domingo, 3 de julio de 2011

Larga vida al rey

Djokovic y Tsonga persiguen la final. La buscan desde perspectivas tan diferentes que ya no es un juego de planos, sino de dimensiones. Sus circunstancias son tan distintas que lo único que tienen en común es el tenis. Y claro, lo que todos buscan finalmente para sí.
El francés desde un inicio se muestra sorpresivo, más cercano a lo indeterminado, a lo que no se puede calcular y no se calcula siquiera para el ojo experto. Novak no toma todos los reparos y precauciones y falla en el primer game del partido. Lo quiebran, pero no hay apuro en su mirada. Sabe que ha de tener otras chances, que serán la suma de su propia consistencia y la inconsistencia del rival. Ese rival es Tsonga y aquel ha de ser inconsistente y genial a partes iguales. Sólo debe esperar.
En el transcurso del set, Djokovic normalmente mantiene sus otros games en el servicio con relativa facilidad a diferencia del francés que debe esforzarse un poco más para salir airoso en los juegos donde sirve. Cuando Tsonga está en apuros lo único que debe hacer es sacar genial y decimos único en su acepción precisa y en su antónimo de corriente, porque el francés es así de contradictorio y genial para resolver un apuro. Es capaz de no hacer todo el esfuerzo posible en una pelota y al rato lanzarse como si fuera Becker para ganar un punto que no sólo era imposible, sino que sinceramente no le correspondía ganar.
El público en la cancha central está extasiado con el tenis desplegado por los rivales y temeroso también por saber cuánto de está gasolina divina le ha de durar al galo.
Tsonga sirve para poder ganar el set, pero no lo logra. Falla al comienzo del game al dejarse ganar tres puntos seguidos y luego cuando da muestras de recuperación, lo arruina todo con una doble falta. Un inglés se lamenta. Dice que lo único que debía hacer el francés era meter un ace y que más bien lo que comete es un error tremendo con su saque. No lo entiende.
Tsonga es así, cambia de mano el bastón que usa para su cojera. Y no sólo lo cambia de mano, sino que lo guaripolea y lo lanza por los aires. El francés pierde el primer set en tie break.

Lo empiezan quebrando al galo al inicio del segundo set. Todo se da como una venganza íntima de Novak para demostrarle al francés cuan distintos son. Las mismas circunstancias, pero un distinto desarrollo es lo que promete el serbio para el público que se da cita.
¿Qué hace Tsonga ante aquello?...pues nada y también mucho, porque pareciera muy ocupado resolviendo líos internos que sólo a él le incumben. Líos entre un corazón muy grande y una cabeza inmensa, pero que a veces no se le da por estar. ¿Quién arrienda en ese inmueble?, se preguntan los ingleses, que siempre quieren las cosas exactas, incluso en los asuntos humanos.
Novak avanza sin problemas, rompiendo servicios y ganando los suyos, lo pone contra las cuerdas al francés y le da el castigo que tal vez el hijo pródigo se merecía cuando un día quiso volver.
Si en el primer set era el francés tarareando “Comme d’habitude” o en tal caso versionando a Sinatra con “My Way”, en el segundo, es el mismo galo dando paso a la anarquía de la versión de Sid Vicious y cayendo hecho pedazos.
La tercera manga nos devuelve a un Djokovic mandando con autoridad. Tal vez demasiado seguro para que dure. Tsonga regresa con menos errores no forzados que sus anteriores sets, y también con más aces y mucho más winners que su rival. Aquellos que daban (dábamos) perdido el camino para el francés sonríen (sonreímos) por el tenis y sus múltiples posibilidades de recuperación. Un regusto se forma en el paladar y hasta en los confines de la garganta; ya empezamos a saborear un cuarto set antes de que llegue.
Se rompen algunas veces el servicio y se van hasta el tie-break donde empatan a nueve. Tsonga entonces gana su décimo punto en el tie-break del tercer set y lo que hace es cerrar los ojos y esperar. Cerrar los ojos para escuchar ese rumor que baja como un mar arisco que ya domina. Un rugir de leones que se han puesto de a pocos de su parte. Los ingleses al final del tercer set quieren verlo ganar, quieren verlo luchar y no se piensan ir hasta que Tsonga pelee un poco más. Tsonga ya no tararea canciones, tararea el rugir de los leones. Gana once a nueve. El tercer set es suyo.

En la cuarta manga la irregularidad vuelve para el francés. Un quiebre muy rápido para poder considerarse real. El tenis de Tsonga tiene este tipo de arrebatos que en la antigüedad podrían haber sido atribuidos a los dioses. Arrebatos que lo llevan tan lejos que podríamos dudar de su estar.
Djokovic resiste cuando el francés busca retornar de aquellos arrebatos. Lo tantea, lo mide y lo pesa. Tsonga tendrá que buscar, pero ya anda muy lejos para poder regresar a pie. El partido va llegando a su final, pero hay todavía oportunidad para una demostración de fuerza por parte del serbio.
En la cancha central y casi con los últimos puntos por jugar, Djokovic acaba de gritar con furia contenida, como si fuera un león, a ojos abiertos o cerrados. Tsonga podría haber jurado que Novak era un león de verás y no se habría equivocado, pues en la pista central de Wimbledon aquel se convertía en número uno del mundo, se convertía en rey, en el soberano de toda la selva. Larga vida al serbio y a su tenis prodigioso entonces. Larga vida al rey.


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