martes, 30 de agosto de 2011

El sol de Nueva York

El sol ilumina la mañana de Agosto en Nueva York. Ilumina el tramo, la parcialidad o totalidad de los hombres que han llegado hasta aquí.
Ilumina el enorme deseo de Lu contra Tsonga. La resistencia entregada en enteros. La primera ronda del Open es un drama demasiado importante para dejar de contarlo.
Lu también es protagonista, y tanto, que su aspecto juvenil iguala su propio fondo. Son veintiocho años batallando. Y poca gente, muy poca lo conoce. Alguien en primera fila pregunta por el “juvenil” asiático. Algún otro de atrás, de muy arriba en las graderías, cree haberlo visto durante la segunda semana del torneo el año pasado. En el campeonato juvenil, eso es.
Tsonga gana finalmente, en sets corridos. De verás es duro el drive del francés. Cualquier cuadro de campeonato se abre al deseo de su mano. Y a la presión que desde allí se imponga.

El sol de Nueva York no solo sale para todos, sino que logra alumbrar e iluminar a todos. El joven Bubka lo sabe. Tiene ya veinticuatro años y su primer sorbo, sino gota de gloria, lo recibe aquí en Flushing Meadows. El primer triunfo en un Grand Slam.
Tenía que ser entonces al mediodía, en eso consistía la jugada, en que la hora fuera distante del alba y del ocaso casi por igual, en que la hora lograra que la sombra del padre no fuera tan larga y no se proyectara hacia el infinito y lo dejara a aquel en oscuridad.
Nadie sabe si el buen Sergey vino a observar a Sergei. Lo que se sabe, es que hace unos días el siempre correcto Jim Courier calentó y jugó un rato con el joven Bubka. ¿Qué tanto lo calentó?...nadie lo sabe, o tal vez sí. Los mejores conocedores dirían, que lo hizo tanto como lo haría un sol generoso en Agosto.

Si quisiera, Gulbis podría no jugar más al tenis. Pero no lo quiere así. El lituano es millonario. Millonario y talentoso. Y si nos vamos por la otra margen, si así también lo quisiera, Gulbis podría ser mucho mejor y ser sobre todo más consistente en su tenis. Pero tampoco lo quiere así.
Cada año que pasa, la promesa de su despegue tiene un nuevo retraso. A veces se olvida de quién es y otras veces, se toma demasiado en serio. La cuestión es que siempre se queda a mitad de camino. Nunca le alcanza el combustible para llegar.
En la primera ronda vence a un Youzhny deslucido y desenfocado. Lo hace añicos. Conociendo al ruso, debe haber hecho varias veces crack por dentro. Su ropa de seguro lo mantuvo unido. Al menos por un momento. Una vez que se la haya sacado luego del partido, debe haber caído con ella. Ya hecho pedazos o añicos. Cualquiera de las dos posibilidades que tenga los trozos más pequeños.
El lituano mientras tanto debería tratar de pensar fuera de su circuito usual. Mudarse a un estanque distinto, porque aquel donde está, ya no lo deja respirar. Dejar entonces de ser alimentado por trozos de babkas, spurgos y sakotis, para empezar a coger la torta completa. Ya es tiempo.

Hubo alguna vez en Nueva York y durante el lapso de poco más de ciento diez años, un periódico llamado The Sun. Conservador como pocos e icono de un periodismo serio que no pudo sobrevivir al tiempo, fue aquel diario casa del gran Francis Pharcellus Church. ¿Qué habría pensado el viejo editor sobre el US Open actual? ¿Quién sería su jugador favorito?
Solo podemos imaginar y desear que lo fuera Djokovic. Que lo fuera luego del mal traer y llevar al irlandés Niland el día de hoy. El editor habría logrado poner en su contra, en un inicio, a una de las más grandes comunidades de la ciudad, pero igual habría escrito y deleitado con sus letras.
En la cancha del Arthur Ashe existe Djokovic, solo él. Niland estuvo equivocado en abandonar tan pronto, pero estuvo más desacertado aún, en imaginar hacerle un mejor partido al serbio. Porque solo aquel a quien se le rompe la propia ilusión, puede acabar devastado como queda el irlandés al final de su abandono. Con las propias manos cubriéndole el rostro. Niland es sobre todas las cosas, un hombre.
De su tragedia, el editor Church habría construido el mejor hatajo de letras. Era el primer partido de Grand Slam para aquel, al menos de los que cuentan en las estadísticas. Pero bajo la superficie del gran torneo, poca gente podría contar que el mismo Niland gana tres partidos para llegar a la derrota de su peor martes. Entonces, después de todo, esas manos cubriendo el rostro del irlandés, son también las de un héroe cansado, que existe como Djokovic y que no es menos a pesar de su abandono.
Aun así, Djokovic habría sido el favorito de Church al mediodía. Y Nadal a su vez, lo sería para la edición vespertina de The Sun. Y todos felices entonces, con la pluma del viejo Francis deshilando las incidencias del torneo en ambas ediciones.

