jueves, 1 de septiembre de 2011

Enfermos y recuperados en Nueva York

El día comenzó con una recurrente burla. Aquella vieja broma de que Soderling se retiraba del US Open. Sonrisas de por medio, el encargado de brindar la noticia la volvía a repetir…Soderling está fuera del torneo y su lugar lo ocupará Rogerio Dutra.
Un mazazo tremendo para todos al principio, luego las clásicas chanzas sobre el gigante sueco, las cuales lo comenzarían a comparar maliciosamente con el Vasa. Típico y cruel humor neoyorkino, aquel de bailar sobre la cubierta mojada del galeón a punto de hundirse.
Su retiro de Montreal, su no aparición en Cincinnati y su deterioro final en Nueva York lo convertían en un blanco muy fácil de pegar. Al comenzar el tercer día, Soderling pasaba a ser el Vasa y a cambiar Estocolmo por el Upper Bay como lugar de naufragio.

Rogerio Dutra, el reemplazo, tenía solo unas horas para ensayar sus líneas y repetir sus parlamentos. Solo unas horas para intentar sorprender al irlandés, que fungía hasta antes de la primera ronda, de ser rival de varios y sin rival aún.
Y lo sorprende en el primer set, lo atrapa como nos atrapa Nueva York. Dejándonos en blanco, en cero, debiendo. Un winner en toda la primera manga para Sorensen. Uno solo.
Las fuerzas se igualan en el segundo set y vuelven a inclinarse hacia el brasilero en el tercero; era suficiente para el irlandés. Él también, como una sombra posterior de Soderling, podía retirarse. El enigma Dutra lo había vencido, nunca lo pudo descifrar.

Las mejores vistas de los rascacielos de Nueva York las tienes alejándote de ellos. En el camino a Liberty Island por ejemplo, cuando tomas el Ferry y simplemente volteas hacia atrás. O cuando te escapas de improviso a Central Park de noche y los ves brillar como si la perfección por fin le pudiera pertenecer al hombre. El acero y el vidrio, dos extremos imperfectos, se unen para crear la perfección.
El Empire State fue erigido en un año. A Juan Martín del Potro le tomó dos semanas erigirse, apuntalarse en la historia de Nueva York. El tenista argentino alguna vez prometió regresar, le significó harto esfuerzo el poder volver. Este miércoles cumplió su promesa, con idas y venidas, pero la cumplió.
Claro que existen otros jugadores que actúan en el torneo y que asimismo lo han ganado; también están los otros, que se levantan a mayores alturas que su gigante persona, sean jugadores o no, solo hay que darse una vuelta por cualquier calle de la ciudad o entrar a ver un partido en el torneo. Claro que existen, pero las consideraciones con del Potro son otras.
En la cancha del Armstrong le da una terrible lección a Volandri. De esas clases magistrales que acogotan el espíritu del alumno por su complejidad y no lo dejan volar, ni menos contestar. Que aburren al alumno y aburren a los espectadores. Del Potro hoy no está para exquisiteces, ni mayores brillos. Solo está y se encuentra aquí, para cumplir una promesa, para apuntalarse en medio de la cancha, para nuevamente formar parte de la vista de la ciudad.
Desde Central Park o camino a la Liberty Island. Desde la olvidada Roosevelt Island, antigua casa de locos y criminales, lo han de ver a Del Potro, porque el tandilense está intentando enhebrar una locura, cometer un gran crimen; aquel que le indica el regreso a la vida, a su vida, a ser grande aquí en Nueva York. Justamente aquí, en la ciudad donde se reúnen los ogros y gigantes. Justamente aquí, donde el ya fue grande.
Juan Martín le da una terrible lección a Volandri, le gana en sets corridos. Pero sin brillos. Le basta con ser eficiente, tal vez mecánico. El acero y el vidrio, imperfectos como son, lo vuelven perfecto.
Se dice que logras la mejor vista de los rascacielos alejándote de ellos. Tal vez deberíamos, por esta vez, hacer justamente lo contrario. Dar entonces la vuelta y aproximarnos a las canchas del Flushing Meadows. Acercarnos para ver a Del Potro, que no ha de rascar el cielo, sino que lo va a intentar tocarlo por segunda vez. Un gigante de verdad.

Andy Murray le gana con algún tipo de complicación a Devarmann. A veces dentro del partido y otras veces fuera, el escocés debería cambiar al terapista que lo ve hasta hoy. Debería en su lugar, meterse por los recovecos de esta ciudad y hacerse leer las cartas. Si necesita refuerzo a su carácter, cualquier gitana se lo va a dar.
Un billete grande, y la mujer luego de leerle también las manos, lo ha de convencer que es el mejor. Lo ha de convencer que tiene el mejor back del circuito. Luego de leerle la palma de la mano y para confirmar también, el revés de aquella.
Murray necesita esos refuerzos que lo mantengan en el camino, pues muy fácilmente pareciera irse de los partidos.
Ya no solo basta con jugar bien. El juego se ha convertido en algo tan competitivo, que para ganar a otro, se debe traer a la mezcla cualquier cosa que pueda servir.
Murray, siendo un poco gitano (de carácter), como es, debería saber de estas cosas de antemano. Para ganar en Nueva York, se necesita de toda la artillería con que pueda contarse y de cualquier fórmula que sume más de lo ya sumado. Solo así va a poder vencer en la Gran Manzana.

John Isner pareciera haberse fugado de una exhibición entre la Central Park West y la 79. Pareciera tener una armazón entre natural y diseñada por el hombre. 85% huesos, y el restante material, creación genuina del hombre.
Un Parasaurolophus. Un herbívoro. Un gigante buenote, que pareciera no estar completamente cómodo siendo bípedo. O que finalmente podría estar igual de cómodo siendo tal como es.
El estadounidense le gana a Baghdatis. El chipriota, un ser más bueno incluso que nuestro gigante preferido. Un tenista querido por el público y los jugadores, le da dura pelea a Isner. Lo lleva a cuatro sets, incluyendo dos tie breaks. Nada de eso parece importarle al mediterráneo en el momento de darle la mano a su rival. Una amplia sonrisa refresca la tensión entre ambos. Hay dos acepciones y dos sinónimos para la palabra carismático. Estos son, Baghdatis y Marcos Baghdatis.


Hay que procurar la estadía de Roddick en la ciudad. Hacer que haga lo que quiera, que se sienta contento y que vibre más los partidos, porque parece que se está yendo. No hay que dejar que lo haga entonces. Hay que bajarlo de la cuerda.
Año 1984. Henry Garfield, más conocido como Henry Rollins canta en Black Flag. Canta The Swinging Man. Nuestro Swinging Man es Andy Roddick, y si lo queremos como dice la canción, lo vamos a bajar de la cuerda, o del trompo o barrena donde haya entrado.
En el Arthur Ashe, Russell lo hace sufrir más de la cuenta. Lo lleva a cuatro sets. Un tenista mucho mayor que Roddick lo hace sentir viejo a aquel.
Algo sucede entonces, cuando el leve parecido entre Rollins y Roddick los hacen verse aún más alejados entre ellos. No queda mucho del espíritu combativo en el tenista, no queda nada de la torpeza explosiva que podía enredar al tenista más inteligente en la final de Wimbledon.
Roddick gana, pero pareciera estar al otro lado de la pista. Incluso en otra cancha. No hay que dejar que se vaya, no hay que dejar que piense entonces, porque queremos a nuestro viejo Roddick. Al torpe que ganaba los partidos, pero que también los vibraba.


Safe Creative #1109019969410

No hay comentarios:

Publicar un comentario