lunes, 12 de septiembre de 2011

Proezas en Nueva York

Es un partido formal el que proponen en un inicio, Federer y Djokovic. No arriesgan en sus golpes, no recorren con fuerza el campo de juego y tampoco miran con fiereza desmesurada a su oponente.
Los golpes que devuelven, parecen seguir un plan pactado por ellos mismos. Como una ceremonia ideada entre ambos, ya sea para un concierto antiguo que no existe más, o una guerra fría cuyas luchas más importantes se dan en campos distintos al principal. Son cientos de espectadores los que se encargan de buscar en las afueras por lo que no se ve adentro.

- Están en el grandstand - dice uno de los asistentes, señalando la cancha equivocada.

Ambos tenistas disparan, pero no les es posible encordar ni un poco de la magia que se necesita en estos encuentros; ni siquiera, un truco simple, capaz de ser desentrañado por el espectador que sigue con atención el partido.
Pegan, pero para ellos mismos. Golpean la pelota, sí, pero son como cañonazos de salva saludando a la escuadra enemiga antes del combate.
¿Se estudian? Nunca tanto, se conocen demasiado. Podría ser más bien, un repaso final de la lección aprendida. Solo eso.

Recién en el quinto game se sueltan de sus amarras y empiezan a proponer a la vez, golpes de puño y formas bellas que evolucionan en el aire. Eso es el tenis. La geometría siendo ideada para ser llenada casi de inmediato con el músculo.
Ambos van sumando sobre su juego. Haciéndose fuertes con el servicio.
Roger Federer podría mover a sus rivales en un espectro de 180 grados, y de 360 grados también, si las reglas de tenis se lo permitieran. Porque su humanidad, eso ya lo sabemos, le permite esas proezas.
Dominador tanto de la geometría plana como de la espacial cuando lo quiere así, desarma su golpe a veces en varias partes, para confundir al rival que tiene al frente y que le da la espalda a su vez, sin saberlo.
El suizo pareciera haber estudiado la geometría desde su principio en el tiempo, con los egipcios, y luego también haberles terminado por enseñar a ellos, lo que el mismo con la práctica y ya no con la teoría pura, había descubierto.
El fuego, su propio fuego, sería descubierto también en el Wimbledon del 2003.

Djokovic por su parte, siempre siguiendo, persiguiendo y repitiendo a su rival. Siempre imitando y mejorando. Aprovechándose del otro, pero para bien, para crear finalmente algo mejor.
Nunca dejando de seguir a su presa hasta la prehistoria. Reuniéndose en torno a los lechos de los ríos ya extintos y de los cassettes de vhs con las mejores jugadas de Federer, cuando aquel aún no era el Federer que todos conocemos.
Nole sigue reconociendo en la margen izquierda del río suizo que cruza, una oportunidad. Viendo en el terreno tanto de arcilla, de grass o del mismo US Open, las huellas y marcas características que deja Roger.
Hasta allí lo sigue al suizo. Hasta allí llega y encuentra a un Federer de veinte años. Tan insistente es el serbio en encontrar a su rival, que a veces lo memoriza lo suficiente, para poderse permitir continuar en su búsqueda al momento de cerrar los ojos. Su tenis así, no deja nunca de seguir sumando horas.

Mientras el primer set continúa su curso, los rivales persisten yendo de proeza en proeza. Juntando momentos que simplemente quedan fundidos, más que grabados.
Así llegan hasta el tie break, con Federer manejando una leve iniciativa que le da el poder sacar primero. El suizo se agarra de esos filamentos que sobran de la prenda hecha y desde allí, en solo un instante, lo descose por completo a Djokovic. Le gana la primera manga.

En el segundo set, Federer rápidamente quiebra a Nole. Sus decisiones son mejores y afectan el juego ya armado del rival. Se adelanta por unos pequeños instantes a la pelota que le mandan. Hay intuición de parte de Roger en estos momentos. Aquel se ha dado maña para construir un camino distinto, en ese enorme juego cerebral que desarrolla. Un camino hecho de ladrillos amarillos desde el Peekskill de Baum hasta el Queens de Federer. Una senda que el suizo sabe caminar sin ningún problema, porque ya es suya y siempre fue suya.
La diferencia comienza en el primer servicio de Federer y en la efectividad del mismo. Aún cuando un incidente surgido en los altos del estadio lo desconcentra lo suficiente para perder su servicio, el suizo tiene suficiente bagaje para quebrarlo de nuevo al serbio como inmediata respuesta. El helvético gana la segunda manga y se pone cada vez más cerca de otra proeza.