James Blake es de Nueva York, de Yonkers para ser más precisos. ¿Y cómo es Yonkers? Es un típico caso de ciudad en Estados Unidos. Una ciudad que tiene la misma cantidad de población desde hace casi cincuenta años, pero cuya composición determina las diferencias con el ayer más lejano. Yonkers también es suburbio de la ciudad de Nueva York. Con un universo propio, pero asimismo, como parte importante de la gran manzana que compone. Cuando el sol sale en Gotham, no se pone en Yonkers podría ser un lema de la ciudad. Lema que la ubicaría no como rival, pero tampoco como igual a la urbe de hierro.
Eso último poco le puede importar a Blake, pues aquel ya no vive en Yonkers, ni en Nueva York, sino en la lejana Florida.
El estadounidense gana en la Armstrong en cuatro sets, dejando demasiadas dudas para la segunda ronda. Porque ya no es el que era, y para ser sinceros, tampoco lo fue por mucho tiempo en el pasado. Recordemos, Blake tiene treinta y un años y vive en el estado de Florida. Queens, hoy por hoy, ha dejado de ser su patio de atrás.

Nadal camina sobre la cornisa del rascacielos, de un rascacielos que se diferencia de los otros, por ser más alto, y por tener formas distintas, casi raras, que confunden la vista y los pies de quien avanza.
Nadal termina siendo quebrado muchas veces durante el partido. Golubev lo lleva de un lugar a otro. Lo saca a pasear por toda la ciudad, le hace el tour, pero aún así no le gana. Le falta cabeza y tranquilidad al kazajo. Muchos winners a su favor y demasiados errores no forzados en la cuenta del tenista asiático.
Nadal se esfuerza y logra obtener todos los puntos importantes del partido. Fueron tres sets, pero pudieron ser cinco o más, si pudiera haber más sets. Pero sobre todo, pudo significar la primera derrota para el español en primera ronda. La primera antes del último sol de Agosto en Nueva York. Septiembre espera ahora por Nadal y los que ganaron hoy. Septiembre espera.

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Nueva York lo tiene todo.

Nueva York lo tiene todo. Tiene por ejemplo, desde finales de Agosto y por el lapso de dos semanas, el torneo que cierra la temporada de los Grand Slam.
Nueva York cuenta con todo. Cuenta también, por así decirlo, con una porción mayor al todo, cuando un joven de apellido Harrison se da maña para batallar contra el gigante Cilic y tenerlo contra las cuerdas, en un deporte que justamente carece de ellas.
El moderno Goliat gana finalmente, pero nada queda fuera de los cálculos. Tan grande es la historia de Nueva York que puede permitirse el reescribir los relatos antiguos sin ningún tipo de ofensa o queja por parte del público asistente.

La interestatal 678 te lleva del aeropuerto John F. Kennedy al parque Flushing Meadows –Corona que es donde se lleva a cabo el Open de los Estados Unidos. Gotham es a veces tan grande, que es necesario recalcar que el área metropolitana de la ciudad tiene dos aeropuertos más que sirven a la misma. La sorpresa continúa, si develamos que en un futuro y a más de 60 millas habrá un cuarto aeropuerto funcionando para seguir contribuyendo a ese enorme caldero que finalmente es Nueva York.
Pero la mayoría de tenistas llegan al país por el terminal que queda en Queens. Y es en Queens, en el Hotel Marriot del Ditmars Boulevard, donde muchos de ellos se hospedan.

