domingo, 3 de julio de 2011

Él, nosotros y Tim Henman

Nadal sabe desde un principio que a partir del lunes no será ya el número uno. Pero en su rostro y sus maneras no se le ve ningún fastidio. Hasta allí podríamos escudriñar con algún éxito si es que de verás le importa aquello, porque en su juego y en su forma de actuar, eso de seguro no podrá ser notado.
El español ya esperaba el resultado de Djokovic, ya lo tenía asumido, como también ya tenía asumido el recibimiento y la empatía de Murray con el público.
El británico no se sorprende del todo con el ambiente, está al tanto de lo que significa una semifinal y espera también saber como el resto de británicos, lo que es una final con un compatriota en ella. Porque ya son más de setenta años sin ver una. Porque ya son algo más de setenta años de ver el emblema, la bandera de otro país flamear en Wimbledon. Y no se me ocurre un lugar más británico en un domingo de Julio que Wimbledon. Al menos que sea como ha venido sucediendo hasta hoy, con la bandera de otro país ondeando en la cancha central.

El primer set transcurre con gran fiereza por parte de ambos jugadores. Desde un inicio no se dan tregua. Ninguno cede su servicio y Nadal parece muy cómodo con su revés. Eso es peligroso para cualquiera y fatal para quien esté al frente.
Murray parece pedir un trainer muy deprisa, tanto, que en el siguiente descanso lo descarta más rápido que enseguida. El público en las tribunas respira aliviado, porque lo que se deduce es que hay una molestia, no una lesión grave.
La diferencia entre ambos se da al final del set, cuando Andy aprovecha un par de errores de Nadal para ganarlo. Ahora todo es cuesta arriba, aunque aquella cuesta no sea ni pronunciada, ni empinada.

El segundo set es tan parecido al primero en un inicio, que pareciera todo encaminado a una victoria ajustada de Murray. Victoria ajustada, pero victoria.
El punto de inflexión es la pelota fallada por el británico en el cuarto game del segundo set, una pelota fácil que lo habría puesto a puertas de una nueva rotura y de un posible tres a uno a su favor. Es tan claro aquel punto de inflexión que pareciera ser una rodilla doblada tocando el césped de Wimbledon. Tan claro, que todos comentan aquella jugada. Murray, Nadal, el público, los periodistas. Tan claro todo, que la realeza se tapa la cara y nosotros escribimos la mayor cantidad de líneas sobre aquello.
Los games se igualan a dos y Murray algo nervioso por lo anterior, empieza a fallar más seguido. Una doble falta y luego un smash fácil que se va.

- ¡Hey Andy!, que esto ha sido como disparar al cielo teniendo a la fiera delante de ti. Nadal no te lo va a perdonar. –

La primera rotura a favor del español. El drive de Murray empieza a jugar en contra de él mismo. ¿Se habrá dado cuenta Nadal?, ¿habrá olido la sangre? Sí, segundo break para Rafael. Nadal iguala el partido en sets.

Andy Murray inicia de muy mala manera la tercera parte. Cede su servicio, luego de otra doble falta, parece que la cosa viene grave.
Fascinante espíritu, ser, el de Nadal, que no se sacia con poco, sino que va como un animal hambriento sobre la carne primero y luego ya inmerso en el trajín, no se detiene ante el hueso o el concreto armado que conforma el esqueleto del deportista rival y de tanto mascarlo, termina por abrirle grietas y costuras para salirse finalmente con la suya.
Murray intenta oponerse, pero su defensa es atravesada en todo sitio y lugar. Rafael Nadal manda en la cancha y lo lleva al británico a luchar desesperadamente para salvar su servicio, pero tras un largo peloteo, aquel no lo llega a mantener.
El español conserva la diferencia y la amplía con un gran passing shot sobre su rival. 5-2 y aunque tiene dificultades para ganar con su servicio, se apunta el game y el tercer set.

Mientras Nadal se interna en la geografía, explorando nuevos sitios y puntos dentro de la cancha, Murray discute consigo mismo sobre el origen de su mal momento.
Una discusión médica en toda regla, Andy apunta locamente a su cadera, mientras que el resto de personas hacen la salvedad con respecto al tenista, de apuntar, sí, a su cadera, pero también a la cabeza del mismo. Opiniones divergentes entre los médicos y el paciente. Andy es ambos, ese es el problema.

En la cuarta manga, Rafa rompe muy rápidamente el servicio de Murray. Parece que al británico lo lleva un desgano general que no le permite concentrarse en su juego. Intermitente, se detiene y continúa. Se ahoga de a pocos. Le entran sorbos de agua en medio de la respiración. Su barco está a punto de recostarse.
El público empuja a Murray, pero aún así no puede quebrar a Nadal. Un galeón hace retroceder a todo el imperio británico.
Andy se queja de su pierna. Herido en lo físico y abatido en lo mental, cede ante el español.
Murray mejora año a año, pero pareciera que en Wimbledon ha estancado su progreso. Y esa imagen final que deja, lo hace parecerse cada vez más a Henman. Esto no le debe gustar. Esto no le gusta a nadie. Ni a él, ni a nosotros, ni al mismo Tim Henman
Rafael Nadal no se aleja, ni deja acercarse a su rival. Así lo planea y lo actúa hasta el final del partido. El hispano llega a otra final de Wimbledon. Tal vez su mejor partido durante el torneo. De seguro menos bueno que el del domingo. Eso esperamos todos. Él, nosotros y…Tim Henman.


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