El serbio pareciera haberse quedado demasiado tiempo viendo los viejos videos de Federer, sin haber prestado la suficiente atención a este nuevo sparring que se le planta en la cancha central. Luce cansado solo en lo visual, como si el fruto de su cansancio fuera el trasnochar estudiando al rival desde una televisión prendida en su cuarto de hotel. Estudiando obsesivamente, hasta que las barras de color (SMPTE) de las televisoras lo despidieran en la noche y le volvieran a dar la bienvenida en la mañana.
Sus ojos pegados a esa pantalla, totalmente hipnotizados por el recuerdo de un Federer distinto al de hoy. Como si Nole estuviera imaginando jugar con el Roger de ayer y no con el rival actual.
El suizo le gana los dos primeros sets al serbio. Y aquel pierde ante dos rivales que son el mismo, que terminan jugando distinto también.

Pero Djokovic aprende muy deprisa. Su talento le permite seguir construyendo, mientras el contrario recibe los aplausos de una anterior jugada. Es en ese momento de reflexión que Nole sigue aumentando y sumando. De repente en el tercer set, ya puede jugar no solo contra el Federer de hace años, sino también contra el actual.
En la casi mitad del parcial lo quiebra a Roger y con cada minuto que pasa lo va opacando más y más. Novak le devuelve todo tipo de formas con los disparos que le lanza al suizo. Desde tallas de madera hasta esculturas en piedra. Desde figuras de mármol hasta armas de metal en forma de lanza y apuntando hacia el centro de su rival.
Aquel ha notado que el juego de piernas del suizo no es el mismo de sus dos primeros sets, el esfuerzo le ha pasado factura y es allí al costado de las líneas donde descarga sus mejores pelotas. El serbio se lleva la tercera manga.

Djokovic continúa su resurgimiento a costa de un Federer que a ratos parece ido, y por momentos también, totalmente entregado a la forma efectiva del juego de Nole.
Es en el cuarto set, donde las diferencias se acrecientan tanto, que los que esperaban el triunfo de Roger, empiezan a temer que la lucha se haya descarrilado para el suizo.
Y es que el liderazgo de Federer era exacto. Lo llevaba solo un poco más adelante que el serbio. El dominio de Nole, en cambio, es excesivo. Apabullante. Tocando los límites de lo grosero. Ocasiona una crisis seria en las matemáticas, que ya no dan el mismo resultado, por más que sumes las mismas cantidades, una y otra vez, una y otra.
Los dos sets del serbio no son iguales al par que tiene Federer en su haber. No lo son.

El quinto parcial se inicia con mejores augurios para Novak, pero ya al empezar el set se nota el cambio de actitud en el suizo. Ha decidido darlo todo finalmente, y todo, es lo que trae al Arthur Ashe.
El de Basel empieza sirviendo y descargando trallazos sobre el rival. El reinado de los ángulos imposibles ha vuelto a la pista y Djokovic se encarga de responder al desafío machacando también la bola con extrema fuerza y precisión sobre los puntos muertos.
Van juntos por las avenidas y se separan en las pequeñas calles y callejones al costado de las líneas, arman sus respectivas bandas y se encargan de licenciarlas para empezar a formar ejércitos. Imponen la leva en la ciudad y recorren muy temprano en la mañana los barrios más calientes para convencer a los mejores entre los buenos para que se unan a ellos.
Lo usan todo y lo gastan todo en su camino a la mitad de la quinta manga. Nueva York se ha cansado de brindar superhéroes y también de traer héroes reales a esta lucha de dos facciones que se presentan iguales en el quinto set.
Roger saca y pasa adelante para ponerse cuatro a tres en games. Nole sirve para volver a poner las cosas en su sitio, pero falla en su intento. Queda completamente solo cuando comete doble falta y también cuando termina por entregar el servicio.

Federer lo tiene todo servido y se acerca con tres saques seguidos a la victoria, para ponerse 40-15 en el game; doble match point para el suizo. Saca entonces, y lo que Nole devuelve a un costado, no se sabe aún cómo definirlo.
Sí, fue un punto, un gran punto. Pero, ¿no fue suerte? ¿No fue desesperación lanzando su último grito de la tarde? ¿No fue acaso también molestia por todas las oportunidades perdidas? Y todo esto desde el lado del serbio.
Desde la mitad de la cancha del suizo, fueron también muchas otras cosas luego de que se concluyó el punto. Cosas que se pueden decir y palabras que no se deberían nunca de juntar. No existen matemáticas para tantos insultos reunidos. Ni tampoco lenguas que los contengan.
El suizo no ganaría un game más en el partido y terminaría cediendo el triunfo.

Ese primer match point salvado, podría ser la bola que marque un antes y después en la carrera de Federer.
No lo queremos así, porque un nuevo capítulo a esta edad solo podría significar ir llegando al final del libro. Y aunque improvisada y magnífica como fue esa bola de Djokovic, no merece ni por asomo ser el punto final para los mejores triunfos del suizo.
No permitamos que la redondez de esa pelota de tenis nos confunda con ser un signo de puntuación. No permitamos esa mentira; y sobre todo, no dejemos que Federer caiga también en el engaño.


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