martes, 30 de agosto de 2011

Nueva York lo tiene todo.

Nueva York lo tiene todo. Tiene por ejemplo, desde finales de Agosto y por el lapso de dos semanas, el torneo que cierra la temporada de los Grand Slam.
Nueva York cuenta con todo. Cuenta también, por así decirlo, con una porción mayor al todo, cuando un joven de apellido Harrison se da maña para batallar contra el gigante Cilic y tenerlo contra las cuerdas, en un deporte que justamente carece de ellas.
El moderno Goliat gana finalmente, pero nada queda fuera de los cálculos. Tan grande es la historia de Nueva York que puede permitirse el reescribir los relatos antiguos sin ningún tipo de ofensa o queja por parte del público asistente.

La interestatal 678 te lleva del aeropuerto John F. Kennedy al parque Flushing Meadows –Corona que es donde se lleva a cabo el Open de los Estados Unidos. Gotham es a veces tan grande, que es necesario recalcar que el área metropolitana de la ciudad tiene dos aeropuertos más que sirven a la misma. La sorpresa continúa, si develamos que en un futuro y a más de 60 millas habrá un cuarto aeropuerto funcionando para seguir contribuyendo a ese enorme caldero que finalmente es Nueva York.
Pero la mayoría de tenistas llegan al país por el terminal que queda en Queens. Y es en Queens, en el Hotel Marriot del Ditmars Boulevard, donde muchos de ellos se hospedan.

No muy lejos de allí, en el famoso Queens College, el por entonces desconocido Jerry Seinfield se graduaba en teatro y comunicaciones. Corría el año 76 y el que hacía marcas sobre la pista central del West Side Tennis Club de Forest Hills era Jimmy Connors, ganador de ese año en arcilla. El único tenista que ha ganado el torneo en sus tres superficies distintas.
Escondido ya de las cámaras, el estadio que albergó esa final y las finales del torneo hasta el año 78, se va cayendo a pedazos. Poca gente sabe de esto. Nueva York es tan grande, que tales tragedias pueden esconderse de la mayoría de la gente, por largo tiempo y con gran silencio.

En cambio, hay vítores que irrumpen en el nuevo coliseo, que conmueven la Arthur Ashe del día lunes. Antes de que empiecen los partidos de noche, Mardy Fish le da una lección de Tenis al germano Kamke. ¿Y quién es Kamke?, se preguntan algunos eventuales que le hacen barra al local y dejan algo de lado al extranjero. Lo que se sabe, es que el alemán es de la ciudad de Lübeck. Famosa aquella por los mazapanes, aquel alimento suave que se deshace al contacto con la boca. Kamke es un buen mazapán, se deshace aún antes de llegar a la boca de Fish. Se desbarata con la sola mención del nombre de aquel.

Nueva York después de todo, como cualquier ciudad, es conocida por aquellos que triunfan aquí y por aquellos otros que solo buscan hacerse famosos asociándose a su nombre. Que buscan crear el impacto necesario con su presencia, un leve temblor de piso al llegar. Unos quince minutos de fama.
La cáscara de chocolate de la pastelería del Tonnie’s Mini se está volviendo famosa en todo Harlem. Le está tomando menos tiempo que el cambio que se da en la corteza de Manhattan. Ubicada en la Lenox Avenue y a un par de cuadras del teatro Apolo, la pastelería recién mudada no ha sido aún víctima del temperamento del barrio, marcado por la falla de la calle 125. Sí señores, hay una falla tectónica que cruza pleno Harlem.
Mientras tanto en Flushing Meadows, el colombiano Falla crea uno de los primeros impactos en el torneo, al derrotar en cinco sets al serbio Troicki. Un leve temblor, un golpe en las apuestas al darle vuelta en el marcador.
El colocho se guarda de darle más que un apretón de manos a su rival vencido, los que han perdido y lo han hecho continuamente, saben que hay cosas que duelen más que la propia derrota.

Solo un poco después, Giraldo, el compatriota de Falla, es testigo de que sus mejores golpes no tienen el efecto necesario sobre la andadura de Federer. Al final, el suizo se cuida de evitar darle algo más que la mano a su rival. Sabe de la derrota, a pesar de no estar asociado a ella.
El próximo rival del helvético será Dudi Sela; el israelí que siempre pareciera empatar su mejor performance cuando se comenta de él. Otra vez segunda ronda para el nacido en Tel Aviv, otra vez ante un héroe de la urbe de hierro, así lo confirman los cinco títulos de Federer aquí y su mejor porcentaje en torneos de Grand Slam.

Mucha gente se pregunta, ¿por qué tantos héroes hacen sus nidos en esta ciudad?...hay algo de animal antes que humano en los héroes, lo que nos permite preferir la palabra nido a casa para ellos. Y hay algo de jungla antes que de ciudad en Nueva York. Lo que nos permite inferir la preferencia de mutantes, alienígenas y hombres solitarios por este pedazo de tierra extraña.
Desde el Bronx hasta sus límites con Yonkers, de Long Island hasta la (a veces) aburrida New Rochelle, o si preferimos, el tramo corto que va de Midtown hasta Queens, varias veces Queens, por la cantidad de superhéroes que esta zona urbana ha legado a los comics, los seres extraños han optado por aparecer en las páginas de sus múltiples guías telefónicas.
En Douglaston creció McEnroe, que es un poco héroe y villano, y otro poco, mutante alienígena y Dios del Tenis. Allí crece su amor por el deporte, como una venganza y como un virus sin curación. Dice desde su tribuna, que uno de los cuatro grandes ha de ganar el torneo. No cree en sorpresas el viejo John, ni tampoco en el té de tías, es algo así como un Dios demasiado grande y cansado para comentar alguna novedad.

Hay una vieja leyenda recurrente e insistente en las imprentas de la ciudad. Aquella que traslada a los Ramones a cualquier punto del globo para pedir una hamburguesa o papas fritas en las cadenas americanas de comida rápida. Hay algo de amor por la cocina de su niñez y hay algo de provinciano también, en ser vecino de la ciudad más grande del mundo.
Gael Monfils es el contrario de Johnny Ramone. Desbarata a Dimitrov en tres sets y desbarata a su vez, el mito del ombliguismo francés en cuanto a sus comidas. El galo siente que podría comer cualquier alimento en medio de su estancia neoyorquina. Para sliderman, el único no, la única kryptonita en su dieta, serían los quesos, cualquier queso luego de su abandono en Madrid. Una hamburguesa sin queso y jugosa entonces del Paul’s Place en Saint Mark’s Place para Monfils. O si nos ponemos exquisitos una (the) DuMont Burger del mismo DuMont de Brooklyn. Nueva York tiene miles de restaurantes y millones de cocinas que nunca han preparado un alimento. Todo ocurre rápido en la gran manzana, no por las distancias, ni por una actitud febril de sus habitantes, sino porque hay mucho en cada rincón de la metrópoli. Incluso en los meses de Agosto y Septiembre hay un abierto de tenis en la ciudad. Un abierto, en la urbe más abierta y cerrada del mundo.
Nueva York lo tiene todo, como decían los Ramones. Y eso no es ser provinciano o viajado, es solo decir la verdad o más aún, clarificar con una certeza, el conocimiento de ver una vez, solo una, algo infinito con nuestros ojos.

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