martes, 23 de agosto de 2011

Cincinnati. Iguales entonces.

Muy al principio de cada partido, el juego de Nadal se convierte en algo así como el cemento recién vertido, en algo así como el concreto recién puesto sobre la base.
Suelto, poco consistente, entre líquido y nervioso, que lo lleva a apuros y errores.

No importa entonces que Verdasco haya perdido los once partidos que ha disputado con Nadal hasta el momento. Importa solamente que aproveche ese resquicio que aquel le va a dar al comienzo del match. Así lo hace, y lo quiebra en el primer game, para luego confirmar con el suyo.
Verdasco y Nadal sabían de esta variable antes de empezar. Y a pesar de que uno lo intenta evitar, es el otro el que le saca el máximo beneficio a aquella.

Verdasco puede estar muy cerca con cada game que transcurre. Pero también corre el riesgo de que el cemento de Rafa empiece a secar. A mitad del primer set vuelven a igualarse en todo. En aciertos y errores. También en el marcador. De allí hasta el final de la manga, los espacios que ceden ambos, son los espacios que se conciben en un vals perverso. Bailando demasiado cerca para no impedir tropezarse entre sí y tan juntos a la vez, para que uno pueda agarrarse del otro y eviten así la caída de ambos.
Llegan hasta el tie break y Nadal lo gana. Verdasco ha gastado más, pero ha recibido el mismo pago de siempre. Las inconsistencias del primer Nadal son entonces las mismas que las del Verdasco de hoy. Y lo seguirán siendo en el segundo set, donde esta vez es el manacorense el que falla en hilar sus propios puntos trabajados.

El tercer set es un calco del primero y del segundo. ¿Cómo podría ser distinto? Hoy ambos españoles se funden en la misma mezcla viscosa y clara. Se van demoliendo físicamente, pero también lo único que les responde, sin errores, es el físico y esas ganas de no rendirse.
Los games van a uno y otro lado, pero otra vez no se separan demasiado. No importan las once anteriores disputas. Hoy son iguales, y lo siguen siendo cuando uno le rompe el servicio al otro y aquel otro le devuelve la rotura. Tanta es la semejanza y parecido entre ellos, que los espectadores no terminan de leer una hoja, para que se les de la misma hoja y se les obligue a leerla de vuelta.

Es un infinito, pero que no cansa, y que se agradece. Llegan entonces hasta el tercer tie break del partido y está definición es aún más peleada e igual que la misma igualdad. Once a nueve a favor de Rafael. Un once a nueve que podría haber sido al revés y haberse leído también sin ninguna dificultad. Nadie habría reclamado.
Es la duodécima derrota de Verdasco en igual número de enfrentamientos. Pero tan distinta, que al menos por un instante, habría que poner el record a favor de Nadal en once victorias y un empate. Ponerlo así, hasta que sean otros, aquellos otros que no vieron este partido, los que lo cambien. Y pongan entonces la verdad, y nos dejen con los mejores sueños a nosotros, que a veces (muy pocas veces) queremos que partidos así se igualen. Porque simplemente lo merecen los jugadores y nos lo merecemos nosotros. Iguales entonces.


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