jueves, 9 de junio de 2011

París: Más que una fiesta.

Federer sin querer, lo mira a Nadal hacia abajo. Están tres a cero en el primer set de la final, y el suizo ha hecho todo lo necesario para pasarlo por encima al español.
Así de natural es el helvético en su tenis, que todo lo necesario, y que es mucho para cualquiera, parece hacerlo sin querer.
Ni la naturaleza ha sido tan natural antes de él. Y ni el hombre común pudo adquirir tanto de conocimiento y artificio hasta su llegada a las canchas.
Hoy Federer, es como el imán que jala al resto de jugadores hacia adelante, que los adentra hacia terrenos inexplorados y que también les muestra el camino hacia donde debería ir el Tenis. En París, en el primer set y ante un estadio repleto, pareciera que Roger no se detuviera sino para machacar con elegancia, si cabe el término, a un Nadal casi desconocido.
Pero entonces sucede lo que siempre sucede en París y Rafa de alguna manera, que no tiene nada que ver con el conocimiento o la naturaleza, empieza a ganar. Digo que no tiene nada que ver con el conocimiento lo de Nadal, porque tal esfuerzo no puede ser aprendido, ni enseñado, se nace con aquel. Y la naturaleza tampoco tiene mucho que ver con lo que sucede, porque lo de Rafael no es natural, ni es evolución…es sólo él.
En París y en cualquier lugar del mundo, todos quisiéramos estar en el equipo de Federer, y lo estamos. A Nadal lo dejamos solo y solo como tal, le va bien. Le va muy bien.

Los éxitos del suizo son los éxitos de los demás (entre ellos Nadal). Aquel no para de congratular la grandeza de Roger en cada oportunidad que encuentra. Lo malo para Federer, es que la mayoría de veces que esto sucede, es en la ceremonia de premiación de algún torneo importante, luego de un duelo entre ambos. Nadal está sinceramente convencido que Roger es el más grande, pero aún así no le para de ganar.
En la Philippe Chatrier, el resultado es una anécdota repetida. Es como una sorpresa continua que al final ya terminamos por esperar.
El español gana y ya visto todo el tenis que se ha visto en París, que Federer gane o pierda da paso a la confirmación, de que al suizo le quedan todavía, unos cuantos cartuchos que descargar. Unos cuantos cuartos de oro por llenar y unas cuantas premiaciones adonde debería asistir como partícipe y ganador.
El helvético le ha dado mucho al tenis; demasiado. Roger ha sido generoso con el deporte blanco y cualquiera en cualquier cancha se lo debe de agradecer.

Nadal mientras tanto, seguirá estando en su esquina más solitario que el suizo, pero con más gente llegando hacia ella. Personas escépticas, que de a pocos se van convenciendo que Rafael es un grande del deporte. Diez torneos de Grand Slam después, van tranquilizando las aguas y dejando todo en la medida justa.      
Nadal nunca ha jugado feo, sino distinto. El tenis que aquel practica se basa en un esfuerzo que pareciera sobrehumano, pero que no lo es. Podríamos decir que la providencia y la naturaleza hicieron a Roger lo que es. Como un regalo divino hacia los hombres.
De Nadal, podríamos concluir que se hizo solo. Como una escultura, no esculpida por otros, sino esculpiéndose a sí misma. De a pocos.
Nadal es diestro, porque lo es. Y zurdo, porque así lo quiso. Rafael entonces termina siendo lo que su esfuerzo quiera y deberíamos admirarlo por ello.
Un periodista francés en la Philippe Chartrier del domingo concluía, como sólo pueden concluir los franceses sus frases, que:

Federer es el tenista que soñamos ser (y no podemos) y que Nadal es el tenista que procuramos ser (y no podemos).

Es así, que el tenis de Federer es más vistoso, variado y técnico que el del español. Negarlo sería de necios. Pero a estas alturas, negarle méritos al tenis de Nadal es negar la esencia del deporte y la vida misma, el esfuerzo, el querer ser más siempre.
El domingo en París, la discusión queda zanjada en que Dios hace las cosas más bellas, siempre. Pero algunas veces, hombres tan comunes como Nadal dejan en ridículo a ese Dios y se erigen por un momento, en algo mejor que aquel.


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