No muy lejos de allí, en el famoso Queens College, el por entonces desconocido Jerry Seinfield se graduaba en teatro y comunicaciones. Corría el año 76 y el que hacía marcas sobre la pista central del West Side Tennis Club de Forest Hills era Jimmy Connors, ganador de ese año en arcilla. El único tenista que ha ganado el torneo en sus tres superficies distintas.
Escondido ya de las cámaras, el estadio que albergó esa final y las finales del torneo hasta el año 78, se va cayendo a pedazos. Poca gente sabe de esto. Nueva York es tan grande, que tales tragedias pueden esconderse de la mayoría de la gente, por largo tiempo y con gran silencio.

En cambio, hay vítores que irrumpen en el nuevo coliseo, que conmueven la Arthur Ashe del día lunes. Antes de que empiecen los partidos de noche, Mardy Fish le da una lección de Tenis al germano Kamke. ¿Y quién es Kamke?, se preguntan algunos eventuales que le hacen barra al local y dejan algo de lado al extranjero. Lo que se sabe, es que el alemán es de la ciudad de Lübeck. Famosa aquella por los mazapanes, aquel alimento suave que se deshace al contacto con la boca. Kamke es un buen mazapán, se deshace aún antes de llegar a la boca de Fish. Se desbarata con la sola mención del nombre de aquel.

Nueva York después de todo, como cualquier ciudad, es conocida por aquellos que triunfan aquí y por aquellos otros que solo buscan hacerse famosos asociándose a su nombre. Que buscan crear el impacto necesario con su presencia, un leve temblor de piso al llegar. Unos quince minutos de fama.
La cáscara de chocolate de la pastelería del Tonnie’s Mini se está volviendo famosa en todo Harlem. Le está tomando menos tiempo que el cambio que se da en la corteza de Manhattan. Ubicada en la Lenox Avenue y a un par de cuadras del teatro Apolo, la pastelería recién mudada no ha sido aún víctima del temperamento del barrio, marcado por la falla de la calle 125. Sí señores, hay una falla tectónica que cruza pleno Harlem.
Mientras tanto en Flushing Meadows, el colombiano Falla crea uno de los primeros impactos en el torneo, al derrotar en cinco sets al serbio Troicki. Un leve temblor, un golpe en las apuestas al darle vuelta en el marcador.
El colocho se guarda de darle más que un apretón de manos a su rival vencido, los que han perdido y lo han hecho continuamente, saben que hay cosas que duelen más que la propia derrota.

Solo un poco después, Giraldo, el compatriota de Falla, es testigo de que sus mejores golpes no tienen el efecto necesario sobre la andadura de Federer. Al final, el suizo se cuida de evitar darle algo más que la mano a su rival. Sabe de la derrota, a pesar de no estar asociado a ella.
El próximo rival del helvético será Dudi Sela; el israelí que siempre pareciera empatar su mejor performance cuando se comenta de él. Otra vez segunda ronda para el nacido en Tel Aviv, otra vez ante un héroe de la urbe de hierro, así lo confirman los cinco títulos de Federer aquí y su mejor porcentaje en torneos de Grand Slam.

Mucha gente se pregunta, ¿por qué tantos héroes hacen sus nidos en esta ciudad?...hay algo de animal antes que humano en los héroes, lo que nos permite preferir la palabra nido a casa para ellos. Y hay algo de jungla antes que de ciudad en Nueva York. Lo que nos permite inferir la preferencia de mutantes, alienígenas y hombres solitarios por este pedazo de tierra extraña.
Desde el Bronx hasta sus límites con Yonkers, de Long Island hasta la (a veces) aburrida New Rochelle, o si preferimos, el tramo corto que va de Midtown hasta Queens, varias veces Queens, por la cantidad de superhéroes que esta zona urbana ha legado a los comics, los seres extraños han optado por aparecer en las páginas de sus múltiples guías telefónicas.
En Douglaston creció McEnroe, que es un poco héroe y villano, y otro poco, mutante alienígena y Dios del Tenis. Allí crece su amor por el deporte, como una venganza y como un virus sin curación. Dice desde su tribuna, que uno de los cuatro grandes ha de ganar el torneo. No cree en sorpresas el viejo John, ni tampoco en el té de tías, es algo así como un Dios demasiado grande y cansado para comentar alguna novedad.

