el origen de su mal momento.
Una discusión médica en toda regla, Andy apunta locamente a su cadera, mientras que el resto de personas hacen la salvedad con respecto al tenista, de apuntar, sí, a su cadera, pero también a la cabeza del mismo. Opiniones divergentes entre los médicos y el paciente. Andy es ambos, ese es el problema.

En la cuarta manga, Rafa rompe muy rápidamente el servicio de Murray. Parece que al británico lo lleva un desgano general que no le permite concentrarse en su juego. Intermitente, se detiene y continúa. Se ahoga de a pocos. Le entran sorbos de agua en medio de la respiración. Su barco está a punto de recostarse.
El público empuja a Murray, pero aún así no puede quebrar a Nadal. Un galeón hace retroceder a todo el imperio británico.
Andy se queja de su pierna. Herido en lo físico y abatido en lo mental, cede ante el español.
Murray mejora año a año, pero pareciera que en Wimbledon ha estancado su progreso. Y esa imagen final que deja, lo hace parecerse cada vez más a Henman. Esto no le debe gustar. Esto no le gusta a nadie. Ni a él, ni a nosotros, ni al mismo Tim Henman
Rafael Nadal no se aleja, ni deja acercarse a su rival. Así lo planea y lo actúa hasta el final del partido. El hispano llega a otra final de Wimbledon. Tal vez su mejor partido durante el torneo. De seguro menos bueno que el del domingo. Eso esperamos todos. Él, nosotros y…Tim Henman.


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Larga vida al rey

Djokovic y Tsonga persiguen la final. La buscan desde perspectivas tan diferentes que ya no es un juego de planos, sino de dimensiones. Sus circunstancias son tan distintas que lo único que tienen en común es el tenis. Y claro, lo que todos buscan finalmente para sí.
El francés desde un inicio se muestra sorpresivo, más cercano a lo indeterminado, a lo que no se puede calcular y no se calcula siquiera para el ojo experto. Novak no toma todos los reparos y precauciones y falla en el primer game del partido. Lo quiebran, pero no hay apuro en su mirada. Sabe que ha de tener otras chances, que serán la suma de su propia consistencia y la inconsistencia del rival. Ese rival es Tsonga y aquel ha de ser inconsistente y genial a partes iguales. Sólo debe esperar.
En el transcurso del set, Djokovic normalmente mantiene sus otros games en el servicio con relativa facilidad a diferencia del francés que debe esforzarse un poco más para salir airoso en los juegos donde sirve. Cuando Tsonga está en apuros lo único que debe hacer es sacar genial y decimos único en su acepción precisa y en su antónimo de corriente, porque el francés es así de contradictorio y genial para resolver un apuro. Es capaz de no hacer todo el esfuerzo posible en una pelota y al rato lanzarse como si fuera Becker para ganar un punto que no sólo era imposible, sino que sinceramente no le correspondía ganar.
El público en la cancha central está extasiado con el tenis desplegado por los rivales y temeroso también por saber cuánto de está gasolina divina le ha de durar al galo.
Tsonga sirve para poder ganar el set, pero no lo logra. Falla al comienzo del game al dejarse ganar tres puntos seguidos y luego cuando da muestras de recuperación, lo arruina todo con una doble falta. Un inglés se lamenta. Dice que lo único que debía hacer el francés era meter un ace y que más bien lo que comete es un error tremendo con su saque. No lo entiende.
Tsonga es así, cambia de mano el bastón que usa para su cojera. Y no sólo lo cambia de mano, sino que lo guaripolea y lo lanza por los aires. El francés pierde el primer set en tie break.

Lo empiezan quebrando al galo al inicio del segundo set. Todo se da como una venganza íntima de Novak para demostrarle al francés cuan distintos son. Las mismas circunstancias, pero un distinto desarrollo es lo que promete el serbio para el público que se da cita.
¿Qué hace Tsonga ante aquello?...pues nada y también mucho, porque pareciera muy ocupado resolviendo líos internos que sólo a él le incumben. Líos entre un corazón muy grande y una cabeza inmensa, pero que a veces no se le da por estar. ¿Quién arrienda en ese inmueble?, se preguntan los ingleses, que siempre quieren las cosas exactas, incluso en los asuntos humanos.
Novak avanza sin problemas, rompiendo servicios y ganando los suyos, lo pone contra las cuerdas al francés y le da el castigo que tal vez el hijo pródigo se merecía cuando un día quiso volver.
Si en el primer set era el francés tarareando “Comme d’habitude” o en tal caso versionando a Sinatra con “My Way”, en el segundo, es el mismo galo dando paso a la anarquía de la versión de Sid Vicious y cayendo hecho pedazos.
La tercera manga nos devuelve a un Djokovic mandando con autoridad. Tal vez demasiado seguro para que dure. Tsonga regresa con menos errores no forzados que sus anteriores sets, y también con más aces y mucho más winners que su rival. Aquellos que daban (dábamos) perdido el camino para el francés sonríen (sonreímos) por el tenis y sus múltiples posibilidades de recuperación. Un regusto se forma en el paladar y hasta en los confines de la garganta; ya empezamos a saborear un cuarto set antes de que llegue.
Se rompen algunas veces el servicio y se van hasta el tie-break donde empatan a nueve. Tsonga entonces gana su décimo punto en el tie-break del tercer set y lo que hace es cerrar los ojos y esperar. Cerrar los ojos para escuchar ese rumor que baja como un mar arisco que ya domina. Un rugir de leones que se han puesto de a pocos de su parte. Los ingleses al final del tercer set quieren verlo ganar, quieren verlo luchar y no se piensan ir hasta que Tsonga pelee un poco más. Tsonga ya no tararea canciones, tararea el rugir de los leones. Gana once a nueve. El tercer set es suyo.

En la cuarta manga la irregularidad vuelve para el francés. Un quiebre muy rápido para poder considerarse real. El tenis de Tsonga tiene este tipo de arrebatos que en la antigüedad podrían haber sido atribuidos a los dioses. Arrebatos que lo llevan tan lejos que podríamos dudar de su estar.
Djokovic resiste cuando el francés busca retornar de aquellos arrebatos. Lo tantea, lo mide y lo pesa. Tsonga tendrá que buscar, pero ya anda muy lejos para poder regresar a pie. El partido va llegando a su final, pero hay todavía oportunidad para una demostración de fuerza por parte del serbio.
En la cancha central y casi con los últimos puntos por jugar, Djokovic acaba de gritar con furia contenida, como si fuera un león, a ojos abiertos o cerrados. Tsonga podría haber jurado que Novak era un león de verás y no se habría equivocado, pues en la pista central de Wimbledon aquel se convertía en número uno del mundo, se convertía en rey, en el soberano de toda la selva. Larga vida al serbio y a su tenis prodigioso entonces. Larga vida al rey.


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