Hay una vieja leyenda recurrente e insistente en las imprentas de la ciudad. Aquella que traslada a los Ramones a cualquier punto del globo para pedir una hamburguesa o papas fritas en las cadenas americanas de comida rápida. Hay algo de amor por la cocina de su niñez y hay algo de provinciano también, en ser vecino de la ciudad más grande del mundo.
Gael Monfils es el contrario de Johnny Ramone. Desbarata a Dimitrov en tres sets y desbarata a su vez, el mito del ombliguismo francés en cuanto a sus comidas. El galo siente que podría comer cualquier alimento en medio de su estancia neoyorquina. Para sliderman, el único no, la única kryptonita en su dieta, serían los quesos, cualquier queso luego de su abandono en Madrid. Una hamburguesa sin queso y jugosa entonces del Paul’s Place en Saint Mark’s Place para Monfils. O si nos ponemos exquisitos una (the) DuMont Burger del mismo DuMont de Brooklyn. Nueva York tiene miles de restaurantes y millones de cocinas que nunca han preparado un alimento. Todo ocurre rápido en la gran manzana, no por las distancias, ni por una actitud febril de sus habitantes, sino porque hay mucho en cada rincón de la metrópoli. Incluso en los meses de Agosto y Septiembre hay un abierto de tenis en la ciudad. Un abierto, en la urbe más abierta y cerrada del mundo.
Nueva York lo tiene todo, como decían los Ramones. Y eso no es ser provinciano o viajado, es solo decir la verdad o más aún, clarificar con una certeza, el conocimiento de ver una vez, solo una, algo infinito con nuestros ojos.

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martes, 23 de agosto de 2011

Cincinnati. La semana romana de Andy.

Aunque aquel mismo no lo sepa, los siete últimos días del escocés han completado una semana romana en medio de los Estados Unidos…

Andy Murray acaba de ganar el Masters de Cincinnati y en medio de la celebración por su victoria, es posible que no recuerde si le debe algo a la fortuna por el título recién conseguido. Es posible también que no recuerde como aquella trabaja y los plazos que debe de cumplir. Sigue siendo más seguro aún (hagamos la apuesta en una rueda) que no sepa quién es Boecio o siquiera lo haya oído nombrar.
No sería del todo descabellado entonces, que la primera vez que vino por aquí, el bueno de Andy haya confundido el origen del nombre de la ciudad con el de una tribu india. Sigue siendo más seguro aún, que no le interese siquiera la historia de Cincinato, aquel arquetipo de virtudes romanas.

Después del desastre de Montreal la semana pasada, a Andy le quedaba meditar la estrategia mientras reculaba en su habitación del Hotel. El primer partido de Murray lo llevaría a enfrentar a Nalbandián. El argentino que siempre ha sido una incógnita, solo le opuso resistencia en la primera manga. La rueda giraba de nuevo para Andy, llevándolo esta vez hacia arriba.
Luego vendría Bogomolov, que a sus 28 años, pasa por el mejor momento de su carrera. Aquel le opondría dura resistencia, especialmente en el final, pero aún así caería ante el juego del británico. Al buen desarrollo de Murray en el partido, se le sumaba a su favor otra variable, el cansancio que tenía el rival llegado desde la ronda de clasificación. La fortuna le sonreía al joven británico una vez más.

Gilles Simon lo esperaría en cuartos con un gran equipaje de sets a cuestas. El francés venía de batallar encarnizadamente sus partidos y de triunfar en todos ellos. El escocés mientras tanto, se organizaba en torno a su saque para evitar mayores sorpresas.
El resultado demostró la estrategia superior del británico y el guiño de la fortuna al colocarle una piedra más a la cansada espalda del galo.
Mardy Fish resultaría siendo el más peligroso de todos sus contrincantes. Antes y después. El estadounidense tendría varias oportunidades para sacar el partido adelante, pero sus errores le detendrían igual cantidad de veces. En el set definitivo ambos jugadores se turnarían en los quiebres hasta llegar al tie break. Fish terminaría por doblar la rodilla en otra pelota tonta que no supo defender.
Andy había ganado sin hacer mayor cosa, pero también sin haberse ido del partido en los momentos más desesperados. Sin duda, el partido más difícil de todos, por lo vivido y porque la fortuna nunca pareció sonreírle en demasía al británico, ni siquiera en la ventaja que significó un Fish desconocido y extremadamente torpe.

La final lo llevaría a enfrentar al casi invencible serbio. 57 victorias y solo una derrota en toda la temporada parecerían asustar a cualquiera. Pero Murray no estaba asustado, a lo mucho nervioso. Al menos cuando no pudo mantener la ventaja bien entrado el primer set. Pero algo ocurría en Djokovic para ceder la igualdad nuevamente y para no encontrarla nunca más. El serbio no se recuperaría finalmente y terminaría por perder el partido al retirarse antes de tiempo.

¿Qué tan roto puede estar un jugador que en la parte física se mostraba entero hasta el día anterior? ¿Cedió aquel el Masters para tener chances en el US OPEN?
Como estás dos preguntas se pueden hacer muchas otras, que al fin y al cabo serán solo especulaciones hasta que llegue el día de la contienda en Nueva York.
Lo seguro es que si el serbio se hubiera entercado, decidiendo resistir un poco más, la lluvia pronosticada lo habría salvado. Al menos por un momento. Aquel no lo quiso así.

Murray mientras tanto festejaba a la fortuna sin saberlo. Atraía en una danza silente a la lluvia que terminaba abruptamente la ceremonia de premiación. ¿Habrá cambiado con ello la suerte de Murray para el abierto de los Estados Unidos?
Nadie lo sabe aún. Andy ya piensa en Nueva York y en repetir lo conseguido aquí. Piensa en prolongar por dos semanas más, su semana feliz en Cincinnati. Tiempo suficiente para mejorar su tenis y también para saber de Boecio y Cincinato. Pero sobre todo, tiempo suficiente para lograr que las nubes negras no vuelvan a opacar su carrera. Con baile o sin él.


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Cincinnati. Iguales entonces.

Muy al principio de cada partido, el juego de Nadal se convierte en algo así como el cemento recién vertido, en algo así como el concreto recién puesto sobre la base.
Suelto, poco consistente, entre líquido y nervioso, que lo lleva a apuros y errores.

No importa entonces que Verdasco haya perdido los once partidos que ha disputado con Nadal hasta el momento. Importa solamente que aproveche ese resquicio que aquel le va a dar al comienzo del match. Así lo hace, y lo quiebra en el primer game, para luego confirmar con el suyo.
Verdasco y Nadal sabían de esta variable antes de empezar. Y a pesar de que uno lo intenta evitar, es el otro el que le saca el máximo beneficio a aquella.

Verdasco puede estar muy cerca con cada game que transcurre. Pero también corre el riesgo de que el cemento de Rafa empiece a secar. A mitad del primer set vuelven a igualarse en todo. En aciertos y errores. También en el marcador. De allí hasta el final de la manga, los espacios que ceden ambos, son los espacios que se conciben en un vals perverso. Bailando demasiado cerca para no impedir tropezarse entre sí y tan juntos a la vez, para que uno pueda agarrarse del otro y eviten así la caída de ambos.
Llegan hasta el tie break y Nadal lo gana. Verdasco ha gastado más, pero ha recibido el mismo pago de siempre. Las inconsistencias del primer Nadal son entonces las mismas que las del Verdasco de hoy. Y lo seguirán siendo en el segundo set, donde esta vez es el manacorense el que falla en hilar sus propios puntos trabajados.

El tercer set es un calco del primero y del segundo. ¿Cómo podría ser distinto? Hoy ambos españoles se funden en la misma mezcla viscosa y clara. Se van demoliendo físicamente, pero también lo único que les responde, sin errores, es el físico y esas ganas de no rendirse.
Los games van a uno y otro lado, pero otra vez no se separan demasiado. No importan las once anteriores disputas. Hoy son iguales, y lo siguen siendo cuando uno le rompe el servicio al otro y aquel otro le devuelve la rotura. Tanta es la semejanza y parecido entre ellos, que los espectadores no terminan de leer una hoja, para que se les de la misma hoja y se les obligue a leerla de vuelta.

Es un infinito, pero que no cansa, y que se agradece. Llegan entonces hasta el tercer tie break del partido y está definición es aún más peleada e igual que la misma igualdad. Once a nueve a favor de Rafael. Un once a nueve que podría haber sido al revés y haberse leído también sin ninguna dificultad. Nadie habría reclamado.
Es la duodécima derrota de Verdasco en igual número de enfrentamientos. Pero tan distinta, que al menos por un instante, habría que poner el record a favor de Nadal en once victorias y un empate. Ponerlo así, hasta que sean otros, aquellos otros que no vieron este partido, los que lo cambien. Y pongan entonces la verdad, y nos dejen con los mejores sueños a nosotros, que a veces (muy pocas veces) queremos que partidos así se igualen. Porque simplemente lo merecen los jugadores y nos lo merecemos nosotros. Iguales entonces